sábado, enero 22, 2022

LOS VENCEJOS

 



Tuvimos a Aramburu presentando su último libro en el Ateneo de Santiago. Se le veía de bajón, un poco serio y plano, como si estuviera ya cansado de tanto ir de lugar en lugar contando cosas sobre su trabajo. Lo vi sin el entusiasmo de otros autores orgullosos de su obra. Quizás haya sido toda esta historia de la pandemia que nos va agotando a todos. De todas formas, cumplió su objetivo y yo mismo, como otra mucha gente que se colocó en la cola correspondiente, compré su libro y obtuve la plusvalía de un dibujito suyo y una dedicatoria. Pude decirle, en los dos minutos que estuve frente a él, lo mucho que me gustó PATRIA y lo identificado que me sentía con lo que en aquel libro contaba pues lo había vivido en persona durante mi juventud en Navarra y el País Vasco.

A decir verdad, tenía ciertas dudas sobre LOS VENCEJOS. Los comentarios que había escuchado no eran demasiado buenos. Gente que sabe de literatura le ponía muchas pegas y decían leerlo a la fuerza, por el prurito de acabarlo, pero sin que su lectura les hubiera proporcionado placer alguno pues no se habían identificado con ninguno de los personales de la historia. Y sus 700 páginas tampoco ayudaba.

Así que comencé la lectura sin grandes expectativas, pero me costó bien poco cambiar mi actitud y alegrarme de tener el libro entre mis manos. Me encantó desde las primeras páginas. Me pareció una idea espectacular eso de estructurar el libro en torno a los post cortos que cada día va incorporando el protagonista. En realidad, eso es lo que yo mismo he ido haciendo y proponiendo con el tema de los diarios.  Esas pequeñas reflexiones al final de cada día, me parece una forma fantástica de construir una narrativa de uno mismo y su mundo. Ya había dicho Aramburu en su presentación que, la estructura narrativa adoptada en esta novela, guardaba ciertas conexiones con las novelas negras nórdicas tan exitosas en los últimos años.

Y, a partir de esa conexión inicial, ya todo me fue gustando mucho. El humor socarrón y muy vasco que desliza el autor me pareció estupendo. Cada poco me provocaba una carcajada y eso genera endorfinas y te anima a seguir leyendo. Pero más allá de ese placer que las buenas lecturas proporcionan, esta novela ha sido para mí muy interesante por las reacciones (positivas y negativas) que me ha ido provocando.

La primera de esas sensaciones ha sido el entender, después de los cientos de novelas que he podido leer, el gran poder que concede la literatura de ficción a los autores. Como me muevo más en ambientes científicos y académicos uno tiende a reflejar en sus escritos lo que piensa. Y tiene que callarse, claro, aquello que le gustaría decir, pero no se atreve. O sea, “morderse la lengua”, como dice Darío Villanueva. Lo que me sorprendió en LOS VENCEJOS es que hacer lo contrario está chupado para los autores de ficción. Tú creas un personaje sin filtros, capaz de decir en cada momento lo que le salga del moño, y ya está. Le haces decir las barbaridades que de vez en cuando te gustaría decir a ti y no puedes. Resulta de un poder catártico fantástico. Nunca lo había visto tan claro. Y no digo que sea eso lo que haya hecho Aramburu, pero ha tenido una oportunidad fabulosa para hacerlo.

 Aramburu ha sido profesor de filosofía en secundaria y ése es el oficio de su protagonista. Obviamente, como profesor yo mismo y formador de profesores, este aspecto me ha interesado mucho. La verdad es que la idea sobre la educación y el profesorado que se vierte en la novela (en eso, sí creo que el autor expresa sus ideas y experiencias) es muy peregrina y precaria. La tarea del profesor es “obtener modorra estudiantil sin sobresaltos” (p.515). Se nota bien que no lo pasó bien como profesor, que cumplía con sus obligaciones sin entusiasmo. “Vengo a despachar mi tarea diaria, que consiste en adormecer a un rebaño de adolescentes administrándoles una dosis de conceptos soporíferos, y a justificar mi sueldo disertando sobre filosofía” (p.554). “En esto consiste la madurez, en resignarse a hacer un día y otro y otro, hasta la jubilación e incluso más allá lo que a uno no le apetece” (p. 69)“. Es decir, nada de lírica pedagógica ni en relación a los profesores ni a los estudiantes: el profesor es “un triste pensador de cosas pensadas antes por otros” (p 364). Y acaba el curso, citando a Lewis, con una frase inquietante por su iconografía: “la tarea del educador moderno no es cortar selvas sino regar desiertos” (p.620).

La otra línea argumental que recorre toda la novela es la que tiene que ver con las relaciones de pareja que, en su caso (el del protagonista), se centra, sobre todo, en los improperios contra su ex mujer. “He vivido como una vejación incesante el trato íntimo con una mujer inteligente” (p.108). Lo que puede salir de su boca… a lo largo de toda la novela. El protagonista reconoce su inferioridad argumental frente a ella y lo compensa con el desprecio y las formas injuriosas o desconsideradas. Resulta hasta cómico verle despotricar tan sin filtros. Y todo ello, pese a que más allá de su misoginia, sigue apreciando el valor del amor y guarda frases bonitas al respecto: por ejemplo, la de Anna Arendt que decía “ya desde chiquilla supe siempre que sólo puedo existir en el amor” (p.199) o la de Platón, el amor “consiste en sentir que el ser sagrado late dentro del ser querido” (p.347).

Otros muchos temas sugerentes, con expresiones y comentarios llamativos por la libertad en decir las cosas, van apareciendo a lo largo del libro. En ocasiones, apoyadas en el repertorio de frases que tenía guardadas en su libreta Moleskine (en eso nos parecemos: también yo guardo en una libreta mi colección de frases interesantes).  La felicidad: “Opino que la felicidad genuina consiste en la conciencia de superación del infortunio. Sin una dosis de sufrimiento no se produce la felicidad en cualquiera de sus múltiples variantes” (p.65).  La importancia del cuerpo: “”no es que tengáis un cuerpo, les dice a sus estudiantes, es que sois un cuerpo, uno sólo, el que os ha tocado y nada más” (p. 363). Muy emotiva es la referencia a la muerte de su madre: “La muerte del padre golpea por fuera; parece como que, de pronto, uno tiene que asumir responsabilidades, tomar decisiones que antes no le competían; ocupar. en suma, el puesto del difunto. Una madre es insustituible. La muerte de la madre duele más adentro y te deja como desamparado, desnudo y recién nacido, aunque tengas como yo más de cincuenta años” (316).

En definitiva, ha sido una lectura que quizás se ha hecho un poco larga pero que la he disfrutado mucho. Muy bien escrita, muy apegada a las vivencias y contradicciones de la vida humana. Pudiendo decir en cada momento lo que se te ocurra y sin morderte la lengua, la vida sería más o menos como la ha vivido el protagonista. Él dice de sí mismo que su vida ha sido plana (“hay hombres cordillera cuya peripecia vital alterna las cumbres con las hondonadas. Yo he sido más bien un hombre planicie”, p.603), pero esa conclusión no le hace justicia a una vida como la que nos cuenta. Y aunque solo sea por el placer de poder contarla sin morderse la lengua, la planicie se convierte en un frondoso y divertido valle.

 

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