domingo, julio 03, 2016

NICOLA CUOMO





La muerte de un amigo conmociona siempre. Hermosa palabra ésta (con-mocionar), muy adecuada para aplicar a la pérdida de Nicola. Él nos hablaba de la emoción de aprender y quienes tuvimos la fortuna de poder compartir algún trecho de su vida sabemos, por experiencia, lo qué supone la emoción de vivir, de hablar, de soñar. Por eso su pérdida no puede dejar de ser una con-moción, una emoción compartida por cuantos sentimos su pérdida como algo emocionante y perturbador.
Lo supe de forma bastante rocambolesca. Me invitaron desde Bolonia a participar en un homenaje que le estaban preparando. Me extrañó. Suelo vincular los homenajes a los amigos a su jubilación o a una fecha especial para ellos. Pero siempre creí que Nicola era más joven que yo y que, por tanto, aún no le tocaba la jubilación. Bueno, pensé, quizás en Italia tengan otra normativa diferente. Pero algo me sonó mal. Luego, muchos colegas de diferentes países fueron contestando al correo diciendo que participarían gustosos en el homenaje. Eso me extrañó menos, aunque algo había en el tono de ellos y ellas que no acababa de encajar. No le felicitaban, no decían lo mucho que les apetecía volver a verlo de nuevo. Era como una ausencia clamorosa. ¿Pero cómo preguntas a alguien si es que le ha pasado algo al homenajeado? Finalmente una amiga común de Nicola me lo aclaró: Nicola murió hace unos meses. Y el espejismo se quebró. He perdido a un gran amigo.
Este tipo de noticias actúan como un sismo en los recuerdos. Elementos conscientes e inconscientes comienzan a aflorar por debajo de las capas del tiempo. Pobre Nicola. Gran Nicola de nuestras vidas.
Conocí a Nicola Cuomo hace ya muchos años. Quizás a mediados de los 80. Él era un profesor colaborador en la Facultad de Educación o en la de Psicología, no recuerdo bien. Yo iba a ver al Prof. Canevaro con quien tenía en común el trabajo con muchachos inadaptados, pero fue un viaje de  suerte porque regresé de Bolonia con una serie de amistades que me han durado toda la vida: Franco Frabboni, Giacomo Grossi y el propio Nicola Cuomo. De los tres, ya he perdido a dos. Y los echo muchísimo de menos. Ojalá pueda seguir con la amistad con Franco durante mucho tiempo.

Nicola te atraía desde el primer momento en que le conocías. Alto, guapo, con esa elegancia natural que algunos italianos llevan en su ADN. Y con una potencia intelectual, una convicción en las cosas que decía que te atrapaba. Su ceguera, en lugar de debilitarlo, lo hacía más fuerte, más seguro, más alejado de los convencionalismos. Esa combinación entre dependencia de los demás y capacidad de liderazgo fue el cocktail del que se alimentó nuestra amistad y la de muchos colegas de todo el mundo.
El era muy especial. Y por eso los recuerdos que se agolpan en mi memoria son tan vívidos. Un ciego que se pasa 20 minutos cada mañana delante del espejo repasando cada detalle de su cara, su cabello, su atuendo, etc. hasta quedar satisfecho. Así estaba después, siempre como un dandi. Un ciego que nos enseñó a muchos a hacernos el nudo de la corbata para que quedara perfecto. Un ciego especialista en vídeo y que cuando veíamos juntos vídeos relacionados con la formación de profesores o la inclusión te iba explicando lo que veías y te señalaba los aspectos a los que debías prestar especial atención: “fíjate en ese niño”, te insistía; “observa cómo el profesor contradice con su gesto lo que está diciendo con palabras”. Nunca supe cómo lo lograba, pero era magnífico verle en esas circunstancias.
Recuerdo, como si fuera hace un rato, un viaje a Amsterdam (participamos en muchos programas europeos juntos). Me tocó escoger el restaurante donde comeríamos y desde que hice la reserva comencé a arrepentirme pensando lo inapropiado de mi elección. Era un restaurante en el que te servían carne a la piedra, es decir, que venía cruda en pequeños trozos y tú la ibas cocinando a tu gusto en la piedra ardiente que había sobre la mesa. “Lo que tal para una persona ciega, me culpabilicé, se va a abrasar los dedos”.  ¡Qué poco lo conocía, aún! Ciertamente, corrí yo muchos más riesgos que él  que con sus dedos hipersensibles sabía perfectamente cómo acercarse a la piedra y con su oído fino acertaba sin dudarlo dónde estaba cada pieza de carne chisporroteando en la piedra. De esas experiencias comiendo tuvimos muchísimas, siempre para acabar asombrándome. Yo se lo decía y él sonreía.
Uno no sabía si no ver era para él una discapacidad o un privilegio. Siempre le envidié su forma de reconocer a las personas. Él te tocaba la cara suavemente, te la recorría de arriba abajo con sus dedos mágicos y supongo que, al igual que hacen ahora las fotocopiadoras 4D, se hacía un esquema de cómo éramos: facciones, altura, gordura, expresividad, empatía. Fantástico, pensaba yo, sobre todo cuando has de reconocer a una chica. También a mí me encantaría cerrar los ojos y explorar su rostro. Pero seguro que me ponía nervioso y no lo sabría hacer. No como él. Y después de ese proceso, él escuchaba tu voz y la archivaba. A partir de ahí ya sabía quién eras. No nos veíamos con mucha frecuencia, sobre todo en estos últimos años, pero siempre que pasaba por Bolonia lo llamaba. Daba lo mismo que hubieran pasado meses o incluso más de un año desde nuestro encuentro anterior, era escuchar mi voz por el teléfono y saber quién le estaba llamando.

