domingo, abril 21, 2024

VIAJE A ARGENTINA

 

Es probable que eso de viajar lo llevemos algunos en el ADN, igual que el color de los ojos, los desajustes cardíacos o la tendencia a la obesidad. ¡Qué se le va a hacer! Nadie es perfecto. La cosa es que te apetece, que lo esperas con esa ansiedad con que esperan los ludópatas que abran el salón de juegos para echar sus monedas a la máquina y apretar el botón de su perdición. Y en el pecado te va la penitencia.

Tengo que decir que, después de casi un año sin pisar un aeropuerto, ya tenía mono de viajar. Así que me encantó la posibilidad de volver a Argentina. Además, mi EGO que lleva la jubilación con resignación, pero sin superar de todo el duelo de tanto anonimato, estaba encantado ante la oportunidad de regresar a los fastos y reconocimientos: el ingreso en la Academia Nacional de Educación, la actuación en la Feria del Libro, las conferencias, etc. Retomando los viejos vicios, dije a todo que sí y preparé mi ánimo para neutralizar las reservas familiares y organizarlo todo.

Todo iba bien hasta que un par de semanas antes de iniciar el viaje, me avisan de Rosario, que sería mi primera parada que las cosas se han puesto mal allí por el narcotráfico y que les parece arriesgado que les visite. Lo habían hablado, lo habían votado, incluso, y ganó la prudencia. Liliana estaba desolada, pero me ofrecía como alternativa la oportunidad de viajar a Jujuy. A mí me encanta Rosario y el grupo de amigas y amigos que he ido haciendo allí con los años. Claro que estaba seguro de encantarme con Jujuy, ciudad que no conozco, pero donde está Bettina amiga y colega en AIDU desde hace años. Sentí mucho el cambio, pero fue como cambiar de una cita ilusionante a otra cita ilusionante.

Trabajé intensamente, a pesar de estar metido como estaba en las celebraciones de las bodas de oro, para preparar bien mis intervenciones (son 5 conferencias en una semana) y esperé paciente el día. Llegó puntual y allá marché al aeropuerto con tiempo suficiente para evitar el estrés. Me había conjurado conmigo mismo en que este tenía que ser un viaje tranquilo.

Mi avión salía de Santiago a las 9:45, pero yo ya estaba en el aeropuerto hora y media antes. Disfruté de la Sala Vip durante la espera (este año he perdido la tarjeta Platino, pero aún quedo en la Oro) y me alegré de ver que el avión llegaba puntual y que todo el procedimiento del embarque nos daba para salir en hora. ¡Que va! Ya estábamos preparados desde hacía rato, pero el avión no se movía. Pasaban quince minutos y el comandante avisó que había problemas en Madrid, que estaba operando con dos pistas, pero que a esta hora debían cambiar de Norte a Sur y todo se estaba ralentizando. Una explicación un poco abstrusa, pero la consecuencia era que no le daban permito para iniciar la marcha hasta 10 minutos más tarde. Y la cosa se ponía en los 20-25 minutos de retraso. Prometió que durante el vuelo trataría de recuperar el tiempo perdido. Una tontería, porque si el problema estaba en Madrid, allí seguiría el problema cuando nuestro avión llegara. Y si su aterrizaje estaba previsto para una hora, le harían dar vueltas hasta que llegase su turno.

Odio esta conexión con los vuelos a América. Si todo va bien, llegas a Barajas a las 11 de la noche y tu avión a América sale a las 11:50. O sea que comienza el embarque a las 11:15. Y, eso, aunque llegues bien (que pocas veces pasa) tienes que correr como un loco por la terminal para tomar el trenecillo para la 4S, pasar el control de pasaportes, correr de nuevo por esa terminal hasta encontrar la puerta de embarque que está en el quinto carajo. Una cosa de locos. Ya lo he perdido varias veces, y cuando lo he logrado llego al avión sudando y con el corazón dando botes. Y eso es exactamente lo que ha pasado hoy.

