martes, marzo 17, 2020

SABELA CUMPLE 4 AÑOS.



La Sabeliña, aquel bebé pequeñito y rechoncho que nos había enamorado desde que nació se ha convertido en una niña preciosa, cariñosa, jovial e imprescindible. Ser la hija pequeña, la menor de tres hermanas no debe ser fácil. Uno, una en este caso, tiene que hacerse con habilidades especiales para poder sobrevivir a la influencia de los mayores. Yo no tuve esa experiencia porque fui el mayor de siete hermanos (lo que también tiene lo suyo), pero he podido comprobar que tampoco ser el pequeño o la pequeña es fácil. De hecho, nuestra hija pequeña solo se atrevió a echarse a andar cuando yo me llevé al mayor unos días de camping. Vio el panorama libre, constató que nadie la iba a atropellar en sus primeros pasos balbuceantes y comenzó a andar.
En fin, que tienen que ser fuertes (de ánimo y de vitalidad) las pequeñas de la casa. Y Sabela, a los pocos, se ha ido haciendo con su propio espacio y con una forma de ser muy suya y diferente a sus hermanas. Le gusta, desde luego, que sus hermanas le atiendan y le ayuden, pero defiende y gestiona bien su autonomía. Eso del “no es no” lo tiene bastante claro. Con sus hermanas y con sus primos.  Cuando se encuentra con su primo Matteo, unos meses menor que ella, hacen una pareja muy igualada. Y los lloros y quejas se reparten por igual. Entre ellos no hay machismo que valga. Juegan, se quieren, se pelean, se buscan y rechazan con una energía muy simétrica.
Ahora, ella está orgullosa de marcar con sus cuatro dedos la nueva etapa que inicia: cuatro, tengo cuatro, abuelo. Y es como si hubiera conquistado una meta importante en su vida. Y, seguramente, eso es lo que ha sucedido: día a día, mes a mes, ha ido escalando esos primeros peldaños de su vida. Y cada uno de ellos suponía una conquista. Ella quizás no es consciente de ello, simplemente va viviendo, pero quienes la vemos desde fuera somos testigos de cómo va creciendo feliz e inteligente.
Pero si algo caracteriza a Sabela es lo cariñosa que resulta. Especialmente con sus abuelos, pero supongo que lo es con todos. Eso de que pregunte constantemente por “l’abuelo”, así con apócope, que te busque, que adore estar a tu lado y sentarse en tus rodillas es uno de los mayores placeres que la vida te puede otorgar. Uno es consciente de que ese amor se les va a ir pasando a medida que se vayan haciendo conscientes de tus debilidades de persona mayor. También es fácil entender que ese cariño es una seña de identidad de ella y que, por tanto, no te lo puedes atribuir a ti mismo (ella te quiere porque sale de ella el quererte, no porque tú te lo merezcas especialmente), ni pensar que eres el único al que muestra ese afecto. Eso te obliga a relativizar tus méritos y puedes disfrutar con ella sin sentirte puesto a prueba en cada ocasión. Y evita los celos (qué cosa esta: con la edad vas perdiendo los celos en relación a tu pareja pero van apareciendo con tus nietos: que te prefieran a ti, que seas su preferido, que logres una relación especial con ellos). Quizás porque los necesitas mucho.
Lo vi en México hace unos días. Fuimos a comer a un restaurante. Frente a la mesa donde nos sentaron había una mesa enorme preparada. Daba la impresión de que estaba destinada a un gran grupo que irían a celebrar algún acontecimiento. Y así fue. Como suele acontecer en México, el concepto de comida (almuerzo para ellos) no está muy claro y la gente va llegando según le peta. La diferencia entre los primeros y los últimos puede llegar a dos horas. Un caos. Pero fueron llegando. Eran familias enteras con padres e hijos pequeños. Los primeros en llegar se colocaron en una esquina de la mesa que era enorme. La siguiente familia, también con niños, se sentó a su lado. Después vino una pareja de abuelos que por el recibimiento entendimos que eran los que celebraban algo: quizás el aniversario del abuelo. Pero lo curioso es que los abuelos se colocaron no a continuación sino casi en la otra esquina de la mesa. Solos. Y según iban viniendo se iban añadiendo a la esquina de las parejas jóvenes dejando a los abuelos solos en la otra esquina. Me dieron pena los pobres. Los jóvenes hablaban entre sí y atendían a sus hijos adolescentes. Los abuelos hablaban solos. Y entonces llegó otra pareja y con ellos una niña pequeñita. Y fue la niña la única que en cuanto vio a sus abuelos dio un grito “ABUELO…” y corrió como loca a darle un beso. Bueno, dije, menos mal que vino la nieta. El pobre abuelo, pese a ser el protagonista, resultaba invisible a todos. Menos a su nieta. Eso es lo que marca la diferencia. Benditos nietos.
Y con Sabela esa sobredosis de afecto es siempre un regalo. Pese a que no nos vemos mucho, cada encuentro es un chute de afecto que sirve para compensar las dificultades y penas que hayas podido ir acumulando. Una bendición.
Y así, entre miradas constantes al whastapp para ver qué decían Torra y los ministros; entre precauciones disimuladas para que los niños no contagien a los abuelos ni los abuelos a los niños; así con esa aceleración y ansiedad que la situación nos ha ido inoculando en las venas y en las neuronas, así hemos celebrado los 4 años de Sabela. Los mayores estamos un poco tocados por el virus, pero ella lo ha disfrutado sin remilgos.  Está con sus padres, sus abuelos y sus tíos; sabe que esto es solo un anticipo de la fiesta que celebrará en unos días con más abuelos y más tíos… y tiene 4 años. Es la niña más feliz del mundo. Se lo merece.


No hay comentarios: