Las noticias que iban apareciendo
en la prensa diciendo de ella que era la película más vista en Francia en los
últimos años, los premios que había ido recibiendo (el César al mejor actor
para Omar Sy; el premio a la mejor película y, compartido entre los dos
protagonistas, al mejor actor en Tokio;
la selección como la película de cierre del festival de San Sebastián) ya
hacían apetecible el ir a verla. Y es
verdad, merece la pena. Por muchas razones.
Es una película que cuenta una
historia humana, muy humana. Quizás ése sea su primer mérito. Basada en una
historia real, cuentan, pero daría lo mismo que no lo fuera porque resulta muy
creíble que alguien tetrapléjico precise de la ayuda de otra persona para poder
valerse en su vida cotidiana. En cualquier caso, uno ya sabe que está en el
cine, no es un programa convencional de apoyo a personas dependientes. Como no
podía ser de otra manera, la forma en cómo esa situación se ha resuelto en el
filme, es artificial: sujeto rico tetrapléjico contrata a un inmigrante negro y
marginal para ayudarle. A partir de esa idea, los productores se han esmerado
en construir un buen guión (con mucho humos y sin sentimentalismos) y buscar
unos actores excelentes, François Cluzet (“Bienvenidos al Norte”, “La cena de
los idiotas”) y un espectacular Omar Sy a quien es la primera vez que veo. Han seleccionado
unas situaciones atractivas y nos han contado una historia llena de emoción y
humor.
La película está llena de vida.
Supongo que por eso atrae a tantos espectadores. Podría ser un drama pero es
una comedia, una forma de tomarse la vida, incluso las versiones dramáticas de
la vida, con humor y alegría. Disfrutar de lo que se tiene en lugar de
pasársela lamentándose de lo que se ha perdido. Claro que eso es más fácil
cuando uno es rico, pero no es solo eso. El parapléjico Philippe hubiera tenido
una vida lastimosa con cualquiera de los otros candidatos que se habían
ofrecido a ocupar el puesto de cuidador. Pero dio con Driss y él trajo toda una
revolución a su vida.
Esa fue la moraleja más
importante para mí. Nosotros formamos futuros profesionales que trabajarán con
sujetos con necesidades similares a las de Philippe, formamos también
profesores que atenderán a muchachos y muchachas en las escuelas. No les
bastarán sus títulos, ni los cursos que hayan hecho, ni su vocación. Tendría
que haber algo dentro de ellos y ellas que les permitiera transmitir a las
personas que atienden esa alegría vital, ese sentimiento de la superación, esa
capacidad para afrontar situaciones complejas y emocionalmente duras como si
formaran parte de la vida normal. Lo que llama la atención del Driss cuidador
es que está lleno de defectos, que apenas se ha preparado para ejercer ese
trabajo, que es imperfecto en casi todo. Todos los datos disponibles sobre él
refuerzan el pronóstico de que va a ser un fracaso total. Y, sin embargo, es el
mejor de todos. Estoy seguro que cualquiera de nosotros en una situación
similar a la del tetrapléjico escogeríamos a ese negrazo imponente y alegre
como cuidador. Es la diferencia entre la academia y la vida. Nuestro dilema de
siempre. Yo lo viví de forma directa cuando llevé a vivir conmigo a muchachos
inadaptados. Me valieron de poco los diplomas universitarios (al contrario, a
veces, sólo servían para hacer ruido y llevarte a actuar como profesional
cuando ellos necesitaban más a una persona adulta que los apreciara que a un
especialista que los estudiara). También es fácil sentir esa contradicción en
el trabajo como formador en la universidad. Notas enseguida que más que
erudición van a necesitar mucha alma, mucha vida, mucho humor. Pero todo eso no
está en los libros. O lo llevas en el ADN o resulta improbable (aunque no
imposible, si los profesores fuéramos así, seguro que algo conseguiríamos) que
se consiga.
Pero volviendo a la película, la
historia es preciosa. El drama de alguien que no se puede mover sigue presente
durante las dos horas del film, pero la forma de contarlo no te deja caer al
pozo del sentimentalismo compasivo porque hay mucha más vida que dolor. Porque
hasta las situaciones difíciles pueden tratarse con humor (“¿Dónde puedes
encontrar a un tetrapléjico”, le pregunta entre sonrisas el cuidador al
enfermo. “Donde lo dejaste”. Y ambos ríen con ganas).
Lo mejor de todo es que sales del
cine con la sonrisa en los labios. Saboreando ese tono positivo que el cine
francés ha sabido imprimir a sus comedias. Admirando una vez más el trabajo
espectacular de Cluzet y preguntándote dónde carajo se había metido hasta ahora
ese volcán de energía y alegría contagiosa que es Sy.
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