viernes, junio 14, 2024

COMIDA EN O BALADO (BOQUEIXÓN)

 



Sus dueños y mantenedores (Marta y Roberto) lo presentan como una experiencia gastronómica y no es mala (ni inexacta) carta de presentación. Porque es verdad que todo te suena a nuevo y distinto. Empezando por el hecho de que llegas al lugar, una carretera en la Galicia profunda, y el GPS te confirma lo de “ha llegado usted a su destino; su destino está a mano derecha”, pero a mano derecha no hay nada. Yo seguí adelante pensando que quizás alguna de las casas que veía por allí podrían ser, pero no. Y di la vuelta. Había visto al pasar una especie de aparcamiento con dos coches y una caravana, y pensé que quizás allí, pero no se veía casa alguna. Quizás sea el aparcamiento, pensé y luego haya que ir a algún otro sitio. Difícil de adivinar. Pensamos que quizás el  GPS estaba equivocado, cosa no infrecuente cuando entras en un rural como el gallego con cientos de conexiones a casas aisladas. Entonces vimos una cancela que abría el paso a un camino que debía llevar a alguna casa. Puesto que no había alternativa alguna entramos por allí y cerramos la puerta para que no se escaparan los animales. Al fondo se veía una casa con ninguna pinta de restaurante. Hubo que cruzar otro portalón que también cerramos y seguimos por la senda convencidos de que nos estábamos colando en una casa particular. Llegamos a la puerta de la casa con apuro de invasores desconcertados, la abrimos con cuidado y sí había varias mesas con mantel y platos. Y un papá sonriente con su bebé en brazos ocupando una de ellas que nos miraba. Disculpe, le dije, no sabía si estamos invadiendo una casa particular. Pues no, me dijo sonriendo, ya les abríamos echado el perro. Y, efectivamente, era O Balado. 

 En la sala solo había 5 mesas para no más de 16 comensales. Y dado que es Marta quien atiende sola a todos los comensales, resulta un número suficiente. Poco a poco se fueron llenando: diez adultos, un niño y un bebé. Esa relación espacio-comensales creaba un ambiente íntimo y  familiar.

Y comenzó el festín. Nuestro menú constaba de 1 aperitivo, 7 entrantes, un plato principal y 2 postres. Previamente hubimos de seleccionar el vino (una opción limitada a si blanco, tinto o rosado, pues los menús vienen ya con vino incorporado) y el plato principal (6 opciones de carnes). Tinto, por supuesto. Del  plato principal: cordero lechal al horno.

El aperitivo fue una mantequilla con lascas de sal marina. Dado que ese día, pensando en los manjares que vas a probar en la comida, llevas ya horas salivando, el aperitivo te sienta fantástico y corres el riesgo de llenarte de pan (riquísimo) y mantequilla hasta más allá de lo recomendable. Pero pronto  llegaron los entrantes.  Comenzaba el paseo gastronómico.

Marta y Roberto han planteado una secuencia de presentación de los platos que, por un lado, resulta cómoda para Marta que es quien sirve y, por el otro, ofrece una visión más positiva respecto a las cantidades y el emplatado. No son raciones individuales (que, a veces quedan ridículas por su escasez) sino dobles; no vienen los entrantes uno a uno, sino de dos en dos. Me pareció estupendo porque mejora el ritmo de la comida y la propia estética de cada paso.

 Comenzamos por un doblete interesante: Jurel laminado y ahumado y Foie poco graso. El pescado estaba exquisito. El jurel tiene esa propiedad de un sabor muy propio, muy marino que se respetó perfectamente. Y el cuadradito de foie bajo en grasa estaba muy bien logrado. El foie es siempre exquisito, pero efectivamente su versión menos grasa resulta muy efectiva (y supongo que más sana).

