miércoles, septiembre 28, 2022

LABORDETA

 


Ya lo había leído en la prensa: se estrenaba una especie de documental sobre Labordeta. La idea me pareció estupenda porque Labordeta me encanta. A veces cuando salgo a caminar (esa rutina diaria obligada para los cardiópatas, pero que no siempre asumes con gusto) y estoy de bajón, busco música de Labordeta en el Spotify. Siempre me anima y eso que él tampoco es que fuera la alegría de la huerta. Pero me recuerda a Zaragoza y desprende ese ánimo mañico que te contagia.

Tengo que decir que en el cine prefiero las historias a los documentales (una cosa más de televisión y de ver en casa o en sesiones de trabajo más sesudas).  Así que, aunque había títulos sugerentes en la cartelera, hicimos una excepción y entramos a pasar el rato con Labordeta.

La película está dirigida por su hija Paula (sin experiencia en el cine, pero mucha en TV) y Gaizka Urresti (guionista, director y productor, con gran experiencia en este tipo de biopics que ya les ha dedicado a Aute y a Buñuel). En realidad, aunque el personaje sea Labordeta, el eje sobre el que se construye el documental es su familia (esposa, hijas y nietas) que está presente a lo largo de toda la narración y van dando sentido y contexto a lo que se ve.

Cuando le preguntaron a Paula por qué hicieron la película sobre su padre comentó que la idea surgió cuando vieron que 50.000 personas desfilaban por delante del féretro para despedirlo. Era, dice ella, la expresión de la amargura por una gran pérdida. Les pareció que merecía la pena recuperar su vida, su imagen y su mensaje para que la muerte no los sumiera en el olvido. Después de verla, creo que han hecho un gran trabajo y que ese objetivo está cumplido.

Los aspectos técnicos de la película están bien. Se ha logrado una buena fusión del material de archivo (de su actividad como político, como cantante, como movilizador social; y también grabaciones del propio Labordeta: recordemos que recorrió España con su mochila y su cámara de super8) con el material grabado ad hoc (conversaciones con la familia, entrevistas a conocidos, etc.).  El sonido y la fotografía están muy trabajados, aunque con los altibajos propios de un documental que ensambla materiales de distintas épocas y calidades. Pero está bien, se disfruta de esa secuencia cronológica de un personaje tan interesante y humano.

El atractivo mayor del film está, desde luego, en el propio Labordeta, muy aragonés él (de Calanda, la tierra de la “rompida” de los tambores), en lo bueno y en lo malo. Aragonés en lo sencillo y humilde. El propio título lo recoge muy bien: Labordeta, un hombre sin más (tomado del estribillo de una de sus más conocidas canciones). Una humildad que, a veces, hasta adquiere tintes depresivos. Solo a un aragonés se le puede ocurrir fundar un partido político como el que organizó Labordeta: “izquierda depresiva aragonesa”. Aragonés en lo fuerte y resiliente (cabezón, le decimos en Navarra, tan parecida en eso a Aragón). Admira ver cuántas veces tocó fondo en su actividad (como poeta, como líder político, como cantautor, como personaje de TV.).  Aragonés en su franqueza sin filtros (su “a la mierda…” en el Congreso le ha hecho famoso). Aragonés en su orgullo identitario y en su amor por la tierruca. Y aragonés en su principal cualidad, la de ser “buena gente”. Me gustó mucho ver esta película porque me conectó con todas las sensaciones que yo viví con respecto a la gente que conocí y quise en mis años de estudio en Zaragoza (que eran, también los años de Labordeta; incluso aparece en la película uno de mis profesores). Las personas que yo traté eran también así.

Me han interesado muchas cosas de la película, desde luego. Yo he pasado muchos años trabajando y publicando sobre diarios, así que el hecho de que el diario de Labordeta sea una especie de manantial desde el que mana la narración de su vida, me pareció fantástico. Un diario que nadie conocía, ni siquiera en su familia, y que le servía a él como una especie de muro de las lamentaciones al que acudía a diario para desgranar sus cuitas. La gente de antes guardaba sus cosas en un baúl, Labordeta las escribía en su diario. Con todo lo que tiene el diario de vida real contada en presente, algo muy distinto de escribir tus memorias. Las memorias se construyen filtrando los recuerdos del pasado y acomodándolos a las expectativas de un presente que no es el de lo que cuentas. El diario no, el diario es un acta de cómo te sientes en el momento en que lo escribes. Emociona ver cómo su propia esposa se extraña de las cosas que cuenta y de las que ni siquiera ella llegó a percatarse.

Nacido en el 1935, Labordeta es, desde luego, un niño de la guerra civil española. Una guerra que, desgraciadamente, tuvo una fuerte presencia en Aragón. Y eso le marcó mucho, sobre todo en esa necesidad de “buscarse la vida”. Y eso fue lo que hizo a lo largo de su vida, luchar para ir abriéndose camino. Y volver a empezar cuando alguno de esos caminos se cerraba. Esa fuerza interior combinada con un gran amor a Aragón fue el motor que lo fue manteniendo activo. 

 Su gran carisma personal no provenía, como suele acontecer en otros personajes públicos, ni de su imagen de “galán” (bueno, quizás sí; no estoy capacitado para decirlo), ni de su dinero, ni de su pertenencia a la nobleza. Él era profesor de instituto y, por tanto, un personaje culto, pero alejado del mundanal ruido. Quiero decir, con ello, que, salvo quizás al final de su vida, nadie le regaló nada y tuvo que pelear por cada iniciativa que puso en marcha: publicar sus poemas; organizar sus conciertos; movilizar a los militantes de los partidos que fundó o a los que perteneció; participar en actividades culturales.  Lo que siempre tuvo en gran cantidad fue amor por Aragón. Y quizás eso es lo que más le agradecieron sus paisanos al morir, su preocupación por recuperar el orgullo de ser aragonés. Un orgullo amable y no excluyente. Un orgullo constructivo (él ya comenzó a quejarse de la “España vaciada” de los monegros y de Teruel en los años 60). Un orgullo cargado del fuego revolucionario que siempre llevaba en el alma. El mismo que conservó durante toda su vida y que da cuerpo a la melodía de ese “canto a la libertad”, que es el mensaje con la que se cierra el film.

 

 

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