domingo, abril 10, 2011

EN UN MUNDO MEJOR

Hay películas que puede dejarte indiferente. Te lo pasas bien, en general, pero el disfrute es eso: el buen rato que te han hecho pasar, la forma agradable en que puedes escaparte por un rato de los agobios del día a día para vivir los agobios de otros o disfrutar con sus disfrutes. Aunque solo sea por eso, merece mucho la pena no dejar de ir al cine. Resulta terapéutico. Pero hay veces en las que la película que acabas de ver te sorprende, te interroga, te genera esa sensación de reto intelectual o vital que se queda ahí, ronroneando en tu cabeza y en tu cuerpo. En un mundo mejor de la directora danesa Susanne Bier (ya es su doceava película de éxito, ésta Oscar 2011 a la mejor película extrajera) pasa justamente eso: te recrea con imágenes y paisajes bellísimos, te hace interrogarte con algunas escenas de documental ecologista que te perturban pero, sobre todo, te questiona moralmente sobre dilemas morales y formas posibles de resolver situaciones conflictivas de la vida cotidiana. No puedes dejar de preguntarte, ¿qué haría yo en un caso similar?

La película cuenta con un hermoso guión en el que van entrando muchas cosas de la vida: el amor, la violencia, la vida en pareja, los ideales altruistas, la enfermedad, la agresión sin sentido, la escuela. Cuenta con una fotografía espectacular. Y el ritmo de la historia, en la que se van mezclando imágenes en Africa con imágenes en Europa, te mantiene en tensión durante las casi dos horas que dura. Mikael Persbrandt, el protagonista, hace un papel espectacular. Y los dos niños resultan perfectamente creíbles.


La historia es bonita y cuenta la evolución de dos familias a través de sus hijos adolescentes. Una de las familias acaba de perder a la madre por un cáncer y el padre e hijo se van a la casa de la abuela una granja preciosa. En la otra familia, de padres médicos, ambos están separados por alguna infidelidad anterior de él, que se ha ido a África de médico solidario. Los dos adolescentes se encuentran en la escuela donde uno de ellos sufre el acoso inmisericorde de los típicos matones y sus pandillas que lo desprecian y someten a vejaciones diarias. Él va resistiendo el acoso como puedo pero sin enfrentarse a ellos. Cuando lo ve su nuevo compañero, menos proclive a reacciones pacíficas, la cosa revierte y el matón resulta gravemente herido y amenazado de muerte por el nuevo escolar. En su opinión: No se puede respetar a los que no se hacen respetar y no soporta a los que se rinden. La siguiente situación de violencia se produce durante una visita del padre médico. En un momento su hijo más pequeño se pelea con otro crío porque ambos querían un columpio. El médico corre al lugar y separa a los niños, situación que el padre del otro pequeño ve desde su coche y salé furioso para enfrentarse al el médico por haber tocado a su hijo. No sólo le insulta de palabra sino que le empuja y golpea delante de los otros hermanos adolescentes. Pero el padre médico no responde y eso los chavales no lo entienden. Trata de convencerlos pero no lo logra, con lo cual vuelve con ellos a donde el padre agresivo trabaja para encararse con él y hacerle ver que con la violencia no se gana nada. Quiere que le pida disculpas pero no solamente no lo logra sino que consigue nuevos mamporros para escándalo del hijo adolescente y su amigo. No es fácil, está claro, defender la no violencia en contextos violentos. Y menos ante adolescentes. Así que los chavales deciden actuar por su cuenta y hacerle pagar las deudas al padre agresivo destruyendo su coche con unas bombas que han aprendido a hacer en Internet utilizando restos de pólvora que han encontrado en la granja.


Mientras tanto, el padre médico y defensor de la no violencia debe enfrentarse en Africa a situaciones que le generan un enorme dilema moral: si debe curar a un sanguinario cacique que juega con la vida de las personas y es capaz de rajar a una embarazada para saber quién ha ganado porque ha apostado si será niño o niña. Pese a las presiones de los hombres y mujeres del campamento, decide curarlo pero exige que aleje hombres y armas del campamento. Pero tampoco el gordo asesino aprende la lección y propone violar ya muerta a una de las muchachas que maltrató y que no pudo superar las heridas. Eso descompone al médico que lo arroja del hospital dejándolo en manos de la turba que lo lincha.

Las cosas en casa no van mejor. Los niños siguen adelante con su plan. Construyen la bomba y se la colocan al coche pero no prevén la posibilidad de que alguien pase por allí y uno de ellos, el niño antes acosado, acaba muy malherido al querer salvar a una madre y su hija que hacían footing.


Llegada la historia a ese punto se empiezan a recoger velas y reflexiones de unos y otros. La película tiene un final feliz (salvo en el caso del matón africano) y quizás eso sea lo más ficticio de todo el film. Pero está bien porque las lecciones morales no deben asumirse por temor a las desgracias que puedan estar vinculadas a ellas (sería una malísima pedagogía) sino por su propio sentido y valor.


Hay cosas interesantes en el film. Algunas que me afectan de una manera muy especial: el acoso escolar de los matones y la forma en que los orientadores y la dirección de la escuela minusvaloran el problema. Lo conocen, saben quién lo causa, pero prefieren mirar a otra parte: no hay pruebas claras, no hay denuncias. Incluso llegan a sugerir que puede ser problema del propio acosado por la situación familiar de separación que tienen sus padres. Y cuando el problema se agrava vuelven a desentenderse porque ya es mucho para ellos. Ahí sí le vienen a uno ganas de volverse agresivo y recurrir a la violencia. Porque lo que la escuela hace es otra forma de violencia por inhibición y bobaliconería. Muy bonita es la forma árdua en que el matrimonio separado se reconquista. Sobre todo el esfuerzo del padre, quien por otra parte debió ser quien creó el problema. Pero ese ir poco a poco, siempre pidiendo disculpas, siempre respetando los sentimientos de ella que no se sentía capaz de perdonar, es muy interesante y aleccionador. También lo es la forma en que el padre viudo recupera el aprecio de su hijo, un candidato a psicópata resentido. Sin muchos recursos, teniendo que ocultar su propia insatisfacción personal a favor de la madre muerta, tragándose las insolencias de su hijo. Pero, al final, lo consigue.

Y cuando sales del cine sigues llevando en tu espíritu el retrogusto de cuando has ido pensando. Sigue quedando el aire el gran dilema. El mundo sería mejor sin violencia. Nadie lo duda. Pero no es fácil renunciar a la violencia en contextos violentos. Y, por otra parte, siempre serán violentos si nadie renuncia a la violencia. No es fácil, la verdad.

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