sábado, diciembre 10, 2022

De bodas y encuentros (2): ALMAGRO.

 


Como decía, la semana acueducto de diciembre tuvo su magia porque encadenó una secuencia de celebraciones que solo acontecen cuando los astros se coaligan para darnos una alegría y ayudarnos a sobrevivir. Ya conté en el post anterior la fiesta de la boda, pero debe ser cierto aquello de que no hay boda sin reboda. Y si la boda fue de nivel Premium, no podía esperarse menos de lo que vendría después.

Nuestra pandilla no se contentó con reunirse para concelebrar el acontecimiento de la boda de Alberto y Ujué. En realidad, nuestra fiesta iba más allá y celebrábamos la recuperación de nuestra amiga y líder, Celia, la joven del grupo. Y ese acontecimiento se merecía festejos más amplios y privados. Sin tanta gente como en la boda, pero con mayor intensidad grupal. Y eso hicimos, irnos juntos a pasar unos días de postboda a Almagro.

Nuestro grupo no es amplio: cinco parejas y dos singles (aunque por desgracia, en esta ocasión, Pilar nos pidió que la excusáramos porque otros asuntos inaplazables la retenían en Madrid). Somos afortunados porque ahí seguimos, disfrutando de una amistad que dura ya más de 5 decenios. Una amistad vintage, no solo por su duración sino por su calidad, por su resiliencia, por su policromía. Compañeros de carrera (la mayor parte de nosotros estudiamos psicología en la Complutense en la promoción 70-73), el año que viene celebraremos nuestras bodas de oro como egresados. Fuimos amigos durante los estudios y continuamos siéndolo tras graduarnos. Con la ventaja de que aquel grupo inicial de estudiantes voluntariosos se ha ido enriqueciendo con nuestras parejas y con la riqueza y la diversidad de perfiles humanos y profesionales que ellos y ellas aportaron al grupo.  Lo curioso es que hemos sobrevivido a los no pocos avatares a los que nos ha enfrentado la vida de cada uno/una de nosotros: el trabajo, el matrimonio (y las separaciones), la incorporación de otras personas, la edad, las manías, la evolución ideológica y las afinidades políticas o religiosas. No sé, no es fácil de explicar. Hemos tenido tantos motivos para romper e ir cada uno por su lado como para seguir juntos. Y, sin embargo, aquí estamos, achacosos y cojitrancos, pero juntos. Negando aquello de que “en casa del herrero cuchillo de palo”. Somos psicólogos (algunos) y quizás sea eso lo que ha reforzado nuestra capacidad de empatía y adaptación mutua. Es posible que no ganemos un concurso de grupos ideales (salvo que el criterio sea la longevidad), pero aquí seguimos. Y nos hemos ido juntos a Almagro en pleno diciembre. Con dos cojones.

Porque Almagro en diciembre no es el paraíso terrenal. Cuando le da por ello, hace un frío que pela. Pero habíamos escogido un buen hotel: la Casa del Rector, un hotel boutique precioso y muy recomendable. Un hotel moderno con habitaciones inteligentes, y esa fue la primera lección de este viaje: está claro que lo nuestro no es la domótica. Y lo digo porque la primera batalla a librar fue con los botones de los enchufes para que se abriera la persiana, se encendieran o apagaran las luces (las que necesitabas, no cualquiera) y funcionara la calefacción. Primer recordatorio de que vamos mayores y que las excesivas modernidades exceden nuestras competencias. Batalla ganada, en cualquier caso, aunque el aprendizaje fuera lento y esforzado. Por lo que nos comentó el dueño del hotel, estaban desesperados porque algunos clientes, menos pacientes que nosotros, tras varios intentos infructuosos de subir o bajar la persiana, se iban por las bravas y, simplemente, tiraban de ella con toda su fuerza con lo que destrozaban el mecanismo. Nosotros fuimos pacientes y, mal que bien, dejamoslas habitaciones enteras. En el hotel sentamos nuestros reales y su cafetería se convirtió en nuestro meeting point, el km. 0 de nuestra excursión.

Llegamos el domingo 4 y dedicamos el día a explorar la ciudad que algunos no conocían. Comimos en el restaurante Marqués (aprobado alto) y, una vez que estuvimos todos y todas, comenzó nuestro programa de charlas y excursiones. 

