jueves, mayo 20, 2010

El Silencio

Hoy me desperté conversando con mi silencio. Parece algo absurdo, pero en esa región intermedia entre los sueños y el alba, nada resulta absurdo. Además ya decía Platón que el pensamiento es un diálogo consigo mismo. Pues hoy hablé con mi silencio. Quizás sean efectos retardados de mi regreso de Chile con Alfredo, el gurú de la “silent peace meditation”. O que sigo chapoteando en un cienagal de silencios todavía ruidosos. La cosa es que fue una conversación interesante. De las que hay que tener de vez en cuando para poner en orden algunos sentimientos.

Lo vi raro hoy. En otras oportunidades tenía un gesto más relajado. Estaba tenso. O intenso, no sé. Como si hubiera mucho silencio dentro de él. Muchos silencios. Cuando se lo comenté me miró con esa cara de lástima y resignación que acostumbra poner cuando las cosas no van bien. Hay silencios que son como metales pesados, tardan una infinidad en reciclarse, me dijo. Sí, supongo, acepté, ése es el silencio de los silencios, el que duele más. Llegará un momento en que será un silencio amable, se me ocurrió decir para consolarnos. Un silencio en el que podremos hablar con él. Probablemente, aceptó, pero por ahora es como una losa que te aplasta. Es cierto eso, le dije. Es un silencio excesivamente ruidoso y atronador. Sólo nos queda tener un poco de paciencia y esperar que vaya escampando la tormenta. Y ambos hicimos ese gesto cómplice de quien sube la ceja para asumir que hay cosas que están por encima de ti.

¿Y los otros silencios?, le pregunté. Sabes, me dijo, algunos representan al silencio como una cara con tres gestos: relajación, preocupación y muerte. Las tres cosas puede ser el silencio. Por eso hay muchos silencios. Y forman familias. A veces un gran silencio actúa como imán de otros silencios. Son como pelusas que se van pegando unas a otros hasta formar una bola. Son peligrosos porque pueden llegar a ahogarte. Uno a uno es fácil afrontarlos, así en pelotón la cosa se pone más chunga. ¿Pero son más o es que te cogen más indefenso, quise saber? Las dos cosas, me dijo. Ya, pensé, aquello de que “a perro flaco todo son pulgas”. No dramatices, me corrigió, algunos silencios sólo son intervalos entre sonidos, como en la música, no importa lo que se alarguen. Sí, es cierto, pensé. Eso me pasa con algunos amigos. Pasamos largos periodos de silencio pero luego todo se reinicia donde estaba. Viene bien ese silencio en algunos casos porque demasiada conversación y presencia agota las relaciones.
Pero, a veces, le decía yo, el silencio es vacío y ausencia, es preludio de que la cosa se acaba. ¿Cómo saberlo? Sí claro, me decía él, a veces los afectos mueren por inanición. Se van acumulando los silencios que tienen un efecto corrosivo y, cuando te quieres dar cuenta, ya no queda nada. ¿Sabes?, volví a insistir, esos son los silencios que más duelen. Lo malo del silencio es que tiene una gramática excesivamente compleja. No sabes qué significan. Algo quieren decir, de eso no cabe duda (ya decía Watzlawick que “no se puede no comunicar”), pero qué. En cualquier caso, me dijo medio serio, el silencio nunca es un buen síntoma. Algo pasa. No es verdad que no sepamos traducir los silencios. Lo que sucede es que no solemos querer, preferimos no hacerlo. Mal que me pese, decía él, ser silencio es no ser, es vacío, es ausencia, es duda o, incluso, negación y rechazo. Ninguna de esas condiciones se avienen con el cariño, el recuerdo, la amistad sincera. Siempre hay excepciones, pero no son muchas.
¿Y qué se hace?, quise saber. ¿Devuelves silencio a quien te lo da o tratas de romperlo con tus voces?. No lo sé, me contestó. Soy el menos indicado para resolver ese dilema. En puridad, yo únicamente puedo ofrecer silencio, pero ya me doy cuenta de que la suma de silencios pocas veces trae buenos resultados. En este caso, la suma de negativos no da un positivo sino un doble negativo. Chungo. Además, el psicólogo eres tú, ¿no? Tú sabrás. Pues no, la verdad, tuve que reconocer. Suelo ser de los que siempre prefieren dejar puertas abiertas aunque sea hablando sólo, pero he de reconocer que muchas veces me siento un poco estúpido y patético, como si estuvieras pidiendo al otro que, por favor, no te olvide. "Ya, me contestó como queriendo concluir la conversación, pero ni te imaginas cómo consuela, a veces, a quien está en silencio, recibir esas voces no pedidas". Eso quisiera creer, le respondí, porque no te creas que se pasa bien.

Y así, sin más, se coló de nuevo en mi interior y se aposentó en su rincón oscuro y frío. Tampoco es vida lo suyo, la verdad.

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