martes, diciembre 27, 2022

LUIS LANDERO: Lluvia fina (2019).

 

He caído en este libro por casualidad, porque había acabado el anterior y ahora, en vísperas de las fiestas navideñas, había que cubrir el interim porque seguro que algún libro de regalo caerá estos días. Y el azar tiene, a veces, estas sorpresas: me ha gustado más de lo que esperaba. Y no porque Luis Landero no me parezca brillante, que lo es sin duda, sino porque no es de mis habituales. Fallo mío, desde luego. Luego he visto que recibió el premio de novela española del Casino de Santiago y, aunque no sea el nobel, para mí es significativo.

Landero tiene mi edad (un año más), estudió Letras en la Complutense en tiempos que no serían muy distantes de los míos, fue profesor y se ha dedicado a escribir ya de mayor. Se nota en sus textos que no solo domina el lenguaje, sino que lo ama y lo cuida. Esta novela es una buena muestra de ello. Y, si todo eso no fuera suficiente, Landero gusta de temáticas que tratan de poner en primer plano la vida de las personas, sus relaciones y la forma en que cada personaje vive y cuenta su vida. Con toda la complejidad que eso tiene.

“Todas las familias felices se parecen, decía Tolstoi en el inicio de Ana Karenina, las infelices lo son cada una a su manera”. La familia que describe Landero es una de esas familias infelices que, con el paso de los años, se convierte en un polvorín de rencores mutuos con riesgo de explotar al menor descuido u oportunidad. Y ese momento sísmico llega con la propuesta que hace su único hijo, el menor de tres hermanos, de celebrar el 80 cumpleaños de la madre, viuda, con una reunión donde se encontraran todos. Las reuniones familiares catárticas y explosivas no es una temática nueva pues ya ha sido el argumento de diversas películas. Lo novedoso de la novela es que esa reunión ni siquiera llega a celebrarse y todo se queda en el barullo infinito de reticencias que cada quien tiene con respecto a la celebración. Hay muchos cobros pendientes que los miembros de la familia se van arrojando ante la mera posibilidad de reunirse y de festejar a la madre.

Formalmente, la novela refleja la maestría de un novelista que, aunque llegó tarde a la escritura, se ha convertido en un gran maestro. Domina el lenguaje y la escritura. Y lo hace sin florituras, como si escribiera sencillo, por divertimento. Y no es fácil en este caso porque la estructura de su texto es muy teatral, basada en la conversación. Uno se confunde al inicio porque juega con los guiones y los turnos de los hablantes y uno ya no sabe quién debe atribuir lo que se dice. Pero poco a poco le vas cogiendo el tranquillo. Los personajes centrales son 4 (los tres hermanos y Aurora) y otros tres aparecen pero solo como objeto de conversación (la madre, Horacio y Roberto), sin que ellos intervengan.  No es por tanto un gran elenco y la historia se sigue muy bien.

 Pero lo interesante de Lluvia fina es la historia que cuenta. La historia de una familia compleja y llena de matices. Cada personaje ha generado un ecosistema de recuerdos y vivencias profundas en el que manotea para sobrevivir como un náufrago. Lo interesante de estas novelas psicológicas es que te permiten perfilar muy bien a los personajes: ves cómo cada uno de ellos colorea su experiencia vital, cómo construye su propio relato, cómo da sentido a su propia vida. Landero tiene  una capacidad especial para diseñar ese mapa complejo de vidas enfrentadas. La familia que describe es como un grupo de personajes encerrada en una sala de espejos deformantes donde cada cual se ve y ve a los demás en función de su propia mirada. Y eso los hace irreconciliables.

Quizás sea ése, el peso de los recuerdos en la vida presente, el eje en torno al cual Landero ha querido construir esta historia. Desde luego, ha sido el aspecto que más me ha interesado a mí. Esto de volver al pasado, de reconstruirlo y, seguramente, de transfigurarlo es muy propio de nuestra edad (de la mía, quiero decir). Como dice Andrea con un cierto deje cursi: “Ahora la gente se olvida enseguida de las cosas, pero yo no, yo creo en el ayer. Yo miro atrás todos los días y veo las huellas de mis pasos marcadas en el polvo del tiempo. Los recuerdos arden dentro de mí” (p.61). Las huellas de mis pasos marcadas en el polvo del tiempo… es cursi, pero bonito. La cuestión, con todo, no está en si olvidar el pasado o no, sino en la validez de la reconstrucción que hacemos del pasado. Leyendo Lluvia fina, uno se da cuenta de que las historias de cada uno, tal como cada uno las reconstruye no pueden ser verdad, son siempre algo reconstruido, imaginado (al menos en parte). Las reflexiones que hace Landero al respecto me parecen muy sugerentes:

