Mi amigo Luis Martín, psicoanalista de pro, me ha dicho en Cuenca que va a trabajar sobre la ternura. Me ha hecho ilusión saberlo porque eso puede significar que quizás nos encontremos en ese cálido terreno de la relación entre personas. Lo digo porque, también yo, llevo un tiempo dándole vueltas al tema de las relaciones y a su sentido en la educación y el desarrollo de las personas. Dicho así, es cierto, suena a tema global e inabarcable, pero mi interés reduce ese espacio infinito al tema del “cuidado”, de los cuidados como forma de relación entre las personas.
Bueno, ya sé que los psicoanalistas usan senderos muy propios para analizar los temas. Ya he visto que algo de eso pasa con la ternura, pero conociendo a Luis seguro que aporta cosas muy interesantes.
También soy consciente de que la ternura es más que el cuidado, pero ambas pertenecen al mismo espacio semántico, al mismo empeño por reconocer al otro y vincularnos a él o ella de una manera positiva. Y me alegra coincidir en este ámbito de ideas, porque veo, además, que a Luis le pasa como a mí. Te entra una idea en la cabeza y no puedes sacarla de ahí. Da vueltas, fermenta, sueñas con ella, te la formulas mentalmente una y cien veces buscando cómo expresarla, cómo organizarla internamente. Miras en tus libros, en internet, sacas disimuladamente el tema cuando hablas con amigos, la mencionas en conferencias o textos que hablan de otras cosas. Luis ya me había hablado en varias ocasiones de su interés por el tema de la ternura y seguro que yo ya le había mencionado algo de esta historia de los cuidados. Así que estamos ambos recorriendo el camino de la creación intelectual que es como un embarazo y que acabará, o eso esperamos, en algún escrito o libro formal. Pues sí, por esos derroteros ando yo, un poco perdido aún, pero haciendo camino como decía el poeta.
Quizás sea la edad la que provoca que temas así te atraigan. Dado que, ya mayores, vivimos sobre todo de recuerdos, debe ser que aquellos recuerdos que más se fijaron en nuestra mente (y nuestras sensaciones) fueron los momentos de ternura que hemos vivido. ¿Cómo olvidar el momento en que tus nietos bebés se agarraban fuerte a tu dedo como si su vida dependiera de ello? Todos esos momentos de ternura acumulados en nuestra infancia, en nuestros noviazgos, en nuestra vida de pareja, en los años con hijos pequeños, en la relación con nuestros padres mayores (recuerdo que me emocioné hasta las lágrimas con un vídeo en el que mi amiga Inés cantaba con su madre moribunda las canciones que ella le había enseñado de pequeña). Son como reservas de fe y resiliencia que mantienes dentro de ti como oro en paño. ¡Qué importantes son esas reservas!
Y sí, claro, hablar de ternura es diferente a hablar de cuidados. Y doy por hecho que la mirada psicoanalítica de la ternura se construye desde miradores diversos a los que utilizamos los pedagogos y educadores para hablar de esas cosas. “Ternura es reconocer los problemas o dificultades del otro y estar dispuesto a ayudarle”, me decía Luis (bueno, seguro que él lo decía mejor, pero ésa era la música). Bien, le dije, aunque para nosotros en educación el camino es un poco diferente, no cuidamos del otro solo porque tenga problemas o cuando tenga problemas, le cuidamos y ayudamos porque es un “otro” que está a mi lado y esa condición de otredad me compromete. En realidad, yo soy yo porque hay otros a mi alrededor. Y es en esa “otredad” que cada uno de nosotros va creciendo y desarrollándose porque la relación con los otros, si está basada en el cuidado mutuo, nos enriquece. Nada de eso sucede, lamentablemente, si esos “otros” a mi alrededor no existen para mí o los siento ajenos.
