Ya tocaba ir al cine. Después de una semana completa con las tardes ocupadas dando un curso de doctorado virtual, necesitaba el reencuentro con una historia interesante contada en el cine. Y nos fuimos a ver LA MEMORIA INFINITA, película chilena de este mismo año, dirigida por Maite Alberdi y protagonizada por Paulina Urrutia y Augusto Góngora.
Es un film duro y tierno a la vez, que aborda el tema del Alzheimer, aunque su directora insiste en que lo que quería contar es una historia de amor, no hacer un film sobre el Alzheimer.
Es, desde luego, una historia de amor, pero las características del Alzheimer son tan dramáticas y perturbadoras que es difícil sacárselas de la cabeza mientras disfrutas de la historia de amor que te están contando. Por otra parte, el hecho de saber que te están contando una historia real, la historia de los dos protagonistas, aún aumenta más la emoción por lo que estás viendo. Sientes que no es ficción, que no son actores ejecutando su rol; son ellos mismos, él haciendo de sí mismo y ella siguiendo con el mismo papel de cuidadora paciente que vive en el día a día. Además, la directora no rehúye momentos de crisis. Ella confesaba en una entrevista que había sido el propio Augusto quien lo había autorizado en un momento de lucidez).
Paulina Alberti ha logrado controlar el dramatismo propio de la enfermedad introduciendo una tercera línea de desarrollo del film, la historia de ambos personajes; lo que le permite, además, incorporar los trágicos momentos de la historia de Chile que a ellos les tocó vivir. De esa manera, contraponiendo las tres emociones (el amor a toda prueba, la enfermedad implacable y el valor de la oposición a la dictadura) se teje un equilibrio suficiente para mitigar la desesperanza que produce el Alzheimer.
Es curioso cómo, con frecuencia, las enfermedades acaban destrozando lo más valioso que cada uno tiene. A Augusto Góngora, que dedicó toda su vida a documentar la historia de Chile, a teorizar sobre la importancia de la memoria histórica para construir la identidad (“los que tienen memoria, tienen coraje y son sembradores; sin memoria no hay identidad”, dice él); pues a él, justo a él, viene el Alzheimer y le borra justamente la memoria.
Con todo, lo que impresiona más del film es el papel de Paulina Urrutia. Ella es una actriz, no es una neuróloga, ni una psicóloga, ni una monja resignada. Quizás no sepa mucho del Alzheimer ni de su tratamiento (si lo supiera no se desesperaría tanto por el hecho de que él no la reconociera en un momento de crisis), pero sigue enamorada de su marido y está dispuesta a hacer lo que sea preciso para mantenerlo a flote y no perder su consciencia. Y, eso sí, juega de manera brillante (en eso se nota su condición de artista) a hacerle recordar sobre su vida en pareja, sobre sus actividades profesionales, sobre sus amigos, etc. Y todo ello con una paciencia infinita. Efectivamente, yo he visto más una película de amor que un documental sobre el Alzheimer. Me hubiera dado igual que la enfermedad o la situación personal de Augusto hubiera sido cualquier otra.
Técnicamente la película es aceptable, normal. Sin excesos, ni grandes parafernalias. La fotografía es buena. A veces, las imágenes se difuminan y resultan borrosas. A propósito, calculo, para reflejar las alteraciones que el propio protagonista sufre en su visión. O, quizás, para destacar la condición de documental del film. La directora va jugando bien con distintos escenarios, lo que permite relajar el constante e intenso mano a mano entre los dos protagonistas. Y lo que hay es un muy buen trabajo de documentación y post-producción para ensamblar el presente y el pasado, para conjugar los momentos de enfermedad, con documentos de la historia personal de los protagonistas y de la historia de Chile. Y son muy de agradecer los 85 minutos que dura el film. En el despelote actual de películas infinitas, la parsimonia de Maite Alberdi se agradece en el alma.
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