jueves, julio 04, 2024

MIMAR AL CEREBRO

 


Pues sí. Como es verdad aquello de que solo nos acordamos de Sta. Bárbara cuando truena, ahora que vamos cumpliendo años, se nos encienden todas las alarmas al ver que se van acumulando goteras en nuestra azotea. El pobre cerebro que nunca nos dio problemas (vamos, cosas graves y que doliesen) empieza a flaquear y ponernos en aprietos. Asusta.

Así que cualquier cosa que oyes o lees sobre el cerebro adquiere un interés especial. Eso es lo que me ha pasado con el artículo de Laura Miyara en La Voz de Galicia del 30 de junio (p. 35). Se refiere Laura al libro del investigador americano Marc Milstein de la UCLA sobre el cerebro en la edad adulta (El cerebro a prueba de edad: nuevas estrategias para mejorar la memoria, proteger la inmunidad y combatir la demencia) y extrae de él los 7 consejos que Milstein da para conservar el cerebro en las mejores condiciones.

No es que los consejos de Milstein descubran un mundo nuevo, pero está bien que los recordemos y, además él (y la periodista) los cuentan con gracia, lo que es de agradecer. Al final, acabamos en lo de siempre: el dormir, el seguir aprendiendo, el caminar, el comer bien, las relaciones sociales, el estrés y la dentadura.

 El intríngulis y relevancia de lo que Milstein cuenta reside en su idea de que nos equivocamos si pensamos que lo que le pasa al cerebro es inevitable porque se trata de la combinación predeterminada entre genética y edad.  Su tesis es mucho más esperanzadora: “el peso de nuestros hábitos, resume la periodista, puede inclinar la balanza más que nuestra genética cuando hablamos de mantener la salud neurocognitiva a lo  largo del tiempo”. Y esa idea de partida le lleva a proponernos 7 compromisos que mantengan nuestro cerebro a prueba de edad (age-proof).

El primer consejo tiene que ver con el sueño. Eso te lo repite todo el mundo, pero sirve de poco porque cada vez duermes peor y menos. Entre la paradiña a mitad de la noche en que te despiertas y cuesta un huevo volver a dormirte, a lo que has de añadir el levantarte a mear; entre que no paras de dar vueltas para encontrar postura y que no es improbable que tus propios ronquidos  o los de tu pareja te estén rondando la oreja, al final lo de dormir, dormir se convierte en una tarea imposible. Y si es verdad que es durmiendo cuando el cerebro va eliminando los desechos que genera (2,3 kilos al año, un cerebro que no suele pesar más de kilo y medio), más que hablar de tener serrín en la cabeza, los que dormimos mal debemos tener un basurero. Dice Milstein que salir por la mañana a tomar el sol hace que duermas mejor por la noche y que también es bueno lo de escuchar música, hacer mindfulnes y estirarse por la noche. Mucha tarea me parece a mí.

Lo de seguir aprendiendo me parece muy bien traído, porque es lo mío y, además, porque por propia experiencia sé que es verdad que cada vez nos vamos haciendo más a nuestra rutinas y dejamos de experimentar y buscar formas nuevas de hacer las cosas. Y no es que se trate de ese aprender erudito de fechas, nombres y cosas concretas (al final, eso sirve de poco porque te las olvidas enseguida). La cuestión es, creo yo, seguir experimentando, aplicando lo poco o mucho que sabemos de cada cosa a solucionar problemas o situaciones nuevas. Algo así como sucede en la parte muscular de nuestro organismo, que es bueno tener y mantener buenos músculos para poder atajar un poco  las pérdidas que inevitablemente vamos a tener en forma progresiva. Supongo que el cerebro también necesita que se vaya contrarrestando la pérdida de neuronas y sinapsis creando como locos otras nuevas, porque si no, se va todo al carajo.

 Lo de andar cae por su propio peso. Unos 30 minutos al día, dice Milstein (de golpe o a trozos) porque puede reducir hasta el 60% el riesgo de demencia. Mi blog (que siempre está ahí de mosca cojonera mientras escribo) se sonríe y hace como que aplaude al ver mi cara de satisfacción.  La verdad es en esta no me cogen, porque andar, ando mucho. Es cierto que lo hago más  por el colesterol y la barriga que por las neuronas, pero espero  que algo les quede, también, a ellas. 

Comer de todos los colores es una bella imagen. Mi dietista solía ser más prosaica y me mandaba “verdura de hoja ancha” en cada comida. Pero, claro, con eso te saturas de verde, ¿y los otros colores? Milstein plantea una gama de colores más amplia y diversificada: “hay que comer todos los colores del arcoíris…lo  que beneficia al  organismo es la  variedad, distintos alimentos cocinados de distinta manera”. Es por la inflamación que producen los alimentos, sobre todo los ultraprocesados. Las bacterias de la microbiota intestinal, que son las que han de combatir esa inflamación, son de diverso tipo y se alimentan de diversas sustancias. Pues eso, ensaladas, arroces y cosas bien coloridas.

Lo de los amigos, las relaciones, las saliditas, los paseos juntos, las telefonadas largas, esas cosas…ya tardaban en aparecer en este listado. No es fácil vencer la tentación permanente a quedarte en casa, a ir buscando cada vez más el espacio seguro de tu cueva y afincarte ahí. Es bien cierto que ir a encontrarte con alguien y disfrutar con ello exige esfuerzo y disponibilidad. Quedarte en casa con la tele o tus hobbies, exige menos. Y cuanto más te vas apartándote de la vida social más se va achicando tu mundo y tú mismo. Es terrible eso que dice Milstein de que la soledad va haciendo que tu cerebro se vaya encogiendo y deteriorándose. O sea que, al final, sienta mucho peor quedarte en casa que salir y tomarte unos vinos…¡vamos, ni comparación!

