Se me quejaba alguien hace poco de que este blog había perdido interés porque ya solo subía post relacionados con el cine. Estoy de acuerdo y yo mismo siento la falta de otro tipo de comentarios que aireen un poco más este blog y, a la vez, lo hagan regresar a lo que siempre fue y así se recoge en su propia denominación de poutpurri: "cajón de sastre y plaza pública virtual en la que se puede hablar de todo según el humor de cada día". Tengo que confesar, además, que esa ausencia de otros temas es solo el síntoma de un cierto vaciamiento interior, sea por autocensura, sea por ese estado de atonía anímica que acaba cubriéndolo todo como una niebla espesa, o, quizás sea, por lo contrario, consecuencia de un estado de excesiva actividad externa que no deja espacio a ese pensar sosegado que requiere el escribir. Si miro de reojo a este 2023 que acabamos de dejar atrás, veo con claridad que ha habido mucho de las tres cosas. Si me atreviera a hablar del 2023 como si fuera una película tendría que decir de ella que me resultó bastante decepcionante, que verla hay que verla porque no puedes dejar de hacerlo, pero que, aunque tiene (ha tenido) momentos relevantes, en su conjunto deja mucho que desear.
Y, en todo caso, ya estamos en la escena siguiente y hemos de comenzar el nuevo año mirando, sobre todo, hacia adelante; olvidando o dejando a un lado lo que acabó y buscando algo de esperanza en ese baúl escondido en el que guardamos nuestras reservas de resiliencia. Todo nos hará falta.
El 2024, si lo vemos con las gafas de la esperanza, tiene sus cositas. Por un lado, y desempolvando el valor de aquel juvenil “ahora que de todo hace ya 20 años” que cantaba Gil de Biedma, nosotros continuaremos con nuestro caminar por la historia con un más preocupante “ahora que de casi todo hace ya 50 años”. Ya celebramos el medio siglo de nuestra graduación y este año nos toca celebrar el de nuestro casamiento. Lo que significa, antes de nada, que nosotros era acabar la carrera y casarse de inmediato. “Para poder follar sin que mi madre estuviera siempre dándome la lata”, decía una colega cuando quería explicar el porqué de esa prisa. En nuestro caso, no creo que fuera por eso, pues ese agobio ya lo teníamos resuelto, pero en cualquier caso, eso fue lo que hicimos. Y nos salió bien.
Otra cosa buena va a tener este año cincuentenario: va a ser el primer año, desde aquel lejano 1974 en que no tengamos que pagar hipoteca. Han sido cincuenta años de ir encadenando una hipoteca tras otra, desde aquel millón y poco de pesetas que nos costó en 1974 nuestro primer piso en el barrio de Moratalaz de Madrid, pasando después por Pontevedra, Santiago y Coruña. Primero firmaba uno letras que iban pagando una a una, mes a mes, y guardando con mucho cuidado el resguardo. Luego la cosa se tecnificó y ya se gestionaba todo directamente por el banco. Tú lo único que notabas era que al inicio de cada mes volaban 600€ de tu cuenta. Y así mes tras mes, año tras año. Toda una vida. Una preocupación menos para el 2024.
Y no será el último cierre que se irá produciendo en este año nuevo (mal que nos pese, estamos en edad de ir cerrando etapas y compromisos). En mi caso, cerraré ya definitivamente mi relación directa con la universidad. Me jubilé a los 70 (en el 2019) y me he mantenido ligado a la USC como emérito hasta los 75 (lo que sucederá a finales de agosto del 2024). Las normas del emeritaje se modificaron hace unos años y ahora uno queda de emérito durante toda su vida, solo que ya sin una relación contractual con la universidad. Con seguridad, yo continuaré haciendo cosas que tengan que ver con la educación y la universidad, pero ya desde los márgenes de lo institucional y a título personal. Podré seguir poniendo bajo mi firma lo de profesor emérito de la USC, pero más como una condición intangible que como pertenencia específica a su claustro académico. A ver cómo lo llevo, porque es como quedarse huérfano, aunque sea a los 75 años.
