sábado, mayo 18, 2024

FRANCO FRABBONI, ADIOS AMIGO.

 


        

Un whatsApp de Quinto Borghi me indicaba ayer que nuestro común amigo Franco Frabboni había fallecido. Una mala noticia, de esas que hacen mucho daño. Él ya se había retirado de la vida pública hace varios años. Y lo hizo como hacía él las cosas: sin medias tintas. Tomó la decisión y ya no hubo nada más que hacer. Eso nos produjo una fuerte inquietud a quienes nos sentíamos sus amigos, pero al menos sabíamos que seguía vivo. Ahora se fue del todo y su ausencia adquiere otra dimensión más profunda y dolorosa. Él se fue, ahora sí, para siempre.

Era fácil ser amigo de Frabboni. Siempre, claro, que le cayeras bien. Él era un líder natural y ejercía su liderazgo sin componendas, con posiciones claras. Cuando yo lo conocí, allá por los años ochenta del siglo pasado, la pedagogía italiana, al menos la académica, estaba muy dividida entre laicos y católicos. Él, con todo el grupo de Bolonia, estaba entre los laicos y participaba animoso y enérgico en las batallas cotidianas que son habituales en el mundo académico. No le faltaron, por tanto, ni partidarios ni contrarios, pero él se sentía bien en esa militancia y hasta disfrutaba participando en controversias y debates de política académica y educativa. Eso sí, nunca le vi faltar al respeto a nadie. Él defendía sus ideas y postulados, pero sin negar que los que no pensaban como él hicieran lo propio con las suyas.

Franco tenía, además, un arma potente: su dominio del italiano. Un italiano rico, creativo, innovador. Maestro en metáforas y analogías, sus textos y conferencias eran capaces de transportarte  a un mundo de imágenes y sinonimias en el que, en lugar de un aburrido lenguaje académico, te ofrecía flores o juegos o fantasías. Supongo que el hecho de especializarse en Educación Infantil tuvo algo que ver con esa capacidad para jugar con el lenguaje. Le conté que por su dificultad, sus textos solían utilizarse en España en exámenes de italiano de nivel alto y él se reía encantado. Era bonito escucharle porque todo resultaba muy sonoro y eufónico. Más complejo resultaba, desde luego, traducirlo (algo que me tocó hacer muchas veces). Como era imposible hacerlo de forma literal (mi nivel de italiano no me daba para tanto), yo lo hacía de forma libre y él me miraba atento cada vez que yo lo paraba para traducir lo que había dicho, porque ya veía que lo que yo estaba traduciendo añadía cosas que él no había dicho. Eran algo así como notas a pie de página para que los asistentes pudieran entender el sentido de lo que Franco decía. Era como un juego que nos traíamos entre los dos.

 Con tantos años de vida académica a sus espaldas a Frabboni le dio tiempo a hacer muchas cosas, a ocupar muchos cargos y asumir diferentes responsabilidades en la Universidad y en el entorno educativo de su Bolonia querida. Catedrático de Pedagogia Generale, fue junto a otros notables colegas (Bertolini, Canevaro, Gatullo, etc.) un caposcuola de la que se configuró como “escuela pedagógica de Bolonia”, con un perfil muy alineado con los planteamientos educativos de la sinistra reggioemiliana. Presidió por dos periodos la Facultad de Scienze della Formazione, presidió el Istituto Regionale di Ricerca Educativa (Irrsae) de la Región de Emilia Romagna, presidió la Sociedad Italiana de Pedagogía (SIPED), que le premió en el 2016 con el reconocimiento a toda su carrera profesional. Puso en marcha y dirigió diferentes revistas de reconocido prestigio: Scuola Se, Infanzia, Ricerche di Pedaogia e Didattica, etc. Autor de innumerables libros, muchos de ellos traducidos al español, donde tenía muchos seguidores, entre los que yo mismo me incluyo.

Franco Frabboni, fiel heredero de la visión fenomenológica de la educación de su maestro Bertin, se movió siempre en un pensamiento pedagógico muy vinculado al territorio y a las prácticas escolares. Su irrupción en la pedagogía española fue a través del libro que escribió en 1980 con Galetti y Savorelli: El Primer Abecedario: el ambiente. Por entonces, yo andaba también en esas lides. La fortuna hizo que en un viaje académico a Bolonia (yo iba en busca de Bertolini, que había escrito sobre menores inadaptados, el tema de mi tesis), me encontrara con Franco que entró a resolver algún tema en el despacho de Bertolini. Hablamos, nos caímos muy bien y desde entonces comenzamos a colaborar. Y a través de ese aprecio y reconocimiento mutuo, mi propio pensamiento pedagógico se fue modelando al socaire de los movimientos que se iniciaban en Italia y que de una manera u otra fui incorporando a mi trabajo en Santiago de Compostela: la importancia del territorio, la idea de la programación como adaptación al contexto, la autonomía escolar, el proyecto educativo de las escuelas, el sistema formativo integrado, la mirada artística sobre el quehacer educativo, etc. etc.

Con todo, sin menoscabar todo lo que ha significado Franco Frabboni para la Pedagogía Italiana del último siglo (y para la española), lo que más me apetece recordar de él en este momento es lo importante que ha sido Franco para cuantos hemos tenido la fortuna de conocerlo y de trabajar con él, esa dimensión humana que, a veces, otros méritos más formales dejan en la sombra. La faceta humana de Franco, su calidez, generosidad y simpatía lo tenían en un permanente estado de gracia. Elegante en su porte (italiano, al fin), gran conversador y polemista, simpático y vital, era fácil estar con él. Le notabas que disfrutaba con lo que hacía y que estaba convencido de lo que decía. Le gustaba la buena comida, pero se excusaba por apreciar menos de lo que debiera el vino. Madrugador compulsivo (es que, si no lo hago, no encuentro lugar para aparcar en la Facultad, decía), tenía tiempo para hacer mil cosas. Aficionado acérrimo de sus equipos de calcio (que, hasta donde llegué a entender, iban variando), las tardes de fútbol no se despegaba de su pequeña radio de bolsillo. Peregrino permanente de la red ferroviaria italiana que se conocía de memoria, recorrió cien veces todo el país (de Bresannone a Sicilia; de Génova a Trieste; con paradas sistémicas en Urbino, Bari o Foggia) participando en Congresos, impartiendo cursos de formación y actualización docente, asistiendo a reuniones y proyectos de innovación. Su red de contactos y aprecios por toda Italia era asombrosa (yo lo pude comprobar cuando participe en diversas comisiones ministeriales italianas). De los muchos viajes que hicimos juntos, de los encuentros en congresos y encuentros de diverso tipo que compartimos, siempre me quedó la imagen de esa persona prestigiosa, amable, próxima y elegante que te hace sentir bien. De tanto ser huésped él mismo en cientos de lugares, acabó generando en sí mismo una gran sensibilidad como anfitrión cuando era él quien te llamaba.

En fin, la pérdida del pedagogo y científico Frabboni deja un gran vacío en el ámbito de nuestra disciplina (aunque ahí quedan sus excelentes continuadores: Franca Pinto, Massimo Baldacci, Luigi Guerra, Eugenia Lodini, Milena Mannini, Quinto Borghi y un larguísimo etc. que yo soy incapaz de concretar), pero el vacío que deja el amigo Franco es aún mayor y más doloroso. Ya lo fue su retiro absoluto de la esfera pública hace varios años. Vivió mal su jubilación y trató de neutralizar su malestar de pensionato con una sobreactividad febril (la última vez que le vi, ya jubilado, me contó que escribía un libro por mes), pero comenzó a sentirse mal y llegó un momento en que dijo basta. Y blindó su soledad en la casa familiar. Supongo que solo los más íntimos sabían de él; los demás le perdimos del todo, aunque saber que seguía vivo te tranquilizaba. Ahora ya, todo acabó. Otro amigo que se va, otra pena que asumir, otro duelo a elaborar.

Adiós querido amigo Franco. Te seguiré recordando lo que me dure la memoria. Y gracias sinceras por lo mucho que aprendí de ti y todo lo que disfruté contigo.

 

 

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