sábado, mayo 15, 2021

PENSAR Y SER

 

Me he encontrado hoy, por sorpresa, un interesante debate en Facebook. No me gusta en exceso Facebook, lo encuentro demasiado centrado en cuestiones familiares, en abrazos y cariños de unos a otros. Sin embargo, de vez en cuando lo veo y me asombro de la cantidad de gente que el sistema cree que podrían ser mis amigos porque lo son de alguna gente que conozco. Te puedes pasar la mañana aceptando o eliminando posibles amigos: todo un deporte.

Bueno, pero lo de hoy ha sido diferente (siempre hay alguna cosa que te llama la atención y te gusta). Alguien ha incorporado una imagen de Emilio Lledó con un texto suyo:

A mí me llama la atención que siempre se habla, y con razón, de la libertad de expresión. Es obvio que hay que tener eso, pero lo que hay que tener, principal y primariamente, es libertad de pensamiento. ¿Qué me importa a mí la libertad de expresión si no digo más que imbecilidades? ¿Para qué sirve si no sabes pensar, si no tienes sentido crítico, si no sabes ser libre intelectualmente?”.

Bueno, suena bien. Quizás un pelín elitista por lo que supone de dar ventaja a los más formados (los/as que mejor saben pensar) sobre quienes no disponen de suficiente capacidad o  tan buenas herramientas mentales para hacerlo. Y parece normal que Lledó diga algo así de profundo. Cuando lo leí me pareció una idea original y sensata, al menos en abstracto. Hay mucho imbecil haciendo público su pensamiento. Y seguí con el Facebook.  Solo que al poco me encontré con un comentario sobre ese texto que me sorprendió. El tipo, un tal Cristobal Alvitres, decía:

“La libertad de expresión es la facultad de expresarse libremente sin ninguna restricción. El público lo puede saber. ¿De qué me sirve la libertad de pensamiento, si mis pensamientos no los puedo expresar públicamente? De nada. Esa libertad de pensamiento se queda conmigo. No la conocen terceros y, si no la conocen, no existo. Los tiempos cambian y los conceptos también. El pensamiento de este tío era así, pero todo va cambiando.”

A muchos les gustó esta contestación. Aparecen muchas manitas con el pulgar enhiesto con expresiones claras de apoyo: “Bravo”, “Excelente”, “Muy cierto”. Uno incluso le jalea: “Esto es realmente genial. Hazlo viral”.

Me pareció simpático y una buena muestra de la iconoclastia juvenil. Ninguno de nosotros se atrevería a discutir algo así a Lledó. Al contrario, lo citaríamos. Y supongo que ésa misma postura respetuosa fue la que animó a traer a colación la cita a quien la puso en su muro de Facebook. Pero para quien hace el comentario, Lledó es simplemente un “tío”, que por lo que dice, deja claro que tiene ya una cierta edad, y que sigue a lo suyo, sin darse demasiada cuenta de que los tiempos han cambiado. No cabe duda de que el desconocimiento del autor genera una cómoda horizontalidad de las posiciones y eso permite sentirse más libre para opinar.

 

Con todo, lo que más me ha interesado es el propio tema en discusión. Para Lledó lo importante es pensar y lo secundario, aunque importante también, es poder expresarlo. Para quien le contradice, pensar puede ser importante, pero aún lo es más poder decirlo, hacer llegar a los demás lo que tú piensas, porque de ello depende que tu existas. Y ahí está la clave de la cuestión.

Nosotros nos acostumbramos a asumir aquel principio cartesiano del “pienso luego existo” que se convirtió en la base de todo el racionalismo. Somos (lo que somos) porque somos capaces de pensar y pensarnos. Pero, probablemente, la gente joven ya no justifique su existencia en principios tan intimistas y abstractos. Si los demás no saben lo que pienso no existo. No es el pensar lo que hace que yo sea, sino es mi existencia en los demás lo que hace que yo exista. Jodida consideración: solo existo en la medida en que existo en los demás. Existo en la medida en que lo que digo (mi relato) y, quizás lo que otros dicen de mí (aquello de “que hablen de ti, aunque sea mal”) llega a los demás. Existir es tener un relato, que los demás sepan de mí.

De todas formas, es probable que hablar en términos genréricos de "existencia", de "ser", etc. resulte bastante inapropiado puesto que existen diversos tipos de existencias.  Tenemos una existencia orgánica, física, del cuerpo; igual que hay una existencia mental, cognitiva, vinculada  al conocimiento; y hay una existencia vinculada a nuestra identidad y nuestra relación con los otros. Las tres se entrecruzan pero podrían existir una sin otra. Hay gente con un cuerpo tan expléndido que centra su existencia en él. Si ya eres guapo, para qué pensar demasiado. Existen porque son atractivos y ocupan posiciones relevantes en el deseo de los demás. Pero bueno, también aquí están los demás (¿realmente existe aquel, aquella, de cuerpo extraordinario, interesante, atractivo pero solo para sí mismo/a?). Están, también, los pensadores, los que viven (o pretenden hacerlo) de su inteligencia, su capacidad, su prestigio. A ellos/as cabe aplicar el dilema de Lledó: lo importante es cómo piensas. También lo es cómo lo dices y hasta donde llegas, pero solo si tienes algo que contar. Y luego están los que están tan acupados en hacer que tampoco pueden distraerse mucho en pensar. Aplican protocolos (lo que ya es un tipo de conocimiento) pero saben hacerlo basándose en el entrenamiento y las rutinas aprendidas (cuyo sentido es justamente ése: que pueda dedicarme a hacer cosas sin tener que estar pensado cada movimiento que hago). Y luego tenemos la existencia social que es la que se acomoda más al veredicto del crítico de Lledó: si nadie sabe lo que piensas, no existes. Puedes pensar mucho y bien, pero eso solo te sirve de nada, puro onanismo mental.

Cuando hablamos de la juventud, de la nueva sociedad que se ha ido configurando (incluso de la nueva política), quizás podamos entenderlos mejor si asumimos esa gran cambio de perspectiva. ¿De qué sirve pensar, aunque lo hagas bien, si eso se queda en ti mismo? ¿De qué sirve hacer cosas si no las conviertes en relato que pueda llegar a los demás? Al final, volvemos al “interaccionismo simbólico” de M. Mead, a aquello de “somos el reflejo de la identidad que los otros nos atribuyen”. Al final: la comunicación como base de la existencia.

Ya sé que esa es la postverdad de este tiempo, pero, ¿será verdad?, ¿somos eso? Nos hemos alienado hasta tal punto de que somos principalmente lo que somos para otros.  ¿Cabe pensar que sirve de poco pensar, aunque lo hagas bien (algo difícil de evaluar) si al final no logras comunicar tu pensamiento y que los otros (al menos los otros significativos) lo crean? Quizás para eso están los amigos, para formar esa especie de clac generosa y dispuesta a comprar nuestro relato.  Da qué pensar.

Y cuando ya quería acabar con esta entrada, el blog me ha mirado condescendiente, y con cierto retintín me ha dicho: “¿Y no es eso lo que haces tú con el blog?”. Vaya, prefiero no pensar en ello.

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