Era Jueves Santo, pero llovía. Y eso eliminaba las alternativas más lúdicas para estos días festivos. La aldea, como se dice aquí, nos esperaba pero no pudo ser. Así que nos encerramos en casa para ver las tormentas desde la barrera y avanzar en la inmensidad de tareas pendientes. Y para volver al cine.
Primera sorpresa: una cartelera lamentable, sin apenas nada apetecible. Muchas películas para niños. Supongo que como estrategia de respiro para padres abrumados. No me parece mal, y ahora que voy a ser abuelo creo que empezaré a valorar más este tipo de ofertas. Pero, en todo caso, a los adultos eso no nos resuelve la necesidad de un buen cine.
Y así fue como caímos en Crebinski, una peli gallega dirigida por Enrique Otero, hijo de unos conocidos de La Coruña. Desde que se metió en estas lides y se fue a estudiar a Vigo, el chico parecía bueno y con un futuro prometedor que ahora se va consolidando. Parecía claro que tendríamos que verla.
Segunda sorpresa: había cola en las taquillas. Y me llamó la atención comprobar que todo el mundo sacaba la entrada para ver Crebisnki. Bueno, pensé para mí, al menos tendremos la sala llena, lo que no es poco tratándose de cine gallego. Y así fue. La sala se fue llenando de gente de diverso pelaje: parejas mayores, grupos de jóvenes, gente alternativa, otros que ya se veía pertenecían, por la pinta, a eso que solemos llamar “mundo de la cultura”. En fin, los Crebinski tenían un poder de atracción bastante inclusivo.
La película, recién estrenada, tuvo su precedente en un corto con el mismo título, que le proporcionó a Enrique uno de sus primeros premios en un Festival de cortometrajes celebrado en Valladolid en el 2002. Como película acaba de recibir el premio al mejor guión en el reciente Festival de cine de Málaga.
Os Crebinski es, más que nada, una broma. Tierna y ecológica, eso sí. Durante la hora y media que dura uno se debate en el dilema de si cabrearse por la imagen absurda y paleta que se da de los gallegos (parece mentira que no seamos capaces de buscar otros modelos de personajes capaces de romper los estereotipos) o dejarse llevar por la belleza de las imágenes y la ingenuidad de la historia. Si el cine fuera sólo forma, color e imágenes, ésta sería una película estupenda. Pero el cine también contiene una historia, presenta unos personajes, refleja un contexto social y cultural y, con todo ello, alimenta un imaginario colectivo con el que te puedes identificar o del que te puedes sentir lejano e, incluso, cansado. Es por eso que nos quejamos que cuando las películas americanas se refieren a España lo hagan a través de los toros. En fin, eso, que Galicia tiene perfiles de progreso, tecnología, cultura y arte que apenas aparecen en el cine o en las novelas que escogen nuestro territorio como marco de una historia.
Pero tampoco hay que dramatizar. Se pasa bien en Os Cribinski y tiene momentos en los que no puedes dejar de sonreír por la imaginación del guión, ni dejar de maravillarte por la hermosura de las imágenes.
La historia, si es que hay una historia, se refiere a dos hermanos que pierden a sus padres y acaban en una playa de la Costa de la Muerte con su vaca. Estamos, se supone en plena Segunda Guerra mundial, con submarinos de uno y otro bando rondando por las costas gallegas y con los alemanes beneficiándose las minas de Wolframio de Santa Comba y Lousame. Arriba de la playa, los hermanos Crebinski han construido un chamizo espectacular a base de restos de embarcaciones que naufragan y que el mar va arrojando a la costa. Y es así como el hermano bordeline (Miguel de Lira) y el otro (Sergio Zearreta) sólo un poco más espabilado que él van tejiendo la monotonía del día a día, solo interrumpida por la lluvia a la que temen más que al diablo pues fue la que provocó la crecida del río que les arrastró hasta allí.
Y así van sorteando, sin darse cuenta, las aventuras que suceden a su alrededor: un paracaidista alemán muerto, un submarino americano que pretende ganar la guerra en aquella playa desierta sustituyéndola por Normandía, una patrulla alemana que ronda sin rumbo en busca del paracaidista. Casi parece una comedia de enredos. Pero resulta simpática. Y en esto la vaca se va. Y ellos la persiguen. Excusa magnífica para que guión, música y fotografía (obviamente de Sergio Franco, un artista) nos permitan admirar lo más hermoso de la costa gallega y algo de su mundo rural (incluida una verbena en medio del monte con su cantante indígena pero modernizada: Loli Marlene).
Ese viaje interminable tras la vaca a lo largo de la costa es, en realidad, un viaje hacia sí mismos, hacia su infancia y los lugares donde la vivieron felices. Ya digo, no sé si hay una historia, pero si la hay es una historia linda e amable. Coherente con la broma en la que la película te sitúa desde su inicio.
Tiene cosas interesantes, en cualquier caso. Se hablan 5 lenguas diferentes (y muchos más lenguajes, si tomamos en cuenta la forma de comunicarse entre los protagonistas) todas en versión original y subtitulada. Interesante. Luis Tosar, por ejemplo, habla un inglés magnífico, envidiable. La fotografía, la música, los paisajes, el propio carácter de los dos hermanos (tosco y cutre pero simpático), la escenografía (la chabola donde viven es un canto a la imaginación y a la creatividad técnica). Todo ello está muy bien construido.
