miércoles, marzo 02, 2022

UN PEQUEÑO MUNDO

 

 

Duele, duele mucho. Tenía que irme recordando cada poco que era solo una película, un ejercicio de ficción. Es lo que hago con mis nietos cuando aparecen escenas excesivas en las películas. No sé si ellos se lo creen. También me costaba a mí creérmelo: ¿cuánto tendrá de ficción y cuánto de documental este film?

“Un pequeño mundo” (2021) es el primer trabajo que nos ofrece la belga Laura Wandel. Ella es la ideadora, guionista y directora del film. En los tres roles hace un trabajo fantástico y, dado que lo que se propone es meterte en su historia, a fe que lo consigue de forma plena. Cuando la película se cierra de forma inesperada y en pleno climax, en la sala no se movía una mosca y todos estábamos sosteniendo nuestra respiración. Tardamos bastantes minutos en recuperarnos y volver a la realidad.

La película nos cuenta la experiencia escolar de dos hermanos: el mayor de entre 10-12 años y la pequeña, quizás de 6, que comienza con miedo su vida escolar.  Es fácil sintonizar con la angustia de la pequeña al despedirse de su padre y comenzar su primer día de cole. Afortunadamente, allí está su hermano mayor que la protegerá y será su punto de referencia cuando ella tenga miedo. Y allí están las piezas del sistema (personas, normas, momentos, actividades) que pretenden ser neutras y amigables, pero que no siempre lo son a los ojos de unos niños asustados.

Ese día de ingreso en el colegio es el inicio de una historia intensa, una cotidianeidad con momentos felices y otros dramáticos. El film, obviamente, se centra en estos últimos. Una pena. Sigue vigente la vieja idea de que las buenas noticias no son noticia: si se busca el espectáculo, funciona mejor el drama. Y la película lo consigue, desde luego. Es la mirada de la niña la que nos va conduciendo a través de la historia dramática del abuso escolar.

Llevé a mis hijos al colegio y sigo haciéndolo con mis nietos cuando tengo oportunidad. Y uno lo hace siempre con mentalidad positiva, convencido de que ellos y ellas, aunque a veces están reticentes, con sueño y pocas ganas, en el fondo van felices porque allí se lo pasan bien con sus amigos y amigas. Y entonces te llega este mensaje que es como un botellazo en el cogote que te descoloca y aturde.

Sin querer hacer spoiling (la película merece la pena verse), resulta obvio que lo que Laura Wendel quiere reflejar es el acoso escolar. Un acoso con acosadores y víctimas. Con víctimas que se convierten en acosadores. Un acoso con muchos matices y formas de violencia. La violencia de los niños más física y primitiva; la de las niñas, más sofisticada y punzante. En ambos casos, la expresión de una maldad de la que ni los niños se ven libres. Y eso es lo que duele, porque no se entiende, no cuadra con nuestra idea de lo que es y supone ser niño o niña.

Hace unos años me tocó dirigir una investigación en las escuelas de Galicia sobre la convivencia. Los resultados fueron muy alentadores, apenas había conflictos serios de convivencia en nuestras escuelas, pero sí obtuvimos datos muy interesantes y que al ver la película me han venido de nuevo a la mente. En la visión de los estudiantes más que violencia entre compañeros había una violencia del sistema y de los adultos hacia los alumnos. Y en lo que se refiere a los espacios y momentos en los que dicha violencia se produce, aparecían, efectivamente, los patios, el comedor y los baños (es decir, aquellos momentos y lugares menos vigilados por los adultos). La película lo refleja muy bien. Y por eso, tras verla, a uno le queda cierto resquemor sobre la responsabilidad no bien cumplida por parte de la escuela como institución. La escuela debería ser un espacio amigable y protector para los niños y eso no siempre se consigue. Desde luego, no lo consigue la escuela de esta película. Da la impresión de que dejan que las cosas sucedan a su aire y con eso favorecen la impunidad de los estudiantes más violentos e incontrolados.

 Lo que más duele en el film es la sensación de desamparo de los agredidos. No pueden contarlo porque eso es aún peor; no pueden evitarlo porque el sistema está configurado y no admite ajustes individuales. Probablemente, es falta de formación y expertise de la propia institución: no se lo han planteado como problema y no han generado los dispositivos necesarios para poder resolverlo. Y, mientras tanto, los niños y niñas más vulnerables siguen sufriendo en silencio.

Esta no es una película de grandes diálogos. Es una película de miradas y gestos. La mirada de la niña es una joya expresiva a lo largo de todo el film: angustia, miedo, voluntad, dolor, desesperación, alegría, amor… Un recital fantástico para una actriz infantil. Pero la mirada de angustia, de desamparo e indefensión, de sufrimiento, de desesperación y maldad del hermano es otra obra maestra. Y así, cada uno en rol de agresor o agredido, los otros niños actores hacen una representación muy realista y eficaz. Y qué decir de las miradas de los adultos: las miradas y gestos de aprecio, preocupación y angustia del padre; las miradas y actitudes formales, pero neutras y poco empáticas, de los profesores y funcionarios; la mirada y gestos, en su caso sí llena de afecto personal, de la profesora interina que es la única que llega a captar de forma plena el drama personal que la niña está viviendo, aunque lo que siempre le transmite es un mensaje de impotencia e incapacidad para cambiar la situación. Muchas miradas para conducirnos a través de esta trama.

En fin, una gran película. De hecho, representará a Bélgica en los Oscars compitiendo como mejor película extranjera. No sé por qué la versión española ha modificado el título original del film. “Une Monde”, era su título original. Y eso era el cole para ambos hermanos, todo un mundo, todo su mundo. No es “un pequeño mundo”, es su mundo. Pasan mucho tiempo en el colegio y lo que sucede en ese tiempo es tan importante que angustia solo el pensar que ese mundo pueda convertirse en su personal infierno.

Para quienes somos educadores es una película necesaria. Sabemos que, afortunadamente, las cosas no son así en la realidad (aunque no faltan las denuncias que siempre hay que atender), pero el mero hecho de que pudieran serlo tiene que preocuparnos lo suficiente como para ponernos las pilas y extremar las prevenciones. La escuela tiene que ser el escenario de una infancia feliz y creativa; no una palestra de pelea por la supervivencia y la amistad.

 

 

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