En uno de sus viajes a Santiago de Compostela, vino a mi casa a cenar. Era una gran visita y una novedad para mis hijos, todavía pequeños, que no sabían muy bien cómo había que tratar a una persona invidente. Mi mujer, que también lo conocía de viajes a Bolonia, puso la vajilla ordinaria (si, al final, no la va a poder ver para qué sacar la de las grandes fiestas, se justificó). Mi hija pequeña se puso furiosa: ¡vaya, mamá, porque es ciego no le pones la vajilla buena, cómo eres! Es probable que tuviera razón mi hija y que él sabría apreciarla. Se lo conté y se rió encantado.
Con Nicola, las cosas pequeñas de la vida se hacían grandes e importantes. Y las importantes casi pasaban desapercibidas porque no les atribuía excesivo valor. Esa es una de las cosas que yo aprendí de él. Cómo los pequeños detalles marcan una vida, cuando tu vida depende de pequeños detalles. Un día en su casa, en la que él se movía con absoluta certeza como si conociera al dedillo sus dimensiones y objetos, yo me descuidé y cambié una silla de lugar. Y se dio un batacazo, el pobre. Al final, todos fuimos aprendiendo esa lógica especial con que cada persona merece ser tratada en función de sus circunstancias. Quizás, ése sea el gran aprendizaje que podemos extraer del contacto con Nicola. Él nunca hizo ostentación de sus dificultades ni se aprovechó de ellas. Te seguía con un roce leve de su mano sobre tu brazo. Nada de agarrarte, le bastaba un simple roce. No le gustaba que disminuyeras tu paso para facilitarle el seguirte, ni que le fueras advirtiendo a cada paso de lo que venía después.
Una de las experiencias que recuerdo con más cariño en mi vida fue un paseo por Bruselas. Del bracete, por un lado, con Miguel López Melero, con problemas de movilidad en una pierna (y con un espíritu muy similar al de Nicola: otra de esas fuentes inagotables de aprendizajes valiosos para la vida) y con Nicola Cuomo por el otro lado. De noche en La Grand Place. Y en un momento en el que se desarrollaba un espectáculo de luz y sonido. El espectáculo en francés que yo tenía que describir en italiano para Nicola. Un suplicio lingüístico porque me daba cuenta de que lo que yo decía, ni de cerca era capaz de expresar lo que allí estaba sucediendo. Y como la plaza estaba llena de cosas y turistas también teníamos Miguel y yo que tratar de ir contando a Nicola lo que había por allí. Nosotros empeñados en describirle cosas y actividades que cruzábamos. Y de pronto nos dice Nicola, os habéis fijado en esa chica preciosa que acaba de pasar a nuestro lado. ¿Chica, dijimos ambos volviendo al unísono la cabeza para atrás, y cómo la has sentido? Es que yo veo cosas que vosotros no veis, nos respondió. Y efectivamente, allí iba la chica. Y así nos íbamos completando: cada uno de nosotros veía-sentía cosas diferentes. Fue una experiencia magnífica.
Y, en otro terreno, también ha sido una de las experiencias más impactantes de mi vida, la visita a centros de Educación Especial para sujetos con multideficiencias que realizamos en Bolonia en uno de los cursos organizados por Nicola al que pude asistir. ¡La situación era tan dramática! Personas que no veían, no oían, tenían parálisis cerebral, tumbadas en la cama sin poder moverse… La única posibilidad de comunicarse con ellos/as era posar las manos sobre su estómago o su cara para ver si estaban tranquilos o tranquilizarlos, para comunicarles que sus cuidadores estaban ahí. Aquel desvalimiento extremo de los pacientes junto a la infinita paciencia y disponibilidad de sus cuidadores constituyó una profunda lección sobre qué  significa ser educador y trabajar en el ámbito de las personas con necesidades especiales.
Después de experiencias tan fuertes, los vínculos académicos que hemos mantenido durante todos estos años coordinando los intercambios de estudiantes Erasmus entre Bolonia y Santiago han sido menos emocionantes pero han servido para que muchos otros estudiantes españoles hayan podido conocerle y hayan podido respirar ese profundo talante educativo que transmitía en sus clases (todos mis estudiantes desplazados a Bolonia sabían que sí o sí tenían que matricularse en la disciplina que impartía). Ir a Bolonia en el futuro ya no va a ser lo mismo.
En fin, querido Nicola, poder compartir contigo experiencias tan cargadas de emociones y de vida pedagógica ha sido para mí un privilegio del que siempre me he sentido muy orgulloso. Marcaste mi vida, como la de muchas otras personas que te conocimos y pudimos gozar de tu amistad y compañía. Por eso me resulta desconcertante tu pérdida. Vivo amargamente esa sensación angustiosa de pensar que no pude despedirme de ti, que ni siquiera me enteré en su momento de que te habíamos perdido. Supongo que ya sabes que tus muchos amigos te queremos hacer un homenaje. Saldrá precioso, ya verás. Si mis experiencias contigo son magníficas, aún lo han de ser más las de otros compañeros y compañeras que compartieron vivencias más profundas y constantes. Ojalá podamos hacer algo en tu honor también en España. Nos quisiste y te quisimos mucho, en Málaga, Murcia, Sevilla, Santiago, Barcelona. Tienes muchos admiradores en la Pedagogía española.  Una vez más, tu recuerdo servirá para que nos reunamos de nuevo y pensemos algo en tu honor.
Un gran abrazo, querido Nicola. Espero que en ese otro mundo desde el que, seguro, nos atiendes sonriente, sigas transmitiendo tu ilusión y simpatía. Con palabras o sin ellas. Un beso.

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