Aterrizó el avión a las 11 y algún minuto, pero lo hizo en la pista más alejada que se pueda suponer. Avance lento por la pista, tiempo y tiempo, no se veía por ningún lado la terminal. Allá al tiempo aparecen en lejanía unas luces y uno piensa para sí, “corre, corre comandante, que no llegamos”, pero el avión sigue su ritmo. Incluso tuvo que parar en alguna ocasión para dejar pasar a algún otro avión que le cruzaba por delante. Allá al rato alcanzamos la terminal, pero veo que no se dirige hacia ella, me fijo y es la 4S, es decir el lugar a donde tendría que venir yo, si al final este bicho llega a su puerta. La dejamos de lado y seguimos a la terminal nacional. Hay 5 kms. entre una y otra y a esa velocidad se nos harán eternos. La desesperación se mezcla con la desazón (si pierdo el vuelo a BBAA, perderé el otro que me lleva a Jujuy y que no conectado a este; va a ser un desastre en toda regla). Y no, la cosa no tiene pinta de salir bien. No solo hemos de llegar a la termina 4, es que además los vuelos de Santiago están condenados a atracar siempre en puertas que están justamente en las esquinas de la terminal. No sé cómo hacen esos repartos, pero Santiago siempre queda en una esquina. Así que llegamos a la terminal por una punta y como no podía ser de otra manera nuestra puerta estaba justamente en la otra punta. Siguel el avión su marcha tranquila recorriendo toda la plataforma de la terminal, podemos admirar las dos docenas de aviones ordenaditos, llegamos al final y tampoco es ahí pues ha de bordear el borde para iniciar el paseo por el otro lado de la terminal hasta buscar su puerta. Algo pasaba en la puerta porque aún se paró el avión y espero un ratito.

Yo ya me había desplazado de mi asiento a la delantera de la nave y esperaba en pleno ataque de pánico. Tardaron en abrir la puerta y salí escopeteado. Fui adelantando a todo quisque, corriendo por las bandas móviles, bajé al tren, aún se iba a retrasar en llegar tres minutos. Tuve tiempo a comprar una botella de agua porque pensé que me daría un ataque y estaba chirriado de sudor por fuera y seco a morir por dentro. Llegó el trenecillo, nos pusimos en marcha y en otros 8-10 minutos que se me hicieron eternos llegamos a la 4S. Salí el primero del vagón (de algo tiene que servir tanta experiencia en viajes), subí como un loco la escalera móvil y me lancé a la máquina de pasaportes. Afortunadamente, allí no había nadie. La mayor parte de los que viajaban no son europeos y ellos tienen su cola. Esta vez la máquina me funcionó bien y me reconoció. Así que tomé mi trol y mi mochila y vuelta a correr por la terminal. Otra vez la puerta a BBAA estaba en una esquina. Corre que te corre, ya estaba en las 11:50, hora de salida. En la puerta de embarque no había nadie, claro, ya habían embarcado todos. Llegué exhausto. Pero ni ahí acabaron las penas, una azafata de tierra me ve llegar, le parece grande mi maleta, me la hace pesar y me dice que pesa 13 kilos, que debía pesar 10 y que la pasa a bodega. Nunca me han hecho eso. Si llego a tiempo, yo entro por la fila de bussiness y nunca me dicen nada, pero esta vez, no tuvo misericordia. Yo no tenía fuerzas para protestar. Le dije que era tarjeta oro y que siempre había viajado con esa maleta, pero ya vi que, de todas formas, ella no tragaba. Así que embarqué, se quedaron la maleta en la puerta del avión para bajarla a bodega, y yo busqué mi sitio y caí derrotado en él. Tardé bastante tranquilizarme y neutralizar el sudor, pero contento porque, aún así había logrado llegar a tiempo.

Si no fuera dramático, sería gracioso. Al llegar a Madrid, Iberia me había mandado un mensaje de cortesía para informarme que “Hola. Bienvenido a Madrid. Son las 23:09 y su vuelo a Ezeiza embarca por la puerta S44 a las 23:19. Le deseamos muy buen viaje”. ¡Cabrones! ¡Me dejan en la K83 de la T4, tengo que embarcar en la S44 de la terminal T4S y me dan 10 minutos para hacerlo! No tienen corazón.

Llegados a este punto ya daba lo mismo. Cuando te has acostumbrado a viajar en Bussiness o en Turista Premium, pasar a turista es una degradación en toda regla. Pero es lo que hay. Supongo que se acabó la etapa de los viajes cómodos; no están los tiempos para esos mimos. Y hay que hacerse a la idea. El estar tantas horas sentado, aunque inclines un poco el asiento, es duro. Como uno va perdiendo culo, acabas con los mini glúteos doloridos por la opresión de los huesos. Y tienes que cambiar de postura cada poco, de un glúteo al otro, luego los dos, luego a levantarte para que se relajen… un sinvivir.

Cenamos, ví dos películas buenas (“Saben aquell…” y “Robot dreams”), dormí tres horas, e intenté relajarme mientras pude. Y llegamos a Buenos Aires en buena hora, tras 14 de vuelo. Ningún percance en aduana y una vez fuera solo esperé 20 minutos a que llegara la persona que me había de esperar para llevarme a BBAA. Me dejaron en el Hotel NH Crillón, donde no me iba a quedar (llegaría allí el miércoles), pero quería pedirles que me guardaran unas horas la maleta para que yo pudiera darme un paseo por la ciudad mientras esperaba la hora del vuelo a Jujuy a las 16:30. Fueron muy amables y allí me guardaron mi trol. Cargué yo con mi mochila y salí a caminar.

