domingo, marzo 31, 2013

Y llegó la boda marroquí.




Ni qué decir tiene que todo lo anterior era solo llenar los tiempos de espera del gran evento, la boda.  Y aprovechar la ocasión, claro, de poder conocer un poco más de cerca la cultura marroquí. Para quienes no habían estado previamente allí supuso la ruptura de muchos prejuicios y la constatación en directo de algunas diferencias entre Europa y África.
Después de la paliza (sobre todo de coche) del viaje a Fez, lo que más deseábamos era una mañana tranquila paseando por Rabat. Y eso hicimos. Se había apalabrado un guía para las 8,30 de la mañana en la conciencia de que tal como van aquí las cosas de los horarios, no llegaría antes de las 10. Craso error. Allí estaba el hombre a la hora convenida y los que faltaban eran los españoles. Esta vez el que se tuvo que armar de paciencia fue él. El hombre vestía de oscuro pero con ropa normalizada, sin chilaba ni signos externos de ortodoxia, aunque sus mensajes sí que venían cargados de convencimiento musulmán. De camino nos comentó que para ser guía tienen que ir a una escuela coránica donde estudian dos años. Así que, obviamente, los que obtienen acreditación de guías son gente seleccionada y de fiar para el sistema.
El paseo fue bonito: torre y mausoleo de Mohamed, kasbah de los Oudayas, jardines andaluces, Medina, Palacio Real y calles centrales de la ciudad. Mucho andar (sobre todo en el palacio real que tiene una extensión infinita), pero mereció la pena. Las chicas, con la excusa de la peluquería, se tomaron un taxi de regreso. El resto a pie, haciendo cuerpo para lo que nos esperaba por la tarde.

Y así tras la correspondiente siesta, nos fuimos acicalando para asistir en un nivel de guapura aceptable al gran espectáculo de la boda marroquí entre Javi y Souad.

Se nos había dicho que la ceremonia comenzaba a las 19:30. Y para las 7 ya estábamos todos preparados para subirnos a la furgoneta. Solo que no había furgoneta y cuando llegó, ya solo cabían en ella tres personas para el primer viaje. Subieron los padres, por supuesto. Los demás nos quedamos pesarosos pensando que con seguridad llegaríamos tarde. ¡Lo que hace la falta de conocimiento sobre estas cosas…! En fin, la furgoneta llegó a los 20 minutos y allá fuimos lo que restaba de grupo de españoles. Bueno, no llegamos a las 7,30 pero sí dentro del margen de cortesía de los 20 minutos. El lugar estaba a las afueras de la ciudad, en una especie de polígono industrial y al lado de una sala de fiestas. Se trataba de un edificio construido específicamente para albergar espectáculos de este tipo y ubicado lo suficientemente lejos de las casas como para no molestar a los vecinos con las algarabías musicales que allí se producen. Lo entendimos bien a medida que avanzaba la noche.
Decía que llegamos allá por las 19,40. Lo primero que nos extrañó fue que en aquella sala inmensa con 20 mesas redondas de a 10 personas no había aún casi nadie. A la entrada, subiendo la escalera al primer piso, nos recibieron con una vaso de leche y un dátil que llevaba una nuez dentro. La leche riquísima. Algunos decían que era de camella pero no lo parecía. En todo caso tampoco sabemos cómo es la leche de camella. El caso es que estaba riquísima, igual que el dátil.
Como ya estaban allí los padres de Javi, ellos se encargaron de presentarnos a los padres de Souad. Él un señor mayor, alto, con su gorrete blanco (luego se puso la chilaba blanca) y muy expresivo aunque apenas manejaba media docena de palabras en francés y nada de español. Pero lo suplía con su sonrisa, su mirada directa y sus manos. La madre, siempre en una posición secundaria, con su pañuelo y su vestido blanco era menos expresiva (seguramente es lo que le exige la tradición), pero también nos dio la mano y unos besos a las mujeres. Poco pudimos hablar con ellos pero lo suplimos con gestos expresivos y miradas amigables. En todo caso se les notaba mucho más seguros que a los padres de Javi. Claro que ellos tenían mucha más experiencia (ya habían casado a tres hijas) y, además, jugaban en casa.
No estaban señalados los lugares en las mesas y dudamos donde colocarnos para ni ser muy protagonistas (algo que no nos correspondía) ni unos marginados de la fiesta (lo que nos hubiera disgustado). Después de varios intentos encontramos un lugar bien situado que parecía colmar nuestras expectativas. Luego pudimos comprobar que, al menos en eso, habíamos acertado. Nos sentamos educadamente en nuestros lugares. La sala estaba, por entonces, al 15%.
Y comenzó la noche. Las mesas estaban preparadas para 10 personas con tres platitos de tamaños progresivos y una copa. El plato más amplio en el fondo, sobre él uno intermedio y al final el pequeño. No supimos entender el orden. Y la copa, pues eso, una copa. Ya nos habían advertido que no se podía tomar alcohol. Incluso habían insistido en que nadie llevara una petaca de algo porque eso solo haría quedar mal a Javi, el novio. Noche seca pues. Quizás por eso no quisieron escatimar el agua y, al poco de sentarnos aparecieron, con una botella grande de agua para cada mesa. Habían llegado y pasado las 8 pero aquello seguía igual. E igual seguía a las 8,30 y a las 9. Habían llegado algunos más (los españoles todos) pero del grupo marroquí todavía muy poquitos. Nos resultaba extraño. Llevábamos una hora y media de espera con el agua y un dulce que nos habían pasado en el ínterin. Los jugos gástricos comenzaba a inquietarse y crecía la tentación de salirse del protocolo y volver a por una leche y un dátil a la puerta. “Verás cómo esto no comienza antes de las diez”, comente. “No seas exagerado”, me dijeron. Y no lo fui. Ya habían pasado las 10 y 20 cuando empezó a moverse el personal porque se acercaban los novios en su limusina (lo podíamos ver en las pantallas que estaban instaladas en la sala). También se oía en la calle la música bereber que venía acompañándolos.
Después de eso, aún paso un tiempo pero, poco a poco, ya notamos que la sala de iba llenando. Y aparecieron los novios con toda la parafernalia del momento. Guapísimos los dos. Ella toda de blanco, el de traje oscuro. Y tras ellos los bereberes con sus tambores, sus trompetas infinitas, su música grito. Previamente habían preparado un baldaquino que situaron a la entrada de la sala y al que subieron a los novios a lo que pasearon después con el baldaquino a hombros por la sala. Aplausos, fotografías, música, miradas sonrientes y cariñosas. Él y ella como dos reyes en su trono, mirándonos a todos desde la altura de su reinado momentáneo. Tras el paseo, se sentaron en el trono que les habían colocado en el centro de la sala y desde allí siguieron saludando a sus invitados. Tras eso comenzó el primer acto de la ceremonia que se había de alargar hasta el infinito de las 7 de la madrugada. Ellos sentados en el trono y la gente a hacerse fotografías con los novios: de uno en uno, de a dos, de a tres a veces. Cientos de fotografías en un ritual que se repetiría 7 veces a medida que la novia se iba cambiando de traje. En esta primera entrada la sesión fotográfica se prolongó por más de una hora. Cuando ya no  había más gente esperando a fotografiarse, se levantaron los novios y poco a poco fueron saliendo por un lateral a una habitación que allí tenían dispuesta para el cambio de trajes.

