domingo, noviembre 24, 2019

BAÑOS DE FITERO




Los balnearios son lugares muy especiales. Se parecen a los hoteles, pero solo porque te alojas en ellos. Son muy diferentes.
Llegamos a las cuatro y pico de la tarde. Lo primero que te sorprende es el tamaño enorme del edificio, lejos del pueblo. En recepción te toman los datos y te dan un pase para ir al médico. Dada la cantidad de gente que ingresaba ese día (un turno completo del Imserso: luego me enteré que somos 350 personas en uno de los hoteles y 200 en el otro), pensé que nos darían las uvas antes de que nos tocara el turno. Pues no, al momento. Primero te reciben unas chicas que te toman de nuevo los datos y te encomiendan a un médico (eran tres o cuatro en ese momento: la tarde de un domingo). Una doctora en nuestro caso. Enseguida pasamos y ella te hace una pequeña historia médica y te adscribe a alguno de los tratamientos que el balneario oferta: todos son chorros o baños, pero orientados a distintas partes del cuerpo según tus necesidades. Si lo considera necesario (conmigo lo hizo) te ausculta, te toma el pulso y la tensión. Y te dice lo que puedes hacer. En mi caso: piscina, chorro lumbar y chorro frío-caliente. Después vuelves con las secretarias que te indican los horarios te entregan las fichitas que entregarás cada vez que vayas a una sesión del tratamiento. Lo dicho mi rutina diaria serán tres baños (dos de 10 minutos y uno de 20). La pejiguera es que entre uno y otro debe haber una hora. Así que allá se va la mañana o la tarde. Nosotros hemos preferido la mañana.
Debo confesar en mi descargo que no soy persona de multitudes. Los movimientos de masas me superan. Y en este contexto aún más, pues esos movimientos son lentos e inciertos. Algunas personas están bastante estropeadas y tienen dificultades para desplazarse; otras son extremadamente sociales y relajadas: no paran de hablar y se quedan parados en cualquier lugar interrumpiendo el paso a todos los que vienen detrás. Desesperante. Pero no queda otra. Así que la única manera que tengo de superar ese estrés es estar siempre de los primeros de la fila. Pronto tuve oportunidad de demostrar mi destreza en esas lides: la cena de las 8. Somos 350 personas, pensé para mí, buscando mesa para cenar. Échale media hora larga sin remedio. Así que me armé de paciencia, llegué antes y entré el primero. Santo remedio. Como habíamos oído que el primer día, al entrar, te asignaban una mesa para toda la estancia, hablamos con otra pareja en la cola y entramos juntos. La encargada nos colocó en una mesa y aquí paz y después gloria. Mientras nosotros hacíamos las presentaciones, los novatos de la cola fueron asignados a sus puestos y así comenzó esa otra parte importante de los balnearios cuando no vas en grupo: con quién vas a compartir la experiencia. Ese problema resuelto. Estamos sentados con una pareja de cerca de Alcalá de Henares. Simpáticos.
La cena transcurrió bien. Las viandas fueron excelentes. Excesivas, al estilo de Navarra: aperitivo, primer plato suave, segundo plato consistente y postre (a elegir entre muchos). Entre tanta quietud, el relax de los chorros y estas comidas, vamos a engordar de lo lindo.
Como la cena es a la 20:00, aún queda un buen tiempo “dopo cena” para hacer vida social. Pero se nota una gran desbandada. Somos gente mayor y algunos prefieren tumbarse en la cama y ver la tele hasta que llegue el sueño. Pero mucha gente se agrupa en torno a cuanta mesa hay para jugar a las cartas y/o charlar. Eso es lo que tiene de bueno el venir en grupo.
En fin, ya estamos aquí; ya tenemos los deberes médicos para estos días; ya tenemos mesa; ya hemos hecho nuestro reconocimiento del espacio. Listos, pues, para nuestra primera temporada de balneario.

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