miércoles, octubre 05, 2022

ARGENTINA 1985

 



Después de un verano de sequía no solo meteorológica, sino también cinematográfica, da gusto llegar al inicio de una nueva temporada y poder volver al cine con gusto y expectativas. Es cierto que estos días se está celebrando los “días del cine”, una idea estupenda, aunque se trate simplemente de bajar el precio de las entradas. Pero, mira tú, resulta que es algo que atrae. Hacía mucho tiempo que, hiciera sol o lloviera, no veía tanta gente en el cine. Y eso alegra el alma, te sitúa en una sala en la que compartes suspiros y sonrisas. La experiencia cinematográfica, como casi todas, es mucho más rica y satisfactoria cuando se comparte con otras personas. Bienvenidos sean los días del cine. Con buen cine, claro. Si no, para qué.

Lo de ayer tenía, además, un color especial. Se notaba una presencia fuerte de argentinos. Su acento silbante y cantarín, su alegría, resonaba en la espera para entrar en la sala. Supongo que, para todos de ellos, la película tenía resonancias muy especiales. La tensión silenciosa con que se iba siguiendo la historia, la dificultad para levantarse al finalizar, los gestos de quien sigue dándole vueltas en su cabeza a cosas que la película cuenta…impresionaba, la verdad.

Argentina 1985 es una película de este mismo año (2022) dirigida por Santiago Mitre (que ya había trabajado con Darín en películas anteriores bien conocidas, como, por ejemplo, La Cordillera, de 2017). El guión es del propio Mitre y de Llinás. El relato que se cuenta es bien sabido: el juicio a la nomenclatura militar que dirigió Argentina tras el golpe de Estado. Y se trenza la historia en torno a la figura del fiscal Strassera al que se encargó la acusación a los militares.

La película asume la estructura y estilo de los films clásicos de abogados y juicios. Diálogos brillantes, ritmo acelerado, posturas dicotómicas en las que bien y mal, justicia y maldad, están claramente alineados. El escenario te atrapa tanto por la dureza de los testimonios, como por la presión de los abogados a los testigos, por ese juego de roles tan desigual entre jueces, fiscales y abogados. Y para algunos, aún se añade a ello, ese atractivo especial que tiene la jerga jurídica y el cultivo de rituales y formas de cortesía que el mundo judicial exige. La película de Mitre asume y juega bien con esa coreografía.

 Dado que la historia que trata de contarnos el film ya la conocíamos (basada en hechos reales, se nos dice al inicio), el desafío de Mitre era cómo contarla, con qué actores, poniendo el acento en qué elementos de la historia real. Y, en mi opinión, acertó de pleno en las decisiones que fue adoptando. La elección de actores fue excelente: Darín llena la pantalla durante las 2 horas y pico que dura la película. Su segundo, Peter Lanzani, lo complementa muy bien. Los jueces y los acusados están muy bien caracterizados (a veces uno piensa que se ha trabajado con grabaciones del propio juicio). El equipo de ayudantes fiscales jovencitos se desenvuelve con la soltura que se espera de su edad.  Los hechos delictivos que se exponen en el juicio son realmente acciones aberrantes que te emocionan hasta las lágrimas y los gritos de desprecio por la falta de humanidad de quienes los planificaron y ejecutaron. Es decir, que, aunque la información no es novedosa, la forma de contarla te mete en el discurso y te atrapa y golpea. Al final, eso es el cine.

Pero hay un protagonismo implícito en Argentina 1985. Es el propio país, Argentina. No sé si es concebible una historia así en cualquier otro país. Que se juzgue a militares golpistas y genocidas en el propio país y en un tiempo tan inmediato a los momentos en que actuaron (lo que significa que aún mantienen parte de su poder y subsisten en el sistema muchos de sus colaboradores), perece impensable. Pero en Argentina se hizo. A trancas y barrancas, con dificultades enormes y controversias permanentes. Todo se hace complicado, pero a paso lento los argentinos van recorriendo el camino.

Y luego están los textos hermosos. Recuerdo siempre mi emoción la primera vez que pude leer en la verja del Palacio del Congreso, el Manifiesto del Congreso General Constituyente a los Pueblos de la Confederación. Aquel consejo del Congreso a los argentinos de que obedezcan su constitución: "los hombre se dignifican postrados ante la ley porque así se libran de arrodillarse ante los tiranos".  Impresiona la contundencia, el lenguaje claro y conmovedor con que se asume el desafío de la convivencia. Esa misma sensación de claridad, de sinceridad y convicción se tiene cuando se escucha el alegato final del fiscal Strassera: nada justifica privar a alguien de la protección de la justicia; secuestrar, torturar y matar no es hacer política, ni siquiera en el contexto de una guerra; los niños, mujeres y ancianos nunca son enemigos públicos. Hay cosas que cuando se tienen que repetir en público te destrozan por dentro y los sientes casi como una acusación para todos. Y ese grito final de “nunca más” se queda resonando como un eco en tu cabeza como un ritornelo que no cesa, aunque haga ya rato que en la pantalla sigan apareciendo solo los créditos finales del film. Por eso nadie se levantaba de su asiento, aunque la película hiciera ya tiempo que había concluido.

No hay comentarios: