miércoles, noviembre 17, 2010

Volar es un placer. A veces, no.

Lo tengo que contar en el blog. Fue lo primero que se me ocurrió a medida que avanzaban los sucesos del regreso aciago desde Chile. No se lo van a creer.
Ya estábamos en el avión. Iberia, por supuesto, por la cosa de los puntos, aunque esta vez me sirvieron de poco pues venía Bussiness lleno y con mucha gente peleándose por un upgrade. Ya habían cerrado las puertas. Ya habíamos comenzado a rodar cara a la pista de despegue. Entonces algo pasó. Yo estaba en la primera fila de turista y vi de pie en el pasillo a un tipo que hablaba alocado por el teléfono. Enseguida se le acercó un azafato para echarle la bronca pues debía tener ya apagado el móvil. Pero él seguía hablando y cabreándose cada vez más. Ha debido quedarse sin asiento, pensé y le van a obligar a bajar. Pero eso no cuadraba con su conversación a gritos: no me pienso sentar. Era difícil enterarse de qué pasaba, pero algo grave tenía que ser pues los tenía un poco nerviosos a toda la tripulación que ya habían ido a hablar con el comandante. Y el avión parado, claro.
Se quiere bajar,le entendí que decía una azafata. Después le hicieron pasar a la cabina de los pilotos para hablar con el capitán. Pasaban los minutos y aquello no se movía. Le preguntamos a la azafata de nuestra zona qué demonios pasaba. Ni me atrevo a decírselo, nos dijo, porque parece una broma. Dice que quiere bajarse porque iba a jugar un partido de fútbol y se lo han suspendido. Así que no quiere viajar 14 horas para nada. Pero ahora no se puede bajar, ¿no?, le preguntamos. Pues ya ven la que está montando. Él dice que se baja y hay que localizar su maleta y bajarla también. Al rato sonó la voz del capitan por los altavoces. Señores pasajeros, les habla el capitán, tenemos un pasajero que se ha amotinado y no atiende las instrucciones de la tripulación. Nos dice que es palestino y que tenía que jugar un partido que han suspendido, así que se quiere bajar. He llamado a la policía que vendrá a ocuparse de él. Regresamos al finguer.
Pero no regresamos al finguer. Nos llevaron a una punta del aeropuerto, como cuando se secuentra un avión y allí estuvimos esperando etérnamente hasta que trajeron una escalera y apareció la policía. Nunca había visto eso, pero parecía una situación de guerra. Con la policía en el avión la tripulación deja de ejercer su papel, tenían que sentarse cada uno en su puesto y no se podía mover nadie de su asiento. La policía se demoró un buen rato hablando con el comandante. Luego se fueron al fondo del avión para tomar al chalao del fútbol al que unos pitaban, otros insultaban y alguno se quería lanzar sobre él porque con todo aquel rollo seguro que perdían sus enlaces en España. Y allí se fueron, el tipo, los policías y el comandante que por lo visto tenía que poner una denuncia.
Mientras tanto iba pasando el tiempo pero la desazón estaba servida. Habían dicho que era palestino y eso hizo saltar todas las alarmas de la gente. Nadie se creía la historia del fútbol. Y más bien comenzó a correr la sospecha de si sería un terrorista que había dejado una bomba y se quería bajar. Había un grupo de unos 100 italianos de una orquesta y un grupo de teatro que eran los que más bronca armaban. Montaron un comité en representación del grupo, hicieron una asamblea y decidieron que ellos así no seguían y que también querían bajarse y que cada uno tomara sus maletas y que se revisara a fondo todo.
Entre dimes y diretes nos fuimos enterando de más cosas. El tipo no era palestino sino chileno. El capitán, quizás por los nervios entendió mal o se excedió en sus interpretaciones. Y eso casi nos cuesta un motín. Por lo visto era un jugador de la primera división chilena. Algunos de preferente hasta lo conocían y decían que él era así, un caprichoso indecente. Y era verdad que iba a jugar un partido a Israel (ni siquiera era Palestina, era Israel) pero se había muerto el portero del equipo contrario y habían suspendido el partido. Se enteró de eso una vez que el avión había cerrado las puertas. En esas condiciones él se negaba a hacer un viaje tan largo para tener que regresar al día siguiente. Le importaba un bledo si su deseo importunaba a 350 personas que íbamos en el avión. El quería bajarse y nadie le iba a convencer. No le importaban las consecuencias, aunque eso le supusiera días de cárcel o el pago de una multa millonaria.
Y así fue pasando el tiempo. Y lo que comenzó siendo un problema (el gilipollas) y luego pasó a ser dos problemas (el gilipollas y los italianos amotinados) estaba a punto de convertirse en tres problemas (los pilotos y las azafatas estaban próximos a cumplir sus horas de vuelo, y si se superaban nos teniamos que quedar en Chile). Más nervios.
Aquello era un caos de nervios y órdenes contradictorias de unos y otros. Nos hicieron sacar todos los bultos de mano e identificarlos, mirar en cada rincón de los asientos y los altillos del equipaje. Mucho nervio. Y los pasajeros eran más papistas que el papa en eso de revisar y controlar. Los italianos seguían insistiendo en que ellos habían tomado la decisión de bajarse y que se revisaran todas las maletas. Pero eso significaba que el avión no volaba ese día. Un cristo.