Y aún hay más elementos luminosos titilando con luz incierta en ese cielo estrellado del 2024. Algunos tienen que ver con la salud y los médicos. Como ya lo fue la del año que cerramos, la agenda del nuevo año va a estar repleta de citas médicas y pruebas de todo tipo. Seguirá mi calvario con hematólogos y cardiólogas a la espera de que alguna de sus sospechas se confirme o podamos rechazarla del todo. Todo se está haciendo demasiado largo, pero supongo que más que quejarse lo justo es alegrarse de que aún sigamos en ello, de que no se haya producido ningún desenlace nefasto. El 2024 será, quizás, el año en que acabaré entrando en la cofradía de las personas con marcapasos o desfribilador acoplado al pecho. Y de nuevo, esa preocupación de a ver qué tal lo llevo y cómo me adapto. De todas formas, salvo por el coñazo que supone pasar tantas veces por el hospital para hacerte pruebas (algunas, como las resonancias, bien jodidas para alguien tan claustrofóbico como yo), no me quejo. También ha sido la oportunidad de conocer a médicos simpáticos e incluso poder hacer amistad y colaborar académicamente con ellos. Hacerse mayor (ese ir acumulando edad año tras año) implica inevitablemente que el cuerpo y su maquinaria se van haciendo cada vez más protagonistas, se van ganando posiciones y pasando del fondo (esos tiempos en los que uno se dedicaba a vivir porque el cuerpo funcionaba por su cuenta y como si todo viniera de fábrica) a la figura (ahora vas dejando poco a poco de vivir y el hacer cosas va pasando a ser el fondo porque la figura, el factor esencial, el que lo va condicionando todo es justamente el cuerpo). Condición que en mi caso aún se complica más, pues no es el cuerpo en cuanto chasis lo que me genera problemas (aunque, también), sino el motor. Y eso lo hace todo más traicionero. Yo no siento dolores, pero sé (porque me lo dicen) que allá adentro están pasando cosas raras.
Y para cerrar esta cartografía de expectativas para el 2024, diré que también aparecen en el horizonte cosas buenas e, incluso, muy buenas. Ya dije que Elvira y yo celebraremos nuestras bodas de oro y queremos hacerlo por todo lo alto, convocando a cuantos han tenido que ver con nuestra experiencia personal y de pareja: hermanos, hijos, nietas y amistades. 50 años dan para querer a mucha gente.
Tampoco se va a cerrar mi vida profesional durante este próximo año. Seguiré presidiendo la Asociación Iberoamericana de Docencia Universitaria (AIDU) con la que haremos un Congreso internacional en Lisboa en el mes de Junio. Y seguiré también presidiendo la Red Española de Docencia Universitaria (REDU) con una notable carta de actividades a lo largo de todo el año. Por otra parte, ya me he comprometido con varios cursos de doctorado con universidades americanas, con el asesoramiento durante un año a la Universidad CETYS internacional de Baja California, con la inauguración de la Feria del Libro de Buenos Aires en su sección de educación. Y según me han anunciado, en abril seré nombrado miembro correspondiente de la Academia Nacional de Educación de Argentina. Y todo ello cuando aún estamos a 1 de Enero. Supongo que con el correr de los días irán apareciendo otros compromisos. Así que aburrir, no me voy a aburrir.
En fin, con esta mezcla de sentimientos, este pequeño marasmo entre nostalgia (aquello de que en el pasado casi todo fue mejor y la edad elevada siempre va unida a nuevas dificultades) y esperanza (¿quién sabe lo que nos va a deparar el nuevo año?), voy a afrontar el 2024. Cuando lea este post, allá a finales de año, podré hacer balance de ganancias y pérdidas.
¡Voy a tocar madera por si acaso!
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