 Fui recorriendo calles y reconociendo espacios. BBAA es enorme, pero uno tiene en la cabeza la estructura básica del centro de la ciudad y no es difícil moverse por él. Me fui al Museo de las Antiguedades del Barrio de San Telmo y recorrí las calles clásicas del centro Corrientes, Lavalle, Florida, etc. No tenía pesos argentinos cambiados y ni pude pararme a tomar un café. Iba mirando dónde estaban aquellos, otrora numerosos, cambiadores de dinero. Pues ni uno encontré ni en el mercadillo de San Telmo, ni en Corrientes, ni en el entorno del obelisco. Ya regresaba pesaroso al hotel por la calle Florida y allí estaban. Y no uno ni dos, a decenas. Allí cambié y ya tranquilo busqué un sitio donde comer algo antes de salir para el aeropuerto. Encontré el Classic de Buenos Aires y allí comí tranquilo. Aún me quedaban más de dos horas para que saliera el vuelo de Flybiondi para Jujuy. Regresé tranquilo al hotel Crillón y me entregaron la maleta que me guardaban. Como se me había agotado toda la batería del móvil y la del reloj, me busqué un rinconcito en el Lobby donde hubiera un enchufe para intentar cargarlo.

Y eso hice. Pensé que en las dos horas que me quedaban llegaría bien al aeropuerto de aeroparque que no está lejos y, como tenía tarjeta de embarque, estaría a tiempo para embarcar. Le llevó su tiempo al móvil cargar y cuando vi que ya tenía algo de carga comprobé que tenía una docena de whatsapps. Y allí estaba la sorpresa: Bettina me comunicó a media mañana que Flybiondi había suspendido su vuelo a Jujuy. Y me preguntaba qué hacíamos. Me cayó el alma a los pies: yo tan tranquilo dando vueltas por BBAA y a punto de salir para el aeropuerto y resulta que el vuelo estaba suspendido. Seguí leyendo con angustia los mensajes de Bettina y me decía que habían estado comprobando otras alternativas y que había un vuelo de aerolíneas que salía de Ezeiza a las 17:30. O si no dejarlo para el día siguiente y tomar otro vuelo que salía a las 4 de la mañana. Claro que esta segunda alternativa, además del madrugón, me exigía buscar un hotel para esa media noche en BBAA. Desesperado opté por la primera opción, pero claro aún había que conseguir el pasaje y salir pitando para Ezeiza que está a 40 Kms. y con un tráfico horrible. Bettina negoció con su gente la compra del pasaje y yo llamé con urgencia a un taxi para salir volando hacia Ezeiza pues eran las 14:30 y todo iría muy justo. Claro que mi móvil fuera del hotel ya no tenía conexión a internet y no podía seguir el proceso con Bettina. El taxista se compadeció de mí y me ofreció su móvil para que la llamara. Lo hicimos pero la línea nos decía que aquel teléfono que marcábamos (el que tenía yo en su whatapp no existía). Es que me das demasiados números, me decía el taxista que ya me estaba poniendo nervioso que, por ayudarme, atendía más al móvil que a la conducción. Le dije que Bettina vivía en Jujuy y él llamó a su mujer para que comprobara cómo eran los teléfonos de esa zona. Efectivamente había demasiados números en el que yo le daba. Quitamos los que sobraban y, milagro de Dios, al otro lado salió Bettina. Me dijo que ya habían comprado el billete, que me lo enviaba al móvil del taxista. Poco a poco pude controlar mi tensión y ya eran las 15:30 cuando llegamos a Ezeiza. 37.000 pesos me costó el viaje y le di 40000 porque el hombre se los mereció. Menos mal que había cambiado por la mañana.

Luego ya todo fue fácil. Saqué la tarjeta de embarque, esperé en la puerta de embarque. Conseguí dejar de sudar y relajarme un poco, y, cuando nos llamaron subí agotado al avión. Dos horas y media de vuelo. Un tiempo estupendo, de noche de verano, en Jujuy. A mi espera estaban Bettina y Ernesto su esposo, amabilísimos. Me trajeron al hotel dando un paseo por la ciudad, cenamos juntos saboreando un excelente vino de la zona. Y ya más entero, aunque con más sueño que voluntad (había dormido 3 horas en las últimas 30 horas) me dejé caer en la habitación del Hotel.

Eso de que viajar es vivir, a veces se tuerce y lo que acaba siendo es un “sinvivir”. Pero no me atrevo a quejarme porque ya oigo en la distancia a mi mujer recordándome que sarna con gusto no pica y que, si me quedara tranquilo en casa, que es lo que procede a mi edad, nada de eso me pasaría. Y como es verdad, pues a rañala.

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