viernes, marzo 30, 2012

La abuelitud



Me he visto sorprendido con un nuevo libro, la “pedagogía de los abuelos” (Pedagogia de la nonnità, de Vittoriano Caporale, Editorial Cacucci, 2011) y me han entrado unas ganas enormes de hacer valer mi status de abuelo regodeándome en el privilegio que supone y en la cantidad de vivencias que despierta.
He visto que alguna gente habla, incluso, del “oficio de abuelo” (en genérico claro, abuelos y abuelas) pero no sé si está bien eso de vivirlo como un oficio. Quizás para algunos lo sea, si tienen que dedicarse a ello con un horario y en un marco de obligaciones diarias, pero visto así, ya no parece tan entusiasmante. Y eso que, llegado el momento, tampoco me parecería mal. Al fin y al cabo, las rutinas te permiten disfrutar de una secuencia de momentos amigables a lo largo del día.
Pero lo más hermoso de los nietos, al menos cuando son pequeñitos es esa alegría que te hacen sentir. Verlos constantemente con la sonrisa en los labios es como un chute de vitalidad y optimismo. Como ellos no se cansan, tampoco tienes la posibilidad de cansarte ni, por supuesto, de protestar. Es como echarte una novia o novio joven, no valen excusas.
Calculo que estas situaciones intensas las vivimos más los abuelos que las abuelas. Ellas ya vivieron ese lado materno con los hijos (los cuidados permanentes, el pecho, la alimentación, la higiene, el estar minuto a minuto pendiente de cómo van las cosas). Los hombres, incluso los que colaborábamos, siempre estabas en una posición marginal, como pinche y segundo de a bordo. Las cosas importantes dependían de la esposa. Y si, además, mantenías un ritmo de trabajo desbordante, pues sucedía que se pasaban los días al vuelo. No es que de abuelo tu posición en el juego de roles cambie mucho (nunca dejas de ser un pinche) pero sí puedes recuperar un poco de esa parte femenina que siempre quedó en un segundo plano: puedes quedarte contemplando cómo duerme la criatura por horas y sentir un orgasmo cuando despierta y te mira con una sonrisa; puedes tirarte por el suelo con ella y disfrutar de las locuras infantiles que a ella le hacen gracia; puedes llevarla de paseo y acostumbrarla a los hitos lúdicos y culturales del entorno (ahí tenéis a mi Berta confraternizando con Valle Inclán); se te enervan los receptores ante cualquier sonido inapreciable hasta entonces que pueda significar que te llama o que precisa de algo (que tiene sueño, que necesita que la limpien, que empieza a incomodarse, que tiene hambre, que está cansada). En fin, todo un conjunto de registros que los tenías medio obturados por el poco uso. Y todo eso cuando aún son muy pequeñitos. Supongo que cuando vayan creciendo y puedan ir de tu mano y te abrasen a preguntas, la cosa será aún más interesante.
Es curioso esto de ser abuelo, la verdad. Claro que supongo que hay abuelos y abuelos. No debe ser lo mismo el abuelo de los 50 y pico años; de los 60 y pico; o los abuelos abuelos. Para algunos ser abuelo es sentirse en esa etapa de paz interior y exterior en la que ya has vendido tus barcos y tus sentimientos han entrado en una etapa de dulzura suave muy adecuada para entregársela a los pequeños. Pero para otros, los nietos llegan en momentos mucho más complejos: sigues trabajando más que nunca, vives una vida llena de compromisos sociales, tienes la cabeza llena deberes y pájaros que la tienen constantemente revolucionada. Todo menos esa paz que se supone es el caldo de cultivo adecuado para ejercer de abuelo.  Cuando la abuelitud te llega joven (bueno en eso que pomposamente se llama la “late middle age”) te encuentra en esa situación confusa en la que sigues soñando con noches locas de sexo (dije soñando, ¿verdad?) y con viajes de aventura. Debes combinar todo eso con la tranquilidad, la pose de fin de etapa y tranquilidad absoluta que exige el personaje de abuelo. No resulta fácil, la verdad.
Pero, en fin, es una etapa preciosa. Vives en tu propia biografía y en tu propia carne lo que significa ese progreso de la vida y de las generaciones. Tus hijos tienen hijos y la red se va ampliando. Otros asumen las responsabilidades que tú asumiste en su día y crees sentir las mismas cosas que tus padres sintieron en una situación similar. Y resuenan los mismos ecos, y brillan los mismos resplandores en los ojos de unos y otros. Te sientes prestando el mismo apoyo que ellos te prestaron. Es un dejá vu que da seguridad y que une el pasado y el futuro. Algunos se angustian preocupándose por cómo será del futuro de unos y otros. Yo, la verdad, me siento feliz por ellos y por mí. Ellos son el futuro y son fuertes. Eso vuelve a dejarte en ese papel secundario. Jode un poco porque ya ves que serán ellos los que hagan las cosas que a ti te gustaría hacer, pero relaja mucho. No se está mal ahí, detrás de la puerta, disfrutando del sueño plácido de la nieta y extasiándote con su mirada limpia y su sonrisa al despertar.

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