lunes, mayo 10, 2010

Las madres.


Día de la madre en Chile. Una semana después que en España. Un día muy especial aquí. Oí decir que es la segunda fecha más importante en ventas de todo el año. Calculo que la primera son las Navidades. Suena a comercial, pero es bonito. Bonito que la gente convierta en prioridad las atenciones a las madres. En un país que ha sufrido lo suyo en los últimos meses, aún sabe mejor.
El día fue precioso. También la Naturaleza quiso sumarse a la celebración. Allá a mediodía comenzaron a salir las familias con niños pequeños a pasear y disfrutar del sol. Eran las madres las que mostraban orgullosas a sus hijos. Se las veía contentas, felices, poderosas. Como quien ha cumplido con su misión o, al menos, con parte de ella. Era estupendo verlas. Emocionaba. También ver a los maridos o parejas o lo que fuera. También ellos disfrutaban del momento. Si existe la felicidad, no creo que haya ninguna representación de ella que supere ese cuadro de las madres y sus parejas con sus niños pequeños. En las miradas que se cruzan entre ellos, en la forma que tienen de agarrarse, de caminar juntos se acumulan tantos sueños, tantas nostalgias, tanta vida compartida que te quedas atrapado en la contemplación.
Luego, hacia el mediodía empezaron a aparecer las otras madres, las mayores, las abuelas. En su caso eran los hijos, los que se enorgullecían de estar con ellas celebrando su día. Caminaban hacia los restaurantes (imposible encontrar una mesa libre hoy en Santiago), las cogían del brazo, las ayudaban, las regaloneaban. Y ellas les seguían la marcha, algunas a duras penas. Pero se las veía también orgullosas, contentas. Muchas con una flor en la mano, o con un fulard nuevo. También se hacía emocionante el espectáculo. Quizás no se hablaran mucho entre semana, pero hoy era un día especial y se les notaba. Sobre todo a los hijos. Quien sabe, quizás seamos más sentimentales. O, probablemente, es que les debemos más.
Claro que, en medio de esa orgía de sentimientos hermosos, yo seguía caminando sólo por las calles céntricas de la ciudad. Y como no podía ser menos, con las emociones un poco alborotadas. Es un mal cocktail esta mezcla de soledad y lejanía. Ni siquiera hacen falta temblores, tan frecuentes aquí, para que se te desencuadernen las visagras y se descoloquen los refuerzos que vas colocando en las grietas del alma. Pero hoy no es día de lágrimas y suspiros. Hoy no toca. Es el día de las madres. Y hasta ella volaron mis pensamientos.
La Salo. ¿Qué estaría haciendo en aquel momento? Bueno, lo que es seguro es que estaría en casa, seguramente con varios hijos o nietos. Con tanta celebración aquí del día de las madres, yo casi no tuve tiempo de felicitarle. Tuve que llamarla de víspera porque el domingo estaría viajando cara a Chile. Ella lo entendió, o eso creo. Pero a mí me dejó fastidiado esa mala coincidencia. Después de tantas visitas durante los últimos meses para atender a papá, uno se acostumbra y siente más la ausencia.
Pues ya ves, mami. No pude celebrar como me hubiera gustado el día de la madre, pero lo he tenido repetido aquí en Chile, una semana después. Y esas cosas se viven de forma parecida allí y aquí. Sólo que aquí, los hijos han podido sacar a sus madres a comer y les han regalado una rosa en el restaurante. Lo mismo que, supongo, hicieron mis hermanos el domingo pasado contigo. Yo me he tenido que contentar con pensar en ti mientras observaba curioso cómo festejaban otros hijos el privilegio de poder celebrar este día con sus madres. Todo se andará. Me reservo ese placer para dentro de unos días. Un beso muy fuerte desde este otro Santiago, a diez mil y pico kilómetros del mío. Un beso, mamá.

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