jueves, septiembre 10, 2020

LAS NIÑAS

 



¡Bueno, bah, agradable!

Me animé a ir a verla porque algunas críticas la ponen bien. También porque fue rodada en Zaragoza y eso ya marca distinción en mis referentes pues allí comenzó mi vida universitaria y allí he vuelto con gusto cuantas veces he podido. Ví en los rótulos iniciales que la denominación inicial del film era “las niñas majicas”. Muy mañico todo.

Es un film estrenado hace nada, una “opera prima” de Pilar Palomero que describe el tránsito de la infancia a la adolescencia de una niña (Andrea Fandós) y su grupo de amigas en un colegio de monjas. La niña que vive con su madre (Natalia Molina) en un pequeño piso recorre ese tránsito a partir de los nuevos aires que trae consigo una nueva niña que se incorpora a su clase. Tanto la protagonista que es una niña tímida y preciosa como su madre, una mujer estresada que lleva muy a duras penas su rol de madre soltera, están estupendas y son creíbles. Menos creíble resulta el entorno tosco y deslucido del colegio. Como tantos otros, Pilar Palomero recurre a un cliché facilón y tópico: pongamos unas monjas viejas, cutres y retrógadas, obsesionadas con la sexualidad y el pecado y ya tenemos una película. Resulta un recurso facilón situar en el fondo de la historia un colegio de monjas con un modelo educativo carca que parezca que solo están pensando en el control sexual y en la contaminación ideológica. Eso en el fondo. Y en la figura unas niñas ingenuas y luminosas que hagan de contraste y marquen nítidamente la dicotomía entre lo cutre y lo bello; entre el pasado y el futuro. No hace falta nada más para lucir en parnaso de la cultura local.

No diré que el tránsito psicológico de las niñas a la adolescencia no esté bien reflejado. Algo tendría yo que saber de eso como psicólogo, y entiendo que sí, que esos son los grandes desafíos que en dicho tránsito se afrontan: la figura corporal, las supuestas libertades adultas (fumar, beber, mal hablar), la sustitución progresiva de los afectos familiares por los amigos, el salir por la noche, las primeras aproximaciones al otro sexo, los conflictos con los padres, las dudas sobre verdades asumidas en la infancia, etc. Todo eso está bien traído. En las niñas es un recorrido con sus propios matices, algo que la película también lo trata con esa sensibilidad de la que es capaz una buena directora.  Todo ese proceso está muy bien contado, en un tono amable, sin dramatismos, aunque con esa ansiedad que provoca (sobre todo si has pasado por ello como padre o madre) el contemplar los riesgos que en dicho tránsito va asumiendo la niña para ampliar progresivamente su margen de libertad, su autonomía. Ella tiene que ir experimentando cosas y uno sufre porque es consciente de que en cada una de esas “nuevas experiencias” se esconde un peligro palpable. En fin, es la vida.


 

La película podía haber quedado en ese proceso que no es muy diferente sea cual sea el entorno de cada niña. Pero la película no respondería a los referentes de la cultura progre si no incorporara una contraparte crítica, mejor si pudiera ser referida a cosas relacionadas con la religión y la educación. Y qué mejor que un colegio de monjas en el que, además, las monjas son viejas, lelas y carcas. Como todas, vamos. Las referencias del film sitúan la historia en “la España del 92”, es decir, la Zaragoza del 92. A esas alturas, no creo que ningún colegio religioso de Zaragoza, ninguno, se pareciera al esperpento que se señala en la película. Yo conocí, en mis años universitarios, algunos de esos colegios en los años 70, es decir, 20 años antes, y estaban en las antípodas de lo que la película refleja. Libertad artística, se me dirá. Eso creo, sí, pero innecesaria, tópica y redundante.

Me encantaron las artistas. Me disgustó la imagen educativa. Cada quien tiene sus manías.

 

 

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