Siguieron dos nuevos entrantes: Espárragos al horno y Bonito rojo. Para un navarro como yo, ver dos puntitas de espárrago delgadito resulta bastante deprimente. Marta nos había explicado que eran espárragos cultivados por su vecino, pero era consciente de que ya no es época de espárragos (quizás en Galicia vengan retrasados, pero ya mayo es mal mes y no digamos junio). En cualquier caso la imagen no era seductora, aunque su sabor estaba rico. Me gustó mucho más el bonito rojo, muy jugoso y con una salsa cítrica exquisita con un toque picante y que dejaba un retrogusto especial que Marta nos explicó se debía al lichi.

El siguiente paso fueron las Croquetas de choco. Muy bien conformadas y con todo el sabor del choco que venía suavizado. Se añadía, además, el toque crujiente de la fritura externa. Las croquetas han evolucionado mucho y ahora se hacen croquetas exquisitas.  Éstas lo eran. 

 Les siguió un nuevo paso con emplatado individual: Huevo frito (pochado) con base de verduras y lascas de trufa. Sorprende un plato de huevo en un menú de exquisiteces, pero, la  verdad, no desmerecía en absoluto. La yema de huevo con virutas de trufa por encima adquiere un sabor tan espectacular que merece mucho la pena saborearlo de vez en cuando. Y al revolver el huevo con los taquitos de verduras variadas (entre ellas unas zanahorias bebé que estaban riquísimas) se generaba una mezcla perfecta. Se añadían unas hojas más grandes que no conocíamos. Marta nos explicó que se trataba de “ajo de oso” (allium ursinum).  Estaban buenas.

El  siguiente plazo fue Merluza guisada a bajo fuego, sobre base de aceite picual. Bien. Ahora se hace más frecuente saborearla así en los restaurantes, pero estaba rica y con esa textura tan especial que este tipo de cocción otorga al pescado. Muy rica.

Y con ello, habíamos llegado ya al plato principal. Habíamos escogido CORDERO LECHAL y estaba rico, aunque enseguida fuimos conscientes de que no fue una buena elección. Estaba muy rico, la verdad y nos habían servido costillar que es lo que más nos gusta, pero el cordero tenía bastante grasa y es algo que debemos evitar.  Pero lo que pudimos comer estaba bueno.

 Los postres fueron dos combinaciones de cremas con helado: Crema  de arroz con leche y helado de avellanas, primero y  Crema de maracuyá con helado de coco. Yo no soy mucho de postres, pero en ocasiones así hay que apurar el disfrute gastronómico completo, hasta el fondo. Y, la verdad, ambos postres estaban muy ricos. El helado de avellanas, estupendo. Y la crema de maracuyá, me encantó.

Y, con un café cortado, ahí acabó nuestra experiencia en O Balado.

Muy interesante. Nos la había regalado nuestros amigos en nuestras bodas de oro y tenemos que agradecérselo porque nos ha gustado mucho conocer este restaurante. La verdad es que es una experiencia global. Primero te sitúa en un contexto rural (la entrada, las gallinas y corderitos deambulando por allí, la terraza exterior con su barbacoa) para indicarte que debes cambiar el chip y situarte en la naturaleza y lo natural. Después, entras en el  local y nuevamente el contexto se impone (un local pequeño con pocas mesas donde va a predominar una relación muy personal con la  comida y quien te la  sirve). Y luego la comida, con los altos y bajos habituales de los menús largos, bien servida y explicada y que puedes ir disfrutando pasito a pasito, discriminando sabores y disfrutando en cada nueva sensación. También el vino ayuda.  Yo soy muy del Rioja (nadie es perfecto) y, en general, los vinos gallegos me resultan ácidos. Sin embargo, este Mencía Tolo do Xisto 2020 estaba muy rico y maridaba bien con los platos que íbamos degustando.

En fin, ha sido una experiencia gastronómica muy interesante. Ya se lo dijimos a Marta y Roberto. Marta, además,  es de Bandeira y conoce muy bien Orazo, así que otro mérito más para apreciarlos.

 

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