 Casi todos los episodios de la infancia, razonaba Gabriel, son casi siempre una construcción hecha con evocaciones posteriores, con retoques, con supresiones y añadidos, con intercalados imaginarios e, incluso, oníricos, con secretos intereses espurios, hasta que al fin el adulto sella el relato definitivo del niño que fue, y esa última versión pasa a ser tan verdadera, y tan emotivamente verdadera, como si fuese una evidencia” (p.48).

(A veces perdemos el sentido del tiempo) “… como le pasó a Andrea cuando su madre le abandonó durante unos minutos pero que para ella fueron años y años, tantos que de algún modo su madre no ha vuelto todavía, ni volverá jamás. Son historias, impresiones, conjeturas y sueños, que una vez que se encarnan y fraguan en palabras, pasan ya a ser reales y, con el tiempo, invulnerables a toda controversia (…) Y es curioso, piensa Aurora, porque lo que el olvido destruye, a veces la memoria lo va reconstruyendo y acrecentando con noticias aportadas por la imaginación y la nostalgia, de modo que entonces se da la paradoja de que, cuanto mayor es el olvido, más rico y detallado es también el recuerdo” (p. 262)

Y en el fondo de la historia, la complejidad de las relaciones familiares, un tema muy querido para Landero. Al margen de las historias bien complejas de cada uno de los personajes en relación con los demás, lo que está en el fondo es la propia complejidad de las dinámicas familiares, ese especio estrecho en el que nos construimos a nosotros mismos y que puede actuar tanto como tabla de salvación como de corsé opresor. Y qué hacer con lo que se vive en familia, ¿contarlo?  ¿Contarlo incluso sabiendo que eso que cuento es solo una verdad a medias porque las otras personas lo cuentan de otra forma? Ahí está el dilema.

  En todas las familias hay mentiras, y también en el amor y en la amistad, entre otras cosas porque para convivir es necesario que cada cual tenga sus secretos…y es que, en parte, somos nuestro secretos” (p. 40)… “la sinceridad, llevada al fanatismo, solo puede conducir a la destrucción” (p.41)… “las aguas del pasado siempre bajan turbias y, lo que es peor, enturbian también las del presente” (p. 41).

“- (Aurora a Sonia) Bueno, por lo menos al final lo has contado. Así te has quitado esa carga de encima.

-(Sonia) Es verdad. Pero también me he quedado como vacía. No sé si es bueno contar o no las cosas. No lo sé. Quizás hay historias que no deben contarse, asuntos del pasado que es mejor que sigan perteneciendo para siempre al pasado. (p. 259)

 

En fin, una novela pequeña pero que dibuja y reflexiona sobre temas de gran interés. Los señalados más arriba pero también otros:

El aburrimiento: “El mal de Gabriel (filósofo de profesión) no era otro que el aburrimiento. Ese era, precisamente, uno de sus temas predilectos, y sobre el que disertaba con mayor brillantez. Dos peligros acechan al hombre: uno y principal, la lucha por la supervivencia, y, una vez superado este, la lucha contra el tedio de existir. Y he aquí que sus artes filosóficas no le servían de nada contra las argucias de ese adversario tan temible. Sí el ajedrez o el  bricolaje, y solo por momentos, pero no la filosofía” (p.184).

El deseo: (habla Gabriel, el filósofo) “Porque lo que hace desgraciada a la gente es el deseo. Pero no tanto el deseo de esto o lo otro como el desear por desear, el deseo en estado puro, el deseo que a veces no sabe siquiera lo que desea, sino que es solo una fuerza ciega y despótica, como un arco en tensión cuya flecha no ha departir jamás” (p. 103).

Una novela muy interesante, para mi gusto. Daría para una obra de teatro estupenda. Porque está llena de alusiones a cuestiones domésticas pero vinculadas a las grandes problemáticas de las relaciones humanas. Y fundamentalmente a esa incertidumbre presente en toda historia personal reconstruida. Los personajes de la novela cuentan la misma historia (porque participaron en ella), pero la cuentan de forma absolutamente divergente. Y en ello estamos todos, contando historias que solo son postverdades.

Y acabo con una frase que me encantó: “La luz que nos guía, también nos ciega” (p. 155)

 

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