lunes, junio 25, 2007

Celebrando los sesenta


Pues sí, allá nos fuimos, a Monzoncillo en plena vega segoviana. Nuestro amigo Juan Manuel Merino, compañero de curso en Psicología se empeñó en reunir en torno a él y a Celia, su esposa, a un grupo de sus mejores amigos. Y nos hizo el honor de incluirnos en ese grupo de selectos.

El viaje hasta allí no fue sencillo. Sin nosotros saberlo, el GPS se empeñó en llevarnos a otro Mozoncillo de Burgos y eligió carreteras sorprendentes, incluido para mi desesperación, el cruce de medio de la ciudad de Valladolid para buscar la carretera a Soria. Al final, traté de engañarle poniéndole otros nombres de pueblos cercanos a nuestra meta. Y conseguí no acabar en Burgos. Suerte que no tuvo Luís Martín, cuyo GPS, con las mismas manías que el mío lo llevó hasta el Mozoncillo que no era para choteo general de los habitantes de aquel pueblo, que ni siquiera se llama Mozoncillo, a quienes ya les va haciendo gracia que tanta gente pregunte allí por el dichoso Mozoncillo. Claro que como él venía de Madrid, su desviación fue sólo de hora y pico, pero la nuestra desde Galicia podía haber sido de escándalo. Y con 600 Kms. en el cuerpo, que pesan mucho.

Allí aparecimos Luís y Dami (con retraso), Jesús y Victoria, Mari Pili y Elvira y yo. Y otro grupo de amigos de Juan Manuel y Celia. En total 15. Y lo pasamos bien, la verdad. Un buen vermú (estando en los sesenta qué menos que recuperar las viejas y dulces pócimas) seguido de un extraordinario cordero asado que nos dejaron en plena forma para pasar a la fase de regalos, chanzas y cantos propios de la situación. Se le puso la banda que hacía honor a su nuevo status (“Estoy cumpliendo mis sesenta” decía en un maravilloso color amarillo chillón) y se le entregaron diversas chuflas alusivas a los decaimientos varios que los años traen consigo. Hubo, por supuesto, cosas más serias, como los “ripios bien trenzados” de Matilde y la “cantiga de ciegos”, pero con imágenes de otra pareja. Y el regalo guay, por supuesto: un escáner-compositor para diapositivas y negativos, algo por lo que él (consumado fanático de las fotografías) suspiraba desde hace tiempo. También tuvimos regalos de su parte, y entre ellos, un libro de Petete que yo le había prestado con letras de canciones de nuestros tiempos. Y nos lanzamos a por ellas, no sin bastantes problemas de organización (allí cada uno andaba por su personal cerro de Úbeda y era difícil saber en qué pagina estaba la canción que se empeñaba en iniciar) y de tono (sólo Luís conseguía darnos un tono que hiciera posible seguir más allá de dos estrofas destripadas). Pero la cosa fue componiéndose y, al final, acabamos con una coral de medio pelo que tenía asombrado al pueblo que no lograba entender de dónde llegaban aquellas voces de cantos tan antiguos.

Luego vino la siesta medio fingida. La resaca y calor que hacía nos presionaban fuertemente y fuimos agotando una tras otra varias cajas de botellas de agua. No sacamos coraje para echar un mus como aconsejaba la situación.
Después, cuando el calor bajó, un paseo desentumecedor por el pueblo que resultó muy interesante. Mozoncillo es un pueblo curioso, animado, bien dotado de servicios (polideportivo, piscina, centro de día para personas mayores, residencia, escuela, etc.) y con algunos puntos culturales de cierto interés (una ermita del S.XIII y otra del XVI-XVII). Y una naturaleza que en ese momentos resultaba muy colorista (por las amapolas) y relajante (por el mucho verde que este año se ha mantenido hasta estas fechas y por los cánticos de los pájaros que, supongo, se cortejaban en los árboles).

Cuando se hizo tarde, nos fuimos a la venta de Pinillas a saborear sus huevos fritos con chorizo y lomo y así seguir castigando a nuestro ya maltrecho estómago. Aunque algunos redujimos la parte ovaria a la mitad (el plato estándar son dos huevos, como es lógico, su chorizo y su trozo de lomo) pero nadie pidió una sopica o una ensalada. Se está a lo que se está, incluso a los sesenta (o cerca).

Regresamos a casa y llegó la hora de los bailes retro: el twist, la yenca, las canciones de los Relámpagos, los Beatles, los Beach Boys y toda la basca de aquellos años. Como quien tuvo retuvo y guardó para la ocasión, ésa fue el momento de lucir aquellas viejas piruetas. Eso sí, tomando las precauciones propias de quienes andan a vueltas con la cadera y las hernias lumbares. Pero la cosa mantuvo su dignidad y hasta se vieron pinitos que apuntaban maneras.

Pero, en el entretanto, había llegado la media noche y supusimos que las hogueras de San Juan debían estar en pleno auge. Aguardamos a que fuera rebajándose su altura y riesgo y cuando pensamos que la cosa estaría a nuestro alcance nos llegamos a la ermita de San Roque. Y allí comenzó nuestra noche de gloria. La gente se extrañaba de ver a un grupo de forasteros tan grande (en número, pues éramos 15 y en edad). Y algunos nos preguntaron: "¿Qué, son de una excursión?" Sí, les dijimos, de una excursión del inserso, pero hemos pedido el autobús. El caso es que nos inflamos de saltar la hoguerita (Luís ni lo intentó, nos llamaba suicidas). Pero lo mejor vino después. Amenizaba el acto un grupo de dulzainas y tambores y, ala hora de iniciar el pasacalles final (ya sería la una y pico de la noche) nos fuimos todos bailando tras ellos. Debieron alucinar. Hasta que el más animado de la banda se unió a nuestra juega y comenzamos a gamberrear en el pasacalles: hubo que agacharse y levantarse al ritmo de la música, bailar p’alante y p’atrás, vociferar lo de “ir a joder a Zaragoza”, lo del “carrico del helao” y todas las marchas habituales de los pasacalles. La gente del pueblo alucinaba. No habían tenido un san Juan tan animado desde hace muchos años.

Como todo lo bueno se acaba, también nosotros nos retiramos. Nuestras energías estaban bastante al límite. Nuestra noche loca duró hasta los dos y pico y marchamos para el Hostal donde nos habían reservado habitación. Al día siguiente, los demás continuarían la juega, pero nosotros tuvimos que regresar. Galicia queda demasiado lejos.

Fue un hermoso día. Agotador pero interesante. Una buena manera de entrar en los sesenta con humor, con amigos y con muchas ganas de vivir. Y ahora a esperar que esa misma cifra nos vaya cayendo encima a los demás. Por lo menos, nosotros ya vamos entrenados.

Gracias, Juan Manuel.

No hay comentarios: