jueves, diciembre 28, 2023

SAMSARA

 


Lo que había oído de la película (comentarios, trailers, etc.) provocaba curiosidad. Cierto que algunas reacciones eran negativas, pero ninguna le negaba a Lois Patiño la originalidad, incluso la osadía, en su propuesta (el tema de la muerte, el ambiente tibetano, el cerrar los ojos…). Y eso la hacía, cuando menos, atrayente.

SAMSARA viene a significa en el ideario budista el proceso que conecta la vida con la muerte y ésta con la reencarnación. La muerte no es el morir sino todo el proceso previo en el que te vas preparando para hacerlo con dignidad y para aprender a cómo manejarte cuando hayas muerto (la viejecita que muere se pregunta constantemente “¿qué haré yo cuando esté muerta”). Por eso a quienes esperan la muerte, alguien les debe leer un libro que les oriente sobre lo qué hacer en ese tránsito entre la muerte y la reencarnación.

Lo que hace Patiño en el film es tratar de llevarnos a experimentar sensorialmente ese proceso.  De manera que la película se convierte en un recorrido visual y acústico que nos lleva de la vida a la muerte y de la muerte a la nueva vida. La viejecita muere (cierra los ojos) y entra en un proceso suprasensorial de luces y sonidos (que también los espectadores seguimos con los ojos cerrados) hasta que retorna a la vida, esta vez reencarnada en una cabritilla africana.

En la película no hay actores profesionales, no hay guión (sí que lo hay, pero irrelevante), no hay historia. Imposible hacer spoiler. Patiño nos conduce a través de un sendero puramente visual y emocional. El gran protagonista del film es la cámara que va buscando permanentemente paisajes e imágenes que te abracen y te sitúen en el escenario emocional adecuado al momento. Y también el ritmo del film se ajusta mucho a ese propósito: ese ritmo lento y redundante con que identificamos la parsimonia budista. Y, sea cual sea la opinión que nos merezca la película, hay que reconocer a Patiño que ha logrado crear un mundo visual y acústico fantástico: la escena de las cataratas, la lancha por el río, las montañas enhiestas, las playas africanas, los sonidos tántricos, las vestimentas tanto budistas como africanas, los sonidos postmorten, etc. etc. 


 

Es una película para dejarse llevar. Si te quedas fuera, la sufres más que la disfrutas. Al menos, mientras estás en el cine has de entrar en el juego que te propone el film. Ese es el riesgo que ha querido afrontar Patiño. No muy distinto al que afrontamos todos los días los profesores y conferenciantes. Si no logras que el auditorio acepte tu convite al baile, a tu baile, difícil que la cosa vaya bien. Por eso, resulta fácil entender que las críticas a Samsara sean tan diversas.

Tengo que reconocer que yo acepté el reto. Tenía mis dudas iniciales, pero, aunque me cuesta aceptar desafíos y amoldarme a las propuestas que se hagan (una reticencia que va aumentando con la edad), me puse en modo colaboración y entré en el juego. Por supuesto cerré los ojos (aunque los abrí un par de veces para comprobar que la pantalla seguía en negro) y pensé en la muerte, incluso la mía, según avanzaba la historia. No saqué mucho en limpio, la verdad. Lo de la reencarnación en animales me resulta demasiado fuerte.

Y como, aunque asumas una posición receptiva con respecto al film, nunca puedes renunciar a tu capacidad intelectual y analítica, sí que hubo cosas que me llamaron mucho la atención. Por ejemplo, el grupo de novicios budistas que visualmente resulta muy atractivo, pero cuando ves a niñitos pequeños en esas posiciones, aburridos y bostezando, sientes pena por ellos. Y lo digo yo, que salí de casa a los 11 años para ir a un seminario lejos de casa. También me pareció una vida irreal la de los monjes budistas: allí nadie trabajaba, simplemente disfrutaban del ambiente fantástico en el que vivían. Añadamos a ello que, como pedagogo y profesor, me parecieron muy chorras las cosas que estudiaban tanto en Laos como en Zimbaue (seguro que es cosa del cine, es imposible que a su edad estén haciendo esas bobadas). Y esa sensación tengo con respecto a los diálogos que se intercambian los personajes tanto en un ambiente como en el otro: ¿cómo puede ser que las conversaciones sean tan simples, que el lenguaje tan pobre, el discurso tan infantil e ingenuo?, ¿no responderá eso más a nuestros estereotipos que a la realidad de las cosas? Quizás sea la traducción que hacemos de las palabras…

En fin, Samsara es un gran espectáculo visual que exige colaboración por parte de los espectadores. Tiene el encanto de la originalidad y la belleza que le otorga lo exótico tanto en lo ambiental como en lo cultural. Pese a que ése pudiera ser el objetivo del director (yo creo que ni siquiera pensó en ello), no logra llevarte a pensar en el tema de la muerte. Pero así y todo, es una interesante experiencia sensorial. Recomendable solo si usted no es de esas personas a las que les molesta que les involucren en la historia que se cuenta

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