Lo dicho, Enrique Otero y su equipo han sabido sacar partido al ambiente y los personajes. Se diría que el ambiente es el auténtico protagonista del film. Lástima que la historia no dé mucho de sí. Y que, una vez más, se haya elegido lo “cutre” como contexto de lo que sucede en Galicia.
Primera sorpresa: una cartelera lamentable, sin apenas nada apetecible. Muchas películas para niños. Supongo que como estrategia de respiro para padres abrumados. No me parece mal, y ahora que voy a ser abuelo creo que empezaré a valorar más este tipo de ofertas. Pero, en todo caso, a los adultos eso no nos resuelve la necesidad de un buen cine.
Y así fue como caímos en Crebinski, una peli gallega dirigida por Enrique Otero, hijo de unos conocidos de La Coruña. Desde que se metió en estas lides y se fue a estudiar a Vigo, el chico parecía bueno y con un futuro prometedor que ahora se va consolidando. Parecía claro que tendríamos que verla.
Segunda sorpresa: había cola en las taquillas. Y me llamó la atención comprobar que todo el mundo sacaba la entrada para ver Crebisnki. Bueno, pensé para mí, al menos tendremos la sala llena, lo que no es poco tratándose de cine gallego. Y así fue. La sala se fue llenando de gente de diverso pelaje: parejas mayores, grupos de jóvenes, gente alternativa, otros que ya se veía pertenecían, por la pinta, a eso que solemos llamar “mundo de la cultura”. En fin, los Crebinski tenían un poder de atracción bastante inclusivo.
La película, recién estrenada, tuvo su precedente en un corto con el mismo título, que le proporcionó a Enrique uno de sus primeros premios en un Festival de cortometrajes celebrado en Valladolid en el 2002. Como película acaba de recibir el premio al mejor guión en el reciente Festival de cine de Málaga.
Os Crebinski es, más que nada, una broma. Tierna y ecológica, eso sí. Durante la hora y media que dura uno se debate en el dilema de si cabrearse por la imagen absurda y paleta que se da de los gallegos (parece mentira que no seamos capaces de buscar otros modelos de personajes capaces de romper los estereotipos) o dejarse llevar por la belleza de las imágenes y la ingenuidad de la historia. Si el cine fuera sólo forma, color e imágenes, ésta sería una película estupenda. Pero el cine también contiene una historia, presenta unos personajes, refleja un contexto social y cultural y, con todo ello, alimenta un imaginario colectivo con el que te puedes identificar o del que te puedes sentir lejano e, incluso, cansado. Es por eso que nos quejamos que cuando las películas americanas se refieren a España lo hagan a través de los toros. En fin, eso, que Galicia tiene perfiles de progreso, tecnología, cultura y arte que apenas aparecen en el cine o en las novelas que escogen nuestro territorio como marco de una historia.
Pero tampoco hay que dramatizar. Se pasa bien en Os Cribinski y tiene momentos en los que no puedes dejar de sonreír por la imaginación del guión, ni dejar de maravillarte por la hermosura de las imágenes.
La historia, si es que hay una historia, se refiere a dos hermanos que pierden a sus padres y acaban en una playa de la Costa de la Muerte con su vaca. Estamos, se supone en plena Segunda Guerra mundial, con submarinos de uno y otro bando rondando por las costas gallegas y con los alemanes beneficiándose las minas de Wolframio de Santa Comba y Lousame. Arriba de la playa, los hermanos Crebinski han construido un chamizo espectacular a base de restos de embarcaciones que naufragan y que el mar va arrojando a la costa. Y es así como el hermano bordeline (Miguel de Lira) y el otro (Sergio Zearreta) sólo un poco más espabilado que él van tejiendo la monotonía del día a día, solo interrumpida por la lluvia a la que temen más que al diablo pues fue la que provocó la crecida del río que les arrastró hasta allí.
Y así van sorteando, sin darse cuenta, las aventuras que suceden a su alrededor: un paracaidista alemán muerto, un submarino americano que pretende ganar la guerra en aquella playa desierta sustituyéndola por Normandía, una patrulla alemana que ronda sin rumbo en busca del paracaidista. Casi parece una comedia de enredos. Pero resulta simpática. Y en esto la vaca se va. Y ellos la persiguen. Excusa magnífica para que guión, música y fotografía (obviamente de Sergio Franco, un artista) nos permitan admirar lo más hermoso de la costa gallega y algo de su mundo rural (incluida una verbena en medio del monte con su cantante indígena pero modernizada: Loli Marlene).
Ese viaje interminable tras la vaca a lo largo de la costa es, en realidad, un viaje hacia sí mismos, hacia su infancia y los lugares donde la vivieron felices. Ya digo, no sé si hay una historia, pero si la hay es una historia linda e amable. Coherente con la broma en la que la película te sitúa desde su inicio.
Tiene cosas interesantes, en cualquier caso. Se hablan 5 lenguas diferentes (y muchos más lenguajes, si tomamos en cuenta la forma de comunicarse entre los protagonistas) todas en versión original y subtitulada. Interesante. Luis Tosar, por ejemplo, habla un inglés magnífico, envidiable. La fotografía, la música, los paisajes, el propio carácter de los dos hermanos (tosco y cutre pero simpático), la escenografía (la chabola donde viven es un canto a la imaginación y a la creatividad técnica). Todo ello está muy bien construido.
Lo dicho, Enrique Otero y su equipo han sabido sacar partido al ambiente y los personajes. Se diría que el ambiente es el auténtico protagonista del film. Lástima que la historia no dé mucho de sí. Y que, una vez más, se haya elegido lo “cutre” como contexto de lo que sucede en Galicia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario