sábado, mayo 30, 2009

Ars viajandi.

Entrar en el aeropuerto de Barajas, sobre todo cuando vienes de regreso, está resultaldo como recalar en un espacio protegido.¡Finalmente!, tiene uno ganas de decir cada vez que tomas tierra e vas recorriendo los complejos itinerarios por los que te van conduciendo. Pero todo suena a conocido, te conoces el camino, estás en casa. O casi.
Pues aquí estoy de nuevo. De regreso de Santiago de Chile donde he pasado casi una semana. Al final, tuve que adelantar el regreso porque no me sentía demasiado bien (la condenada espalda) y porque ya se me estaba haciendo demasiado largo y pesado un viaje de casi una semana. Tuve suerte y la penalización fue escasa, Mucho menos, desde luego, de la alegría de saber que estaría en casa dos días y pico antes de lo previsto.
Me pasa casi siempre eso en los viajes. Se aceptan con ilusión cuando aún falta tiempo para hacerlos. "Bueno, va, piensa uno cuando le invitan, eso está a cuatro meses vista". Y se anima a aceptar. Luego, a medida que se va acercando la fecha, comienzan las dudas; el compromiso anterior colisiona con otros nuevos que han ido surgiendo en el interim, te apetece poco el iniciar el proceso de un nuevo viaje. En fin, que llega los dían anteriores my no te importaría nada suspenderlo. Pero ya no puedes pues estás cazado: ya están los billetes que no se pueden devolver, ya está convocada la gente para el evento al que vas a asistir, ya está en marcha el esfuerzo de mucha gente. Así que las marchas suelen tener ese sabor agridulce de quien quiere y no quiere.
Después vienen los viajes. Los hay mejores y peores. Ahora las compañías están en plena crisis y los aviones ráramente se completan. Así que la esperanza de que te pasen a Preferente se diluyen. De hecho, ya he perdido la esperanza. Menos mal que me ha salido la file 35 que es como una especie de fetiche. No suelen colocar a nadie en esa fila. Queda muy atrás, tiene solo tres asientos y la parte del medio, cuando los aviones van vacíos suelen quedar libre. Así que esa bendita fila es la que me ha ido salvando en los últimso viajes. Tenga yo cual tenga (normalmente las primeras salidas de emergencia) me marcho para la 35 y espero expectante hasta el cierre de puertas esperando que nadie vaya para allí. Hasta ahora he tenido suerte y eso me ha permitido ir y venir tumbado desde Buenos Aires y Sao Paulo.
La llegada a los países depende mucho de la amabilidad de los anfitriones. En unos casos se desviven ya desde la entrada. Te buscan en el aeropuerto, te llevan al hotel, se ponen a tu disposición para lo que precises. En otros casos, de dejan a tu suerte. Cada vez me gustan menos, estos convites formales. Uno está en edad de que le mimen. Te hace sentirte de otra manera. Mi última experiencia brasileña no fue buena en ese sentido. Demasiado profesional y fría. No me gustó y será la última vez que cuenten conmigo. En cambio, Buenos Aires y ahora Chile ha sido un magnífico aceptable de lo contrario. Uno e da cuenta de que la gente tiene sus compromisos familiares y profesinales y de que no puede estar pendiente de ti. Eso resulta lógico y hasta se agradece. También se necesita un poco de libertad de movimientos. Pero se nota enseguida si tu presencia es importante para ellos o es sólo un trámite que han de cumplir para llevar a cabo sus planes (y que pudiera estar cualquier otra persona allí para hacerlo).
La cosa es que cuando llegas al hotel, te inunda una especie de depresión incipiente que precisas controlar de inmediato, salvo que te rindas y acabes amuermado. Así que lo que yo algo es salir a pasear por la ciudad. A matar el miedo, la inseguridad, el cansancio. Y me viene bien. Es como si te adueñaras del nuevo contexto. Después de eso, ya puedes volver al hotel y descansar. ya has sentado tus reales en un nuevo lugar.
Luego llegan los compromisos que te han llevado allí. Y poco a poco te van asentando en el nuevo luegar. Incicias nuevas rutinas (eso es fundamental) y tratas de ajustarte a los horarios y ritmos del nuevo espacio. Al principio lleno de excitación y expectativas y, según va pasando el tiempo en plan más normalizado. Y te acabas adaptando y siendo uno más en ese entorno.
Pero a medida que van pasando los días y apareciendo los huecos (esos ratos en que no haces nada) resurge la cuestión eterna: ¿y qué demonios hago yo aquí? Con lo bien que estaba en mi casa, haciendo mi vida normal... y aquí estoy a 15000 kms. haciendo el panoli. Y es el prmer síntoma de que ya estás pensando en el regreso. Es una sordina lenta al inicio y que poco a poco se va haciendo más estridente y pesado. Y comeinzas a barajar la posibilidad de anticipar el viaje, a sentirte ligéramente incómodo, a importante menos lo que haces allí.
Con frecuencia, los cambios no son posibles. Los billetes ahora van cerrados y sin posibilidad de cambio. O con cambios sujetos a penalización. Te resignas. Otras veces no. Esta vez, pagué gustoso la penalización ante la posibilidad de regresar dos días antes. Aunque eso significó forzar mucho mi última intervención en el Congreso al que asistía. Tuve que pronunciar mi última conferencia con todo el mundo angustiado con si perdería el avión, sin posibilidad de preguntas ni de despedidas. Pero, a mí me mereció la pena. Pese a reconocer que este viaje a Santiago de Chile ha sido muy interesante y que he aprendido mucho. Pero volver tiene un atractivo especial. Irresistible.

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