Me alegró leer esta mañana que se va a iniciar en Madrid el I Congreso Internacional sobre Psicología Positiva. Cuando nosotros estudiábamos Psicología no se hablaba de estas cosas. Nosotros íbamos a lo serio y experimental, y eso que aún tuvimos la suerte de que alguno de nuestros profesores (heretodoxo, por supuesto) nos contara algo sobre el Psicoanálisis a quien la mayoría de los demás le ponía cara de repugnancia. Pero de ahí a estas nuevas historias de la inteligencia emocional, la resiliencia, la felicidad, aún existía mucha distancia. Eduardo Punset, nuestro científico de guardia (pena que ahora se haya metido a la publicidad del pan bimbo sin corteza), lleva años hablando de la ciencia de la felicidad. Y la revista Science, la biblia de quienes adoran a la ciencia recoge con frecuencia artículos que tratan de demostrar la importancia de la felicidad como cortafuegos de las infecciones, como factor premonitor de longevidad, como valoración del propio estado (al margen de los aspectos objetivos: los tetrapléjicos pueden valorar más positivamente su situación que personas en perfecto estado de salud), como estímulo a la actividad y el placer frente a la inacción o la depresión.
Los datos internacionales permiten constatar que el salir con amigos, el erootismo y el sexo, el relax o la tele (aunque en esto los datos son contradictorios) puntúan alto como momentos felices. Todo lo contrario que dormir poco o el exceso de trabajo. Tampoco el dinero (salvo tener le necesario para vivir decentemente) puntúa alto, aunque nadie está dispuesto a renunciar a él para mejorar en felicidad. En fin, lo que parece ser es que esto de la felicidad funciona como un yakuzzi: tienen que darse un conjunto de condiciones. Los que se centran sólo en una cosa (sea el dinero o la fama o el sexo o la salud o el trabajo) acaban sucumbiendo a lo que Kahneman, otro sabio de estas cosas, describió como "ilusión de foco". Buscan la felicidad completa donde sólo existe un poquito de ella y, al final, acaban pagando su error.
Pero hay dos cosas que llaman mucho la atención. La primera es que la felicidad es contagiosa, como si fuera un virus. Tiende a expandirse y a implicar al entorno de quienes se sienten felices. De ahí la suerte de contar con personas así en el propio grupo. Y otra cosa curiosa que ya comenté en alguna entrada anterior, parece ser que la felicidad da un bajón hacia los 45 años (debe ser la famosa crisis de los 40 un poco retardada) y, en cambio, se produce un subidón a los 60 (quizás debido a la euforia de los sobrevivientes, quienes han llegado hasta ahí no pueden sino sentirse felices). No está mal, como consuelo de quienes rodamos esas fechas.
Con los tiempos que corren, donde las noticias negativas y los malos presagios lo imprengan todo, no está mal esto de la Psicología Positiva. De hecho así nació esta corriente. Cuando Seligman, el mensajero de la inteligencia emocional, ocupó, a finales de los 90, la presidencia de la Sociedad Psicológica Americana constató que la literatura científica recogía 5 veces más estudios sobre la depresión que sobre la felicidad (entre 1980 y 1985: 2.125 trabajos sobre la felicidad frente a 10.553 sobre la depresión) y reivindicó la necesidad de alterar esa tendencia. Me parece fantástico. Al final, si nos quitan la felicidad casi nada sirve de nada.
La cuestión es cómo se lleva eso a la vida cotidiana.El diario EL MUNDO de hoy (Rosa Ma. Tristán: "Cómo encontrar la felicidad en tiempos de crisis", pag. 56-57), comentando el congreso que se inicia en Madrid, da algunos consejos para conseguir ese bienestar mental de sentido común. Una especie de decálogo de la felicidad: (1) cuidar las relaciones sociales (la frecuencia y la calidad de los contactos); (2) adoptar hobbies que no sean de sofá (la televisión deprime, por lo visto); (3) tener momentos de meditación, yoga o silencio introyectado (dicen 20 minutos al día, pero quién los tuviera); (4) ejercitar explícitamente la gratitud (escribir una carta dando las gracias a alguien que se lo merezca tiene efectos, aseguran, que duran un mes); (5) centrarse en lo que salió bien (finalizar cada día, anotando tres cosas que te salieron bien); (6) potenciar nuestro lado lúdico, valerse del humor y la risa como el bien más preciado (reduce el estrés y eleva el estado de ánimo); (7) ejercitar cada día la parte mejor de uno mismo (en http://www.authentichappiness.sas.upenn.edu/questionnaires.aspx se pueden encontrar cuestionarios para descubrir cuáles son nuestras mejores virtudes); (8) practicar el altruismo (por lo visto, la generosidad da más felicidad que el hedonismo); (9) esforzarse por conseguir lo que se desea (produce mayor felicidad lo que se consigue con alto esfuerzo que lo que alcanzamos por suerte o por talento innato); y (10) el optimismo y buscar la cara menos mala de las cosas (mejor el vaso medio lleno que medio vacío).
Para ser feliz, lo importante es sumergirse en el flow, palabreja técnica acuñada por el psicólogo húngaro Csikszentmihalyi, que se refiere a esa especie de éxtasis en el que se encuentra la gente totalmente metida en lo que está haciendo y a la que se le pasa el tiempo sin darse cuenta. A algunos les pasa con la lectura, a otros con el sexo, otros con los viedojuegos, con el facebook, la telenovela e incluso, a algunos más enfermos, con el trabajo. A mí me pasa a veces con el blog, mira tú por dónde. La cosa es estar en el flow, esa especie de nube repleta de endorfinas que te hace sentirte bien.
No hay comentarios:
Publicar un comentario