Al final, habían pasado más de dos horas y media de follón, regresó el comandante con más policía. Una pareja de policías de investigación se paseó por el avión (quizás mirando los servícios o algo así aunque parecían de lo más tranquilos) y tras un rato salieron del avión y todo comenzó a restaurarse. El capitán dijo dos palabra para tranquilizar a la gente. Era verdad lo que habíamos ido sabiendo. Mencionó que era futbolista de primera división pero no dijo su nombre.
A los italianos los tranquilizaron diciendo que ya se había revisado todo lo revisable y les prometieron que tendrían su avión esperándoles en Madrid. Ellos volaban a Roma y desde allí debían tomar otro para Nápoles. En la negociación querían conseguir que ya los llevaran directamente de Madrid a Nápoles. Las azafatas les decían a todo que sí, supongo que para quitárselos de encima. Y salimos.
El resto de las 12 horas de viajes (ya llevábamos 3 horas parados) fueron normales. Salvo que las azafatas se desesperaban porque los italianos eran incapaces de quedarse sentados en su sillón y llenaban los pasillos, lo que convertía en una epopeya cualquier tipo de movimiento por allí. La comida los relajó un poco aunque echaban pestes de la pasta que les pusieron y del café. Y después de una tarde-noche eterna llegamos a un Madrid colapsado por la niebla. No se veía un carajo. El comandante nos lo avisó pero insistió en que para nuestro avión eso no era tan gran problema. Pero lo fue, porque nos tuvieron más de media hora sobrevolando el aeropuerto para hacer una aproximación más exacta. Vamos que tenía que aterrizar palpando la pista. Pero parecía tranquilo y lo logró.
Nunca he visto salir tan deprisa del avión y ponerse a correr con tanta insistencia. Todos hacia los mostradores de atención al cliente de Iberia porque tenían que cambiar sus vuelos.
Yo tenía 4 horas de intervalo y eso me vino bien. Pero los problemas llegaron de inmediato con la niebla. Muchísimos vuelos cancelados y prácticamente todos con horas retraso. El mío traía dos, así que me armé de paciencia. Dormí un poco, comí, me leí 4 periódicos y ni así llegaba la hora. Al final llegó. Resulta que el avión que volaría a Santiago venía de Mallorca. Desembarcaron y después de la limpieza y recarga del avión nos embarcaron. Finalmente, dije para mí, y me dispuse a dormir. Pero tampoco esa vez sería la buena.
Ya habían cerrado las puertas, ya nos habíamos movido unos metros del finguer y volvimos a oir la voz del capitán: señores tenemos un problema hidraúlico. Vamos a regresar a la puerta para que los técnicos lo arreglen. Espero que no sea mucha cosa. Pero sí era cosa y después de otra media hora de espera nos avisaron de que deberíamos cambiar de avión y nos remitieron a otra puerta. Pero allí no había ningún avión. Así que tuvimos que esperar a que llegara uno, quién sabe de dónde, que bajara la gente (parece mentira lo que nos demoramos en bajar del avión; cuando parece que ya han salido todos, aparece de nuevo alguien tranquilo con su maletica como si ya hubieran comenzado sus vacaciones), que lo limpiaran, lo cargaran de combustible, subieran las maletas, a que viniera la azafata que llegaba de mala leche y sin saber qué era lo que tenía que hacer. Y allí se fue otra hora o más.
Bueno pues subimos, nos sentamos (no sin recelo), se procedió al cierre de puertas y comenzamos a rodar. Ahí me quedé dormido. Me despertó la voz del comandante diciendo que comenzábamos el descenso al aeropuerto de Santiago donde la temperatura era baja, llovía a mares y había rachas de viento fuertes. Un huevo de fuertes, la verdad. Mira que llevo aterrizajes en Santiago, pero nunca había tenido uno como éste. El avión se bamboleaba de un lado al otro. Las oleadas de viento lo hacían inclinarse y temblar. Tampoco se veía nada porque debíamos estar atravesando la nube. Fue un milagro, pero dio con la pista, y aunque se le encabritó un poco al tocar tierra, controló bien el aparato y nos depositó felizmente en tierra. ¡Chapeau!
Habían pasado 27 horas desde que comenzó la aventura. Quizás tenga que replantearme esto de viajar tanto. Me cuesta un dineral en tranquilizantes.

1 comentario:

Unknown dijo...

Hola... tengo que aclararte que el jugador era Roberto Bishara.... que juega en el Club Deportivo Palestino, que coincidentemente es chileno de origen palestino, y que además juega por la selección palestina de fútbol. El tenía que ir a Palestina (específicamente a Hebrón) a jugar contra la selección de Gambia, pero el partido se suspendió, y justo a Bishara el avisaron cuando el ya estaba en el avión. Ahora, Bishara tenía que aterrizar en Tel Aviv (Israel), para llegar a los territorios palestinos, que es donde queda Hebrón.

La ocupación militar que sufre Palestina a causa de Israel (en contra de las resoluciones de la ONU) no permite que los palestinos controlen su propio espacio aereo, y que controlen sus propias fronteras.

Este jugador es conocido en el medio chileno, y obviamente el piloto español no tenía idea de quien se trataba, ni probablemente tampoco tenga idea que en Chile existen muchísimos descendientes de palestinos (que llegaron hace más de 100 años), y de ahí me parece que es el malentendido.

Lo malo es que el piloto informa bien estupidamente que hay un palestino sospechoso de terrorismo por los altavoces. Bien pelotudo, por decirlo menos... probablemente se precipitó para hacerse el heroe.