En consonancia con lo que he ido escribiendo en los últimos posts sobre los amigos, la amistad y las relaciones, hemos aprovechado las vacaciones de Semana Santa para visitar a unos amigos en la costa castellonense. Amigos vintage, claro está, de esos que te acogen en su apartamento de la playa y tienen reservas de afecto suficientes como para soportarte durante una semana.
La cosa es que todo ha salido bien, una Semana Santa estupenda. Ryanair ha sido puntual (¡qué maravilla eso de salir de casa en una punta de España y en una hora y poco estar ya al otro lado del país). Un viaje de Santiago a Valencia que, si lo piensas en coche o tren, sería un día completo. Nuestro paso por Valencia nos permitió encontrarnos con Fuen y Rafa y compartir (compartir la cena porque la factura se la tragaron nuestros anfitriones) una cena llena de sorpresas en el Tonyina, un restaurante lleno de imaginación donde, según reza su carta, puedes comenzar de picaeta, seguir con algo de fresquet, continuar con el calentet y acabar de dolcet. Y como según nos iba presentando sus delicias la camarera-sumelier, nosotros salivábamos anticipando el placer, al final nos liamos pidiéndolo todo. Y estaba muy rico, la verdad. Mal (¿malo?) inicio para una semana que debería ser de penitencia y vigilias.
Nuestro destino era Oropesa, porque es en Marina D’Or donde Juan Manuel y Celia tienen su vivienda. A la orilla del mar, en un lugar precioso. Dicen que es un lugar especialmente concebido para desconectar de ansiedades y estrés y reconciliarte contigo mismo y con la vida placentera. Y eso con una sola medicina: el mar y el caminar por su orilla, aunque claro, hacerlo en buena compañía.
Eso hicimos, la verdad. Como nuestros amigos son expertos en gestión de personal (ambos trabajaron en departamentos dedicados a eso), ya saben cómo combinar las experiencias y graduar las emociones de la gente. Para pasarlo bien nos ha bastado con seguir sus instrucciones. Lo dicho: lo cultural ha maridado muy bien con el ejercicio físico de caminar y moverse; lo gastronómico se ha integrado a la perfección con las charlas y la socialización; el descanso en casa ha estado siempre acompañado de buena música que la chica del Google Home ha ido ofreciéndonos, siempre atenta a las instrucciones de Juan Manuel. Experiencias muy bien combinadas.
En lo culinario la Semana Santa ha sido un auténtico calvario, una lucha constante contra nuestra tendencia a disfrutar intensamente con las viandas deliciosas que se nos iban ofreciendo. ¿Cómo disfrutar el placer gastronómico sin que eso suponga pecar mortalmente contra las dietas y controles que los médicos nos habían impuesto? Difícil dilema. Estamos (algunos) en una edad en la que no hay mayor pesar que dejar pasar por delante de ti un manjar culinario sin hincarle el diente. Te preguntas, ¿y si no tengo otra oportunidad de tomar algo así? No me lo perdonaría, te respondes nervioso. Y en ese mismo momento, ya sabes que has perdido la batalla. Y lo comes con un cierto deje de culpa, pero chupando hasta los huesos. Es nuestro sino. Ya lo decía uno de los hermanos Marx: “hasta mis debilidades son más fuertes que yo”.
Ha sido una semana grande en lo que a comidas se refiere. Tras el prólogo fantástico de la cena en el Tonyina valenciano (martes), llegaron los inigualables solomillos segovianos que nuestros anfitriones van a buscar expresamente a Mozoncillo y por la noche unas tapas riquísimas en El Olivo, incluido, por supuesto, el all i pebre de anguila (miércoles). Aunque nosotros veníamos de Galicia, resulta imposible olvidar el saborcillo marinero del bogavante frito al que nuestros amigos nos invitaron en el antiguo Mesón del Poble (hoy arrocería Taberna Roge y Sary). Bogavante frito, así, sin nada más. Estaba exquisito, aún me queda el regusto en el paladar. Y qué decir de los huevos, fritos en el aceite del bogavante, que te sirven después. Fue un jueves realmente santo. El viernes tocó descanso gastronómico con potaje y bacalao en casa, pero nada que envidiar a lo que hubiéramos podido tomar por ahí. El sábado salimos de excursión y nos recreamos con un cabrito al horno de notable alto en Villafamés. El domingo tocó descanso porque habíamos tomado tantas tapas en el vermuth en casa de unos amigos que ya se hizo imposible la comida. Pero retomamos la penitencia el lunes con un arroz caldoso de conejo y caracoles fantástico en La Parrilla. Y ahí acabó la historia porque el martes, día de regreso, tuvimos que contentarnos con medio bocata de jamón en el aeropuerto. Y ahora, ya en casa, a recuperar las verduras de hoja ancha, el pescado cocido y la fruta entre horas.