Hay palabras hermosas en nuestro idioma: fraternidad, sororidad, amistad, cordialidad. Entre ellas podríamos incluir “otredad”, que pese a que nos suena raro, nos viene bien para caracterizar esa relación, a veces intangible, que nos une a quienes están a nuestro lado, aquellos con quienes compartimos la cualidad de otro (ellos son “otro” para mí; yo soy “otro” para ellos). Pero, así como amistad, sororidad, fraternidad expresan una versión positiva del tipo de relación que describen (la de ser amigo, sentirse hermano o hermana, ser cordial), decir “otredad” deja la relación en un espacio neutro, indefinido, sin connotación positiva. La otredad puede estar vinculada al desprecio y alejamiento del otro porque lo siento diferente a mí, mi contrario, mi enemigo; o, por el contrario, podemos vivirla como una forma de reconocimiento, de vinculación, de cuidados.
La cuestión es sentir al otro no como alguien o algo que está ahí, pero que nada tiene que ver conmigo, o yo con él. Eso es, justamente, la negación de la otredad. Los otros están ahí, pero son invisibles para mí. Solo nace la condición de otro cuando ese otro se hace visible, reconocible, cuando entra en mi mundo. Y esa relación se convierte en positiva (como es la de fraternidad, o amistad) cuando a la mera presencia del otro le añadimos la condición de alguien vinculado a mí: el otro, los otros no solo están ahí, están ahí conmigo. Es a través de esa presencia consciente y compartida que los otros, que ya son visibles, entran a formar parte del ecosistema de cuidados mutuos al que yo me adhiero y pertenezco.
La ternura es una cualidad añadida que, a veces, aparece en el cuidado del otro, en la relación con el otro. La ternura va subsumida en la mirada, en la palabra, en el gesto, en el contacto físico, en la proximidad. Es comunicación verbal pero, sobre todo, no verbal. La ternura connota la relación que se mantiene con el otro. Decía Eric Fromm que la ternura es un afecto desinteresado, una forma de acercarte al otro con un propósito dirigido a la relación en sí, no a lo que puedas obtener de ella.
Lo importante para mí es que la ternura lleva siempre dentro de sí el cuidado. Da calor y color al cuidado. Es algo que añadimos a nuestra forma de estar con los otros. Cierto que ese cuidado con ternura resulta más fácil de otorgar cuando esa relación se refiere a los niños o a personas ancianas o dependientes. O cuando las relaciones se producen en espacios íntimos y saturados de afecto. La ternura, en esos casos, debe superar menos filtros racionales o sociales. Quizás por eso, en educación, más que hablar de ternura (que también se habla y de hecho hay importantes corrientes de “educación basada en la ternura”), nos quedamos en los cuidados. Es difícil llegar a la ternura, pero resulta necesario insistir en la idea de los cuidados. Porque siendo algo esencial en la educación, es algo que, sin embargo, se va perdiendo. Cada vez más, la educación se convierte en competición, en control, en exigencia, a veces en bulling y exclusión de los diferentes. Es decir, lo contrario al cuidado y la ternura.
Pese a la carga de ingenuidad que comporta, ¿no sería estupendo pensar en nuestras escuelas y universidades como unos ecosistemas educativos basados en el cuidado (cuidado de uno mismo y cuidado de los otros)? Si las escuelas y universidades fueran así, algo se nos pegaría en los años escolares que haría que nuestra vida adulta fuera diferente, al menos en lo que a las relaciones humanas se refiere, enriqueciéndolas con versiones más amigables y menos duras que las que actualmente mantenemos. ¿No tenéis la sensación de que la propia idea de “otros” ha ido desapareciendo en favor de yo, mi, lo mío, los míos?
En fin, comenzé la entrada con la ternura (el tema de Luis Martín) pero, al final, se me ha escapado por el tema de los cuidados. Yo siempre barriendo para casa. Pero, tampoco le falta lógica a este giro temático. Al final, la ternura solo es posible sobre una base de cuidados. La ternura es la guinda del pastel de los cuidados, es un cuidado premium. Porque puede haber cuidados formales, incluso fríos; cuidados profesionales; cuidados manipuladores, cuidados basados en el dominio o en la búsqueda de rentabilidad; cuidados por compromiso. Al final, cuidados sin ternura.
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