sábado, septiembre 12, 2020

UN DIVÁN EN TÚNEZ

 

Me enamoró el tráiler que había visto en una tarde cinematogáfica anterior. La idea me pareció brillante y las imágenes que seleccionaron hacían prever una comedia tan divertida como las que nos está prodigando últimamente el cine francés. Así que allí estaba en su estreno ayer viernes.

Mereció la pena. Aunque más tranquila y dramática de lo que sugería el tráiler, se pasa bien.  Uno sale del cine con un regusto amargo por la desazón que la pobre colega tiene que pasar para asentarse en su país, pero con esa sonrisa amable que te dejan la situaciones jocosas que se van sucediendo.

Un diván en Túnez es una peli francesa de 2019 que se estrenó ayer en España. Es el primer film de Manele Labidi, una directora y guionista franco-tunecina. La película, titulada inicialmente como Arab Blues, ya se alzó con el premio del público en la sección de Autores del Festival de Venecia. Está protagonizada por Golshifteh Farahani, una actriz y cantante iraní de una especial belleza que pese a su juventud posee un amplio currículum habiendo participado en numerosos films.

La historia es muy sugerente. Una chica tunecina que marcha a Francia con su familia (al menos con su padre, de la madre se sabe poco, salvo que no se lleva bien con su hija). Allí estudia medicina, profesión que después abandona para convertirse en psicoanalista. Y dado que en Francia sobran los psicoanalistas (7 consultas había en la calle parisina donde vivía), ella vuelve a su país para montar allí la suya. Y es lo que intenta hacer en la buhardilla de su casa en un barrio tunecino.

Y ahí comienza la aventura. El reencuentro con su familia extensa y el resto de vecinos (que ya tienen sus propios problemas y no ven con buenos ojos eso de tratar perturbados en su casa); el montaje de la consulta (con el diván como pieza clave y más sugerente); la búsqueda de pacientes y la llegada de los primeros (cada uno con su propio imaginario sobre lo que ofrecía la señora Selma); la aparición de los problemas administrativos con la policía y la  burocracia de por medio… en fin, todo un enredo, mitad cómico mitad trágico que está a punto de enloquecer a la propia terapeuta.

Llama la atención la pésima imagen que la película transmite sobre Túnez, una excolonia francesa que debería haber alcanzado otras cotas de eficacia en en el film no aparecen. Y eso que la historia se sitúa en el Túnez posterior a la revolución de la “primavera árabe”. Quizás se haya buscado el esperpento para reforzar la vis cómica de la  historia, pero aún así, la imagen de la policía, de los funcionarios, de la burocracia resulta bastante cruel,  al menos vista con los ojos occidentales de hoy en día. Con todo, las dificultades se asumen como algo menor y que hay que llevar con paciencia, buscando los recovecos que las propias grietas del sistema permiten. Como si aquella fuera una forma de vida a la que uno acaba acostumbrándose. Y la película acaba pareciéndose así a una especie de documental costumbrista. Esperemos que exagerado.

Una historia que se ve iluminada por la imagen de la protagonista y del rol que desempeña. Su belleza especial (ese rostro que atrae y tranquiliza), su carácter contemporizador (algunas europeas sin ese ADN árabe habrían estallado ante algunas de las insinuaciones que recibe), su empatía a prueba de cualquier desvarío, su energía… Desde luego, la Farahani, aparte de su propia imagen y fotogenia, se ha trabajado muy bien el papel que escenifica y lo hace creíble.

En fin, una película amable y simpática. Con escenas inolvidables en la consulta (a saber lo que cada quien se puede imaginar que sucede teniendo a mano un diván y una francesa) y con cargas de profundidad sobre la realidad tunecina.

Me gustó, así sin echar cohetes. Ya se la he recomendado a mis amigos psicoanalistas.

 

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