domingo, enero 11, 2009

Una familia con clase.



La verdad es que resulta un poco aburrido escribir solo de cine en el blog. No es que el cine no me guste, pero disfruto más con las entradas personales o anecdóticas. Y no es por falta de temas. Tengo cinco o seis ahí esperando pero este estado sublime de medio apatía posvacacional te deja sin ánimos para meterte en el lío. Además, con este frío inmisericorde, casi todas las energías has de dedicarlas a temblar para entrar en calor. Así que, entre una cosa y otra, lo único que sobrevive es este recuento periódico de las pelis. Y se puede dar el blog con un canto en los dientes porque podría quedarse, incluso, sin eso.
Bueno, pues esta vez, le ha tocado el turno a Una familia con clase, un film de Stephan Elliott, recién estrenada en Coruña. Basta leer la pequeña descripción de la propaganda para hacerse una idea cabal de cómo va a ser la cosa, pero yo estaba seguro de que la calidad de los actores ingleses salvaría la historia. Y así fue. El argumento (basado en una novela clásica, de 1924, del insuperable Noel Coward: Easy Virtue) recoge la previsible incompatibilidad entre una rancia familia inglesa y una joven americana casada de en un rapto de lujuria (y fuera de Inglaterra, por supuesto) con su hijo mayor y heredero. Él (Ben Barnes) es un joven inexperto y ella (Jessica Biel) una mujer vital (capaz de ganar una carrera de coches en Mónaco), con mucha experiencia a sus espaldas y con una visión pragmática y hedonista de la vida. Muy lejos, en todo caso, de los estrictos valores y tradiciones de los nobles ingleses.
Tras la boda, él vuelve a su casa para presentar su esposa a la familia y ahí comienza la juerga. La casa es un sueño: uno de esos enormes castillos en medio de inmensos prados. Y la familia, lo que era de esperar: un conjunto de estirados personajes muy apegados a las tradiciones y los valores intangibles de la nobleza inglesa. Pero cada uno de ellos es un personaje. La obra debió ser, inicialmente de teatro, pues los caracteres están perfectamente delineados y los actores los bordan, cada uno el suyo. Especialmente buena es la madre (Kristin Scott Thomas). No mueve un músculo que no deba mover y refleja de manera perfecta ese carácter medio repelente medio amable de la dueña de la casa. Por supuesto, no traga a su nuera y resulta sibilina buscando formas “educadas” de ningunearla y hacerle la vida imposible. El padre (Colin Fitth) es otro “cromo” perfecto: ex-comandante perdedor en la guerra, depresivo dado a la bebida y los puticlubs después, recuperado para la familia en aras del buen nombre de la familia y resignado, finalmente, a ser un cero a la izquierda en el organigrama familiar. Entre soñadoras y repelentes las dos hermanas del recién casado (divertidísima la escena de la hermana pudorosa bailando el Can Can sin ropa interior).
La recreación de los ambientes ingleses de la alta sociedad resulta impecable (al menos hasta donde uno está acostumbrado a ver en las series). El guión, como suele ser habitual en este tipo de obras, me ha parecido magnífico. Esa socarronería inteligente y cínica (tipo Churchil) con que se enfrentan las dos mujeres. O el despedazamiento familiar que se produce cada vez que se sientan a la mesa donde los comentarios ácidos y sardónicos son como flechas que llueven en todas direcciones.
En fin, no es de esas películas de reírse a carcajadas pero te garantiza una sonrisa permanente. Lo que no es poco.

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