 El lunes 5 nos fuimos a visitar las minas de Almadén, un lugar precioso y lleno de resonancias humanas, laborales y culturales. El nombre le viene de la época de dominio musulmán en Andalucía, pero la mina es muy anterior a ello. Resulta impresionante pensar que justamente allí, hace 2000 años, se comenzó a buscar y extraer mercurio (bueno, lo que extraían era cinabrio, del que después sacaban el mercurio). 20 siglos de trabajo en las entrañas de la tierra buscando las vetas rojas del mineral. Y allá fuimos, algunos con ciertos temores preventivos tanto por la claustrofobia (te bajan al pozo San Teodoro a 50 ms. de profundidad), como el hecho de caminar por las galerías (la hora y pico que dura el paseo se va caminando unos 3 kms. por un laberinto galerías). Los temores no pudieron con nuestra voluntad por aprovechar la experiencia y allá fuimos todos. Nos pusimos los cascos reglamentarios y nos entregamos a nuestro papel de turistas abnegados que siguen obedientes (bueno, no siempre) al guía. Y, la verdad, resultó un paseo agradabilísimo y muy interesante. Conocimos muchas cosas sobre la historia de la mina, sobre la progresiva construcción de las galerías, sobre la tecnología utilizada para la extracción del material, sobre el proceso de convertir el cinabrio en mercurio y éste en catalizador de la extracción de la plata, sobre la dura vida de los esclavos mineros, sobre la importancia de la mina en la región. En fin, una mañana muy instructiva. Primero porque ninguno de los temores iniciales se confirmó y superamos con facilidad los pequeños retos que el paseo nos planteó. Y en parte, también, porque nuestro guía era simpático y competente. Muy andaluz.

La zona donde se ubica Almadén es una tierra castellana con muchos méritos geográficos y sociales. Los paisajes son preciosos y relajantes.  Pero a todo ello hay que añadir el de haber sido el lugar de nacimiento de nuestra Dami. A solo 30 kms. de la mina está Saceruela, su pueblo de origen. Hubiera sido un desaire familiar imperdonable que ella pasara por su pueblo sin saludar a sus hermanos y sobrinos. Aunque el tiempo nos aprisionaba, mientras el resto del grupo completaba la visita a las galerías con una vuelta por el hospital minero, pudimos ofrecer a Dami y Luis esa visitica a la familia que, además, al ser puente, coincidió con la presencia en el pueblo de sus sobrinas y del bebé de una de ellas. Una criatura preciosa. Con lo cual, la guinda del encuentro con la familia supuso un plus afectivo estupendo y el valor de este primer día de excursión mejoró mucho. Comimos todos en Abenójar y nos regresamos a Almagro por aquello de llevar las cosas con tranquilidad y relajo. Tarde de descanso con spa y masajes para los/as más exigentes. Paseo por el pueblo y cena colectiva para cerrar el día. Buen inicio de este encuentro.

 El martes, día de la Constitución, nos tocaba relax y descanso en Almagro. Desayuno tardío, paseo por museos y descubrimiento por la ciudad. Llovía y hacía frío, así que tampoco apetecía hacer otra cosa. Teníamos cita a las 13 en el Corral de Comedias. Ese fue nuestro punto de encuentro y allí nos vimos. Los que llegaron pronto pudieron coger un buen sitio y los retrasados nos tuvimos que contentar con los huecos disponibles, asunto no baladí cuando se trata de un corral de comedias. La cosa es que tras el primer escrutinio solo vi disponible un hueco en el primer palco del primer piso y allá fuimos, ingenuos de nosotros, Elvira y yo. La comedia comenzó con la voz en of de Fernando Fernán Gómez ensalzando el teatro y siguió con la aparición de la primera (y única) actriz que nos contó sus cuitas amorosas. El otro actor estaba situado en el palco de enfrente al nuestro y comenzó desde allí su interacción con la actriz. Y la historia siguió su evolución hasta que, de buenas a primeras, la actriz miró a nuestro palco y se dirigió a mí como si fuera el alcalde y tuviera un papel en la pieza. Maldije mi estupidez por haber escogido aquel lugar (y eso que sabía de otras veces que parte del juego de la representación era el implicar al público), pero no tuve más remedio que participar. Le grité “guapa” cuando me pidió un requiebro (yo que no soy capaz de decírselo ni a mi mujer que es la que más se lo merece) y me tuvo en canción durante toda la representación, señor alcalde por aquí, señor alcalde por allá. Un corte, aunque al final tampoco fue tan terrible pues la pieza era divertida y, además, fueron metiéndose con otra gente del público y así la vergüenza se fue distribuyendo entre varios. Lo gracioso fue que, después de eso, nos tropezamos con los actores en la calle y, pese a ir ellos de paisano y sin oropeles, los reconocimos y me saludaron, “hola señor alcalde”.

 Comimos muy bien (estos encuentros de grupo es lo que tienen, que te lo pasas muy bien, pero traspasas todas las líneas rojas de la contención alimentaria con consecuencias que luego vas pagando con intereses) y como tocaba fútbol de Qatar, con la selección española frente a la marroquí, los más futboleros nos marchamos veloces en búsqueda del pub donde nos habíamos citado para ver el partido. Y, por lo que luego sucedió, para sufrir con la derrota de los nuestros.

El miércoles estaba reservado para la arqueología y teníamos cita en La Motilla de Azuer.  Ese día ya no estaban con nosotros Fuen y Rafa que debían atender compromisos familiares y la tristeza de la despedida nos dejó un poco tocados, hasta el punto de que salimos escopeteados cara a nuestro destino del día sin planificar bien la excursión. Y ese apresuramiento nos jugó una mala pasada esta vez, pues en lugar de ir a Daimiel donde deberíamos tomar un bus que nos acercaría a Azuer, nos fuimos directamente a la excavación y allí nos encontramos perdidos en pleno campo, ante una cerca cerrada, sin información y en la mitad de la inmensa llanura castellana. El GPS insistía en que habíamos llegado a nuestro destino, pero costaba creerle. Y, además, se hacía dura la espera en compañía del inclemente frío mañanero de aquellas tierras manchegas. Nos llevó un tiempo situarnos, tranquilizarnos y darnos cuenta de que, efectivamente, estábamos en el lugar deseado, pero nos habíamos equivocado en la forma de llegar hasta allí. La cosa es que ya no cabía marcha atrás y Juan Manuel consiguió contactar con los organizadores de la visita para advertirles que nosotros (éramos más de la mitad del grupo total que visitaría la excavación esa mañana) ya estábamos en el puesto y que no nos esperaran en el punto de partida. Tras una no corta espera llegó por fin el guía que abrió la puerta, pero pasó bastante de nosotros y nos dejó allí tirados a la espera del autobús. También llegó, al poco, el autobús con el resto del grupo, pero tampoco venía contento el chofer a quien, quizás, nuestro adelanto le supuso alguna pérdida económica al disminuir sus pasajeros. En cualquier caso, fuimos tras él y entramos en la finca de las excavaciones.

 Muy interesante la visita. La reconstrucción que se ha hecho de la fortaleza primitiva tapada bajo la montilla (la elevación de tierra que por efectos naturales fue cubriendo las construcciones originales) es fantástica y refleja muy bien la estructura defensiva del edificio y los vericuetos arquitectónicos que se utilizaban para impedir el asalto. El guía, un poco seco y distante al inicio, fue relajándose y generando una comunicación amigable y fluida con el grupo. Bueno, la verdad es que este asentamiento prehistórico (data del 2200 al 1300 a.C.) es extraordinario. El recinto amurallado de la fortaleza está muy bien reconstruido con sus murallas concéntricas, sus pasillos laberínticos con curvas de 180º para dificultar el asalto, el pozo para extraer el agua del subsuelo (el más antiguo de los documentados en la península ibérica), los silos para la conservación de las cosechas de cereales, las tumbas reducidas para los enterramientos, etc., etc. Toda una lección sobre la vida prehistórica. Nos gustó mucho. La visita concluyó no mucho mejor de como se inició. El autobús tomó las de Villadiego sin hacernos ni puñetero caso (le habíamos pedido al conductor que nos guiara el museo comarcal de Daimiel a donde iba él y donde todo lo que habíamos visto in situ se explicaba con fotografías y textos) y allí nos ves intentando alcanzarle como a un fugitivo de la justicia y a unas velocidades desmesuradas para aquellos caminos de tierra en la mitad del campo. Pero no se nos escapó y, al final, quisiéralo o no, le seguimos y nos llevó hasta el centro de Daimiel y el museo. Allí concluimos la mañana y tras saborear un cafecito, visitar el museo y dar un paseo por el pueblo, regresamos de nuevo a Almagro pues teníamos reservado el mejor restaurante de la ciudad, El Corregidor, y no era cosa de perder la cita con lo mucho que nos había costado encontrar unas plazas libres. Más fútbol por la tarde (ahora ya sin el estrés de defender nuestros colores pues España ya estaba fuera de la competición) y, después, cenita de despedida en el hotel, pues el jueves era ya día de regreso a nuestros respectivos lugares.

Y ya está. Han sido cuatro días estupendos con los amigos y amigas de siempre. No resulta fácil gestionar un grupo tan grande a la hora de moverse, comer, planificar la dinámica de cada día, romper las rutinas que cada uno de nosotros mantiene en su vida cotidiana. Somos mayores y cada quien ha ido fijando guiones comportamentales propios y de pareja. Y si vivir en pareja ya tiene lo suyo, el hacerlo en grupo requiere de negociaciones, cesiones y consensos constantes. Las amistades viejas sobreviven si aciertan en encontrar ese equilibrio entre los momentos en común y los espacios para que cada quien haga lo que le apetezca. Y eso no se logra sin fuertes dosis de empatía y cariño colectivo. Parece que de eso seguimos teniendo lo suficiente como para que deseemos este tipo de encuentros y disfrutemos profundamente de ellos. Así que nuestra despedida se llenó de abrazos emotivos que querían expresar lo bien que nos habían sentado estos días juntos y de promesas de nuevos encuentros. 53 años juntos y en eso estamos, en la idea de que da gusto mantener un grupo así y poder seguir disfrutando de la amistad, el cariño y la fraternidad de tan buena gente.

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