 
Tampoco debía ser fácil cambiar el traje porque esa fase se prolongaba por mucho tiempo. Quizás ellos aprovecharan para descansar un poco. Quizás la operación resultaba compleja porque habría que ajustar el maquillaje, el peinado, etc. en función de cada traje. Las maestras de ceremonias (había tres que dirigían todo el cotarro con mano firme, nada se hacía hasta que ellas no aparecían y ellas eran las que decidían cómo había de poner la rodilla la novia, dónde había deposar su mano el novio, cuándo y cómo habían de unir sus cabezas los novios para la fotografía cariñosa, cómo había de bajar el traje y qué vuelos debía mantener, etc.) iban marcando los ritmos y anunciando con unos grititos especiales (un canto, supongo, en el que se decía algo indescifrable para nosotros) cada vez que la novia entraba o salía del salón. Así pues, aparecieron de nuevo los novios allá por las 12 de la noche con su segundo traje: un traje verde con tocados precioso. Nuevo paseo entre músicas, en este caso de un grupo musical instalado en el salón, hasta llegar al trono. Ellos se sentaron y comenzó la segunda sesión de fotografía. Y allí se fueron otros 45 minutos. Cuando las maestras de ceremonias consideraron que la cosa no daba para más comenzaron sus letanías y los novios volvieron a salir para un nuevo cambio.  Y otro periodo de espera que se amenizaba con bailes. Los marroquíes son muy bailarines. Es gente alegre. Entre nosotros, los jóvenes se animaron más pues la música marroquí exige saltar constantemente y eso con un vaso de leche y un dátil se hace tarea árdua para los mayores. Pero algunos se animaron.
Allá hacia la una y pico aparecieron de nuevo los novios. Esta vez ella con un traje rojo bereber y él en chilaba y pantuflas. Se expresaba así el compromiso cultural y religioso que ambos asumían. Él se había convertido al islam, como es obligado en el matrimonio musulmán y ella hacía expresión pública de su origen bereber. La combinación era plena.  Nueva música, nuevo paseíllo por la sala hasta el trono, nueva sesión de fotografías. Una hora y pico más en nuestros relojes. Una eternidad para el estómago. Lo bueno fue que tras la sesión de fotografías, en lugar de irse, los novios se quedaron en la sala. Les pusieron una mesita para ellos y sus padres en el centro de la sala y se sentaron. ¡La cena, al fin! Debíamos estar más allá de las 2 de la madrugada, aunque ya era difícil distinguir la hora.
Nos quitaron el plato pequeño (había tenido un uso escaso, la verdad, porque la pasta de los 12 de la noche la habíamos cogido directamente con la mano) y quedó el mediano. Y en el centro de la mesa colocaron una vasija típica árabe de esas que van cubiertas por una caperuza que, cuando la levantaron, dejo ver una enorme pastela. La pastela es como nuestras tortillas de patatas, de esas grandes y altas, pero hecha a base de cebolla, pollo, frutos secos y miel. Es una mezcla curiosa de sabores dulces y salados, aunque con mucho predominio de los dulces. Eso hace que llene muchísimo. Apenas pudimos, entre los 10, con la mitad de la pastela. Y pensamos que podían habérnosla ofrecido al comienzo de la noche porque así hubiéramos mantenido el tipo durante la primera parte de la ceremonia con más dignidad.
Tras la pastela y mucha agua, llegó el tercer plato. Medio cordero al horno para cada mesa con una presentación extraordinaria. Nos bastó un bocadito a  cada uno para quedar hartos. Supongo que era también la hora la que hacía menos digerible el cordero que estaba, sin embargo, inmejorable. La cena concluyó con una fruta. En total, tardamos en cenar poco más de media hora. Estaba claro que allí lo importante no era la cena sino el desfile de vistidos de la novia. Y a ello pasamos de inmediato. Retiraron la mesa de los novios, ellos marcharon a un nuevo cambio y recomenzamos el proceso. Aún faltaban 4 trajes.
No soy capaz ya de recordar qué tipo de vestido iba sacando la novia en las sucesivas apariciones. Todos ellos preciosos, desde luego. Y a cada aparición se variaba un poco el procedimiento de acceso al trono central. En una ocasión ellos fueron andando poco a poco y recorriendo las mesas de los invitados, en otra ocasión los subieron a una especie de cestos planos y los llevaron a hombros y bailando al ritmo de la música. Debían los novios ponerse de pie y darse la mano cada uno desde su cesto. Al novio le dio por saludar y bailar por lo que a los que le llevaban a hombros se les puso cara de pánico no sé si por el peso de los saltitos, por el desequilibrio de sus movimientos o por el riesgo de que diera con sus huesos en el suelo. En cualquier caso, el paseo de entrada siempre acababa en el trono, ellos se sentaban y los demás se iban acercando allí para hacerse fotografías con los novios.
 


 Así fueron transcurriendo el 4º, el 5º y el 6º de los trajes. Según nos contaron, los  trajes representan a las diversas regiones marroquíes, cada una de ellas con sus coloridos y  tradiciones. De todas formas daba igual como fuera el traje,  con cada uno de ellos la novia aparecía siempre radiante, bella como una escultura, aunque el maquillaje y los sofisticados lazos, coronas y colas le restaban parte de la vitalidad y expresividad que es su mejor patrimonio. El novio, que el principio estaba más hierático y como cumpliendo su papel, se fue animando poco a poco y para la cuarta ronda ya se había soltado del todo y empezó a disfrutar. En el sexto estábamos ya en las 6 de la mañana. Algunos españoles, de los mayores, empezaron a impacientarse y pidieron un cohe para volver al hotel. Los más resistentes esperamos al 7º que decían era el de novia. Y así fue. El novio recuperó su traje oscuro y ella un traje de novia igual de llamativo y espectacular que los anteriores. La novedad de esta última aparición era que se ponían los anillos y se cortaba la tarta. Hasta ahí aguantamos. Se pusieron los anillos, cortaron la tarta, y probamos una pizca de la misma. Muy dulce. Y nos fuimos. Eran casi las 7 de la mañana. Una boda hermosa. Y eterna. No será fácil olvidar esta gran noche.

No hay comentarios: