lunes, septiembre 03, 2007

A tiro limpio




Cuando el sábado me anunciaron que el domingo iríamos al campo de tiro, me dio como una especie de escalofrío. Ni cuando hacía la mili me gustaba tirar. Y de hecho, yo que iba para alférez, me quedé en sargento por haber hecho mal una práctica de tiro (tiré antes de que dieran la orden y eso me costó un fin de semana de arresto y perder varios puntos en el expediente). Así que tirar, ni siquiera como deporte como en este caso, me atrae en exceso. Nunca lo había hecho antes, la verdad, pero como no soy de los que renuncian, fácilmente, a nuevas experiencias (cosa que con mi hermano pequeño resulta, por otro lado, difícil), allá nos fuimos.

La cosa comenzó con tiro al plato. Bueno, más bien comenzó con una sesión intensiva de consejos e instrucciones para el manejo de las armas que llevábamos, una beretta italiana y una browning belga. Es un mundo muy regulado éste. No faltó la advertencia de que no me deprimiera en exceso si no acertaba a los platos, que nadie lo hace al principio. Fue una recomendación muy oportuna porque efectivamente no acertaba ni por chiripa. Ellos le daban a la primera sin importar los trazados inverosímiles que seguía el plato, pero mis platos acababan sistemáticamente indultados. Al final, de los 25 tiros que hice (en realidad 50 pues en cada tiro usaba dos cartuchos) acerté a tres platos, puntuación claramente ridícula (ellos dos anduvieron por los 20 aciertos de los 25 tiros) pero que al menos me permitió salvar la cara.

Después tiramos a pistola y a rifle. Como la pistola debía estar algo descentradada todos lo hicimos igual de mal. Y con los rifles con mira telescópica la cosa fue igual de desigual (hasta los niños tiraban bien) pero se notaba menos pues los blancos estaban lejanos. Y a las dianas hasta yo fui capaz de darles, aunque fuera por las esquinas.

En fin, la cosa fue que estuvimos divirtiéndonos con armas de fuego, cosa que jamás habría pensado que haría. ¿Me gustó? Difícil de saberlo. Reconozco que resulta excitante (me decían que el oler la pólvora es como una droga que crea adicción), que admira ver la maestría con que algunos tiradores actúan y que es una actividad entretenida (se autorefuerza mucho uno mismo bien viendo su éxito bien buscándolo a la desesperada). Pero a mí no me llenó, supongo que, en parte, por mi propia impericia y, en parte, por ciertos prejuicios mentales en torno a las armas y esas cosas. Y eso, sin contar con que tengo el hombro derecho hecho migas por el retroceso de los disparos y que, disparo tras disparo, pude comprobar que mi pulso ya no es tan firme como yo creía. Tampoco se ensañaron conmigo en exceso a pesar de los fallos (y eso que en alguna ocasión Rafa, tras acabar el cargador sin acertar ni una, no pudo evitar gritarme que le tirara la pistola al blanco que seguro que le daba). Pero me encantó haber tenido la experiencia y comprendo muy bien que quienes sepan tirar disfruten mucho haciéndolo.

No hay comentarios: