martes, septiembre 01, 2020

La boda de Rosa




Hay que ir al cine, eso está claro. Se echa de menos esa hora y media de voyerismo y espectáculo que te saca de ti mismo (bueno, es un salir y entrar permanente porque acabas viviendo la historia que se narra en el film e incorporándote a ella, poniéndola en contraste con tu propia existencia). Y divirtiéndote si la peli es buena. Pues eso, que lo echas de menos. Y después de tantos meses de pandemia y ausencia vacacional fue llegar a casa y comprar las entradas para esa misma tarde en La Boda de Rosa, el último film de Icíar Bollaín.
Como la han estado anunciando insistentemente en la tele (supongo que tratando de neutralizar la pereza por salir que nos ha dejado la pandemia), ya sabíamos el eje central del argumento: una señora que se quiere casar con ella misma. La propuesta resultaba original. Que la dirija la Bollaín, también era un punto a favor. Así que, mascarillas en ristre, allá nos fuimos. Y…
Bueno, la película no está mal y te hace pasar un rato agradable. Por resumir, se puede decir, que es una historia simpática. Cuando la pasen por televisión, será de esas que te agrada ver los domingos a la hora de la siesta. Con todo, estoy seguro de que, a muchas personas, especialmente mujeres (siempre que no sean de Pamplona), les habrá encantado porque resume de alguna manera parte de lo que ha sido su vida de agobios. Justamente, lo que a mí me ha dejado frío: ese tufillo feminista y moralizante que convierte indiscriminadamente a las mujeres en víctimas, aunque para ello haya que desdibujar el rol de cuantos hombres aparezcan en la historia, da lo mismo que sean abuelos, de mediana edad, jóvenes o novios. Todos ellos están condenados a vivir del cuento o a jugar papeles cargados de irrelevancia.
Pero dicho lo dicho (mera catarsis personal), también he de reconocer que el film y la historia que cuenta tienen su mérito. Bollaín cuida mucho sus montajes y, efectivamente, es bien sabido que ella tiene su argumentario y de él impregna sus pelis. Nada que objetar a eso. Y como ya señalé, estoy convencido de que eso es, justamente, lo que muchos de sus fans esperan de ella.
En cualquier caso, tengo que reconocer que la idea es original y que la historia da para muchos enredos. Candela Peña está excelente y saca a relucir lo mejor de sus registros, aunque en algunos casos eso le lleve a sobreactuar. Y lo mismo sucede con Paula Usero, su hija. Más comedidos en sus papeles están Sergi López y Nathalie Poza, sus hermanos. En su caso, el problema surge con la inconsistencia de su papel: una vez que se definen al inicio del film, cuadra poco su actuación a medida que éste va avanzando. Pero en fin, en la vida también somos así y vamos reaccionando muy en consonancia con lo que sucede y no solamente con lo que somos.

Que una mujer (o un hombre) quiera casarse consigo misma resulta algo extraño, pero no es mala idea. No se entiende muy bien en estos tiempos de desprecio por el matrimonio y los papeles pero, en fin, ella tampoco es joven (está en sus 45) y eso puede hacerle tilín. Cuando todo a tu alrededor se descontrola, cuando vas abandonando todos tus anhelos y sueños para poder cumplir los de quienes te rodean, la idea de rescatarte y escapar es una opción muy apetecible. De hecho, no son pocos los que lo hacen. Y, como sucede en el film, lo problemático es romper las amarras, decírselo a tu gente sin que lo vivan como una deserción, gestionar la huida. Por algo se dice que vivimos en red, que lo que nos sitúa en el aquí y ahora no es una amarra simple sino un conjunto de vínculos que nos unen a las personas y las cosas como si fueran potentes chupones. Rosa quiere escapar de esas arenas movedizas que la van consumiendo y para ello organiza su boda con todo lo que tiene de espectáculo, de asamblea familiar, de acto público que avale su compromiso consigo misma. Obviamente nadie a su alrededor entiende su proyecto y en el marco de esa confusión se va desarrollando la historia. Es una bonita historia, con sus momentos simpáticos junto a otros más sentimentales. Y al final, como no podría ser de otra manera, todo acaba bien.
Y así podemos salir del cine con una sonrisa en los labios. Y con el mensaje feminista resonando en la cabeza: las mujeres tenemos que cuidarnos, respetarnos, atendernos, querernos. No sé si en el silencio quedaba la coletilla del “porque si no lo haces tú, nadie lo hará por tí…”. Pero quizás sean solo imaginaciones mías.

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