domingo, enero 09, 2022

¿Qué vemos cuando miramos al cielo?

 

Debo confesar avergonzado que me fui del cine antes de acabar la película. Quizás porque no me había dado cuenta de que se trataba de un film de 2 horas y media (la publicidad no hablaba de ese detalle). Cuando después de los 90 minutos reglamentarios apareció aquello de “fin de la primera parte” y comenzamos con la segunda, que iba de lo mismo, me sentí como en una encerrona. Algo de eso debieron pensar, también, otros espectadores que comenzaron a ir saliendo de la sala. Mi límite llegó sobre los 130 minutos. Me rendí y, con no poco agobio, me marché.

Lógico es pensar que lo que estaba viendo no me gustaba. La película no es que fuera insoportable, pero no me estaba gustando en absoluto. Muy bella en las formas, pero sin contenido. Una historia de amor, rezaba la publicidad, pero lo mismo que podría decir cualquier cosa: un documental sobre un pueblito con río, cómo se vive en un pueblo de Georgia el fútbol, cualquier cosa. Yo me sentí como estar escuchando una conferencia en la que el orador no cuenta nada, pero lo hace con palabra hermosas y construcciones lingüísticas originales.

Para aceptar que no se trata de una película mal hecha, basta ver la cantidad de premios que ha ido recibiendo o los comentarios elogiosos que ha recibido por parte de los críticos. El cine hecho forma, reducido a imágenes y lenguaje cinematográfico. Lo que le falta es guión, personajes, historia. “Una forma de mirar las cosas”, dice el director en una entrevista. Y eso es, sí, un salto permanente y con una lógica difusa de unas cosas a otras. Y los protagonistas son, exactamente, las cosas. “La cámara me permite mirar de una manera más profunda el universo, la gente, los animales, la naturaleza”, completa el director. Y de eso va la peli.

 El director es  Alexandre Koberidze, de Georgia. Estrenada en el 2021 ha recibido varios premios (de la crítica en Berlín, del Jurado en Mar de Plata, a la mejor fotografía en Sevilla) y ha sido nominada como mejor película extranjera para los premios Gotham. O sea, que mala película no es, la cuestión es que te guste. A mí, sinceramente, no mucho.

 


La historia es una mera excusa: dos jóvenes que se cruzan repetidamente en su pueblo y acaban citándose para tomar algo en el café del pueblo, solo que la noche anterior algo cambia en ellos y al día siguiente no se reconocen. Y eso que luego siguen relacionándose pues ambos acaban trabajando en la misma actividad. Pero, su rol es secundario y están siempre en segundo plano porque es el mundo que les rodea el que juega el rol principal. De hecho, es una voz en off la que va contándola historia para restar aún más protagonismo a los personajes que acaban siendo meros muñecos de un teatro de títeres.

Incluso el título, que en sí mismo es bonito (¿qué vemos cuando miramos al cielo?) acabó convirtiéndose en una frustración. Lo que se veía en el cielo cuando se hicieron esa pregunta, ¿saben qué era?... un balón de fútbol.

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