lunes, octubre 27, 2008

Llamarse Castiñeiras


Interesante fin de semana. Por la tranquilidad de no moverse de casa, aunque eso esté lejos de significar tranquilidad y reposo ( regresé de Barcelona el Viernes a las 10 y pico de la noche y tuvimos una fiesta familiar en Orazo el sábado). Pero, en fin, está bien quedarse de vez en cuando y disfrutar de Santiago. Eso nos da la posibilidad de descubrir dimensiones compostelanas que no conocíamos pese a los veintitantos años que llevamos viviendo aquí.
La mañana ha sido curiosa. Se celebraba la “carrera pedestre” anual. Una especie de maratón light (creo que se corren veintitantos kilómetros) que organiza cada año el periódico local El Correo Gallego. Corrían seis mil y pico personas de toda edad y condición. Yo estaba trabajando en mi despacho de casa y los veía pasar por debajo de mi ventana cuando ya habían corrido casi todo pero aún les faltaban 6 kilómetros. Lo decía un cartel colgado de una farola. Era emocionante verlos pasar. Toda una muestra de la fuerza de voluntad humana. Por supuesto, los primeros fueron los corredores de raza negra. Sólo algunos con cara de árabes argelinos o marroquíes les seguían pero ya de lejos. Los “nuestros” seguían a mucha distancia. Y luego, a quince o veinte minutos de los destacados el gran pelotón. Todo un mundo. Gente de todas las edades. Me asombró ver a gente de setenta y pico años corriendo a pesar de que se les veía padeciendo un sobreesfuerzo descomunal. Todos, mayores y jóvenes absolutamente concentrados en sí mismos, como graduando cada paso que daban. Y mirando el reloj. Supongo que veían el cartel que anunciaba los 6 kilómetros que faltaban y se acojonaban. Por eso miraban al reloj para calcular lo que restaba de sufrimiento hasta la meta. Algunos caminaban-corrían con movimientos muy alterados, medio cojos, con bailes de cadera poco normalizados. Pero sobrecogía el esfuerzo y la voluntad de seguir. Me dieron envidia. Me hubiera gustado mucho estar entre ellos. Me figuro que a esas alturas de la carrera estaría echando los bofes, pero seguro que me sentiría bien, contento al comprobar que no había perdido ni la capacidad de esfuerzo, ni el sentido del humor que a buen seguro me haría falta para no sentirme ridículo. A ver si el año que viene.
Y por la tarde cine. Esta vez, nos hemos animado por la recién estrenada película cubana El cuerno de la abundancia. Y la verdad ha sido un rato muy divertido. Es un trabajo de Juan Carlos Tabio, protagonizado por el omnipresente Jorge Perrugorría, que lo hace muy bien. Y con él una serie de actrices cubanas (Paula Ali y Yoima Valdés) que, como no puede ser menos, llenan de erotismo el film.
Siempre me ha gustado mucho de los cubano el gran orgullo personal y de grupo que expresan cuando tratan sus problemas. Y aún más, el buen humor con que saben plantearlos, riéndose de sí mismos y haciendo chacota de su situación calamitosa. Toda la historia es un poco alucinante pero eso la llena de gracia aún más si cabe. A un pueblito cubano llega la noticia de que existe una enorme cantidad de dinero dejada en herencia a los Castiñeiras (apellido gallego, donde los haya). Claro que deben demostrar que llevan ese apellido, que se convierte en la condición más anhelada de cuantas se pueden soñar. Todos quieren ser Castiñeiras. Y unidos al sueño de la herencia próxima van surgiendo todas las calamidades, rencillas, filias y fobias de una comunidad pequeña. Me recordó mucho a nuestro Berlanga de Bienvenido Míster Marshall.
Lo interesante de la historia es que cuanto más absurdas son las cosas que se cuentan del dinero y de su procedencia más creíbles se hacen para los vecinos del pueblo. Y así aparecen piratas, monjas, maestros presidentes de logias y un sinfín de personajes y circunstancias enloquecidas. Pero ni eso, ni la inicial oposición de algunos a creérselo sirve de nada. Lo que se ve es como una historia que nace en un contexto de incredulidad y suspicacia va ganando terreno hasta alterar la vida de todo el mundo. La vida personal y social. Debe ser verdad eso de que no hay nada tan subversivo como un sueño.
Y en el trasfondo todo el humor bonachón de la gente cubana. Las penurias de la vida cotidiana, la diferencia de clases pese a la doctrina homogeneizadora, la gente de Miami , el papel de los curas, la burocracia, el desmadre. Y el sexo. Es lo más lindo del film. Un film tremendamente erótico pero en el que resulta imposible echar un polvo. Es un coitus interruptus permanente: siempre hay alguien que interrumpe o algo que tuerce las cosas en el último momento. Eso en Cuba es un problema peor que el calentamiento del globo terrestre. Y eso es justamente lo que sucede, una calentura in crescendo que no encuentra forma de aliviarse. Resulta lógico que el máximo sueño de una de las protagonistas es tener la herencia para poder poner una puerta en la habitación que le permita algo de intimidad. Está quemada la pobre.
Una peli divertida y amable. De esas que te hacen añorar el volver a Cuba. Para integrarte en ese desmadrarte general y disfrutarlo un poco.

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