Para ser justos hay que señalar que aparte de comer bien, caminamos mucho. Así que la balanza se equilibraba. Pese a mi pie escachuflado y las lumbares en huelga indefinida, hemos hecho muchos kilómetros estos días, muchos. Y es que caminar por la orilla del mar es casi tan placentero como comer. Y más barato. Oropesa es un lugar privilegiado para quienes adoramos el mar y buscamos su compañía mientras andamos. Caminar escuchando el rumor calmo y constante de las olas relaja mucho. Poder extender la vista hasta un horizonte tan luminoso y bello como el que ofrece el Mediterráneo es algo que te ensancha el cerebro y amplía los pensamientos. Sentirte arropado por la brisa que llega del mar, incluso cuando llega fresquita como estos días, te airea los pulmones y parece como que tira de ti y te da fuerza para que sigas avanzando. Muy bonitos y placenteros los paseos. Y si lo haces en compañía aún resultan más gratos: acompasas la conversación y el paso a tu compañero; te enriqueces con sus ideas y comentarios, te sientes bien. Caminar por el mar con otra persona es una terapia. Y si te descalzas y vas caminando por el agua y hablas, y avanzas juntos se genera una tal combinación de sensaciones (prácticamente todos los sentidos están activados: la vista, el tacto, el oído, el olfato, las sensaciones proprioceptivas) que el cerebro se pone a cien y produce un chute de dopamina asombroso. Y, además, al contrario de lo que sucede con la comida, aquí no te sientes culpable. Por contra, se añade el plus ese de poderte decir: “lo estás haciendo bien, tío; este es el camino correcto”.
Con todo, y ya ven que lo anterior fue bueno de cojones, lo mejor de unas vacaciones con amigos son, justamente, los amigos y la posibilidad de poder pasar unos días de encuentro intenso con ellos. El ecosistema pareja, incluso cuando funciona bien, precisa de momentos de apertura a otros contactos. Es una apertura que cuesta trabajo porque obliga a romper rutinas, porque te expone a miradas ajenas, porque supone un compartir espacios y momentos, porque pone a prueba nuestra capacidad de adaptación y empatía. Pero aún así (y quizás, justamente por eso) resulta muy gratificante. No es fácil, desde luego. No todas las personas (y menos aún, todas las parejas) valen para eso, pero cuando sale bien, es fantástico. En ese sentido, han sido unos días estupendos. Juanma y Celia son unos anfitriones excelentes y eso ya lo sabíamos de otras veces que convivimos juntos. Es fácil compaginar con ellos los diversos momentos de la cotidianidad. Lo ponen muy fácil. Y son generosos hasta la exageración. Elvira y Celia nunca acaban de hablar y sus conversaciones son infinitas; Juanma y yo somos menos habladores, pero tampoco nos faltan temas y él tiene, además, esa cualidad rara de ser curioso e interesarse por temas que me quedan cerca, aunque a él le queden lejos. Así que da gusto pasear con él.
En fin, unas vacaciones de Semana Santa tampoco dan para más. Al final son 7 días que pasas fuera de casa, dos de ellos viajando. Pero, así y todo, han sido días bien intensos y aprovechados. Hemos completado una interesante agenda cultural tanto en Oropesa (con su zona antigua y su castillo, es una ciudad con una historia y un patrimonio muy interesante), como en Villafamés a la que llaman la joya de Castellón (espectacular en su estructura radial para ascender al castillo, sus murallas, la belleza de sus calles, su museo…). En ambos casos, fue todo un descubrimiento. Ya expliqué que también hemos cumplido con la parte gastronómica (incluidas unas caipiriñas y la queimada, que compartimos los gallegos). Y lo cumplimos tan a fondo que, seguramente, traerá como consecuencia varias semanas de régimen intensificado. Y hemos socializado con nuestros amigos y con los amigos de nuestros amigos, lo que nos ha llenado de nuevas energías para afrontar la etapa primaveral.
O sea, una semana santa estupenda.
1 comentario:
Describir los pequeños detalles de la vida cotidiana y sus matices , Miguel sabe contarlos con esa finura, precision y generosidad.
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