No podía faltar de esta lista el estrés. Y sí, ya es malo que estés estresado cuando trabajas, pero que sigas estresado de jubilado es que es de juzgado de guardia. La cosa es cómo desestresar al cerebro, que cada cosa que haces no resulte una sobrecarga.  Venidos a menos el sueño y  el sexo que eran nuestros grandes aliados en la cosa del desestrés, es difícil buscar alternativas. Lo de las pastillas, descartado. Y solo quedan los paseos y las comidas que, además, se llevan a matar entre ellos. Total que uno acaba estresado pensando cómo carajo desestresarse.

Y, para cerrar la lista, los dientes. Hablar a los jubilados de los dientes es tocar la bicha. Bueno, dientes dientes, ya quedan pocos. Ahora tenemos prótesis, implantes y dentaduras postizas. La cosa es, dice Milstein, que la investigación ha ido demostrando estos años que hay una relación entre higiene bucodental y demencia; que la gingivitis se vincula a la depresión y al alzheimer. Así que no queda otra que tomar nota y ser buenos chicos en eso de lavarse los dientes y cuidar las encías.

 

Bueno, en resumen, que la  salud del cerebro hay que currársela.  Que no es verdad eso de que todo depende de la genética y estamos, por ello, condenados a ser como nuestros padres. Que también depende de lo que hagamos con él y cómo lo cuidemos.  Tendríamos que pasar la ITV cada tres o cuatro años, pero no está claro cómo podría hacerse eso. Ya lo  hacemos con el coche y eso que coches hay muchos y el nuestro cuando se ponga viejo lo podemos cambiar. Pero cerebro solo tenemos uno y, a nuestros años, lleno de remiendos. Susto da pensar en los peligros que corre, que corremos con él.

lunes, julio 01, 2024

SOBRE LA MENTIRA

 

 


Curioso tema éste de la mentira. Tiene tantas caras y se la puede abordar desde tantas perspectivas y con tan diversas intenciones que se ha convertido en una especie de virus que ha convertido la vida cotidiana en un galimatías indescifrable: ya no sabes a qué atenerte, en qué creer, qué hay detrás de cada expresión o noticia. Al final, ha acabado convirtiéndose en una especie de pandemia para la que no hay vacuna y has de aprender a convivir con ella sin que te destruya.

El  caso es que hoy,  Cantizano, en su programa “Ya no es lunes” de Onda Cero, ha entrevistado a José María Martínez Selva, un colega psicólogo de la Universidad de Murcia, que acaba de publicar un libro sobre la mentira: La psicología de le mentira (Edit. Paidós). Y ha sido interesante, aunque es fácil comprender que el abordaje desde la psicología, es solo una de las posibles entradas en esas aguas pantanosas del mentir. Lo más llamativo de lo que se ha señalado en la entrevista es que el mentir acaba modelando el cerebro, lo que quiere decir que, cuanto más mientes, más probabilidad tienes de seguir mintiendo.  Debe ser algo así como el tabaco, que mentir crea dependencia y cuesta desengancharse. Y otra cosa curiosa es eso de que, según los estudios hechos, de promedio mentimos 2 veces cada día. Claro que ya sabemos que los promedios son lo que son, algunos no mentirán nunca y los otros lo harán de seguido. Y me ha sorprendido, también la idea de que todos los primates mienten. Curioso salto en la evolución, de no mentir a mentir. ¿Será verdad?

Como es domingo, no es mal tema para darle unas vueltas mientras desayunas. Y es verdad que en la actualidad se ha banalizado absolutamente la mentira. Pobres de los que no mientan, se les va a hacer invivible la vida. Aquella declaración moral del catecismo que definía la mentira como “decir lo contrario de lo que se piensa con la intención de engañar” y la condenaba sin ambages, no sé si valdría hoy día. Primero, por escasa, porque la mentira no es solo una cuestión de palabras, del decir; también se miente haciendo e, incluso, no  haciendo y no diciendo. Y, además, porque reducir la mentira a la expresa intención de engañar, parece una versión muy psicológica de la mentira. Si piensas cosas erróneas o afirmas insensateces que no has comprobado, también mientes, aunque no tengas intención de engañar. En ese caso, el problema está en que tampoco has hecho nada para averiguar si lo que dices es verdadero o no.

Porque en realidad, el talón de Aquiles de la mentira es, justamente, la verdad. ¿Mentir es no decir la verdad? Pero en un mundo tan relativo y líquido como el nuestro, hemos aceptado sin excesiva repugnancia que “la verdad no existe” y que “todo son interpretaciones, con frecuencia interesadas, de la realidad” (basta leer las mismas noticias en diferentes periódicos: ¿cuentan lo contrario de lo que piensan o es que piensan, realmente, de forma diferente los acontecimientos que cuentan?). 

 El presidente Biden acaba de decir que no puede debatir con Trump porque dice muchas mentiras. Y ése es el sambenito, también, de nuestra controvertida y polarizada vida política: todos se acusan mutuamente de mentir; lo que, de ser cierto, implicaría que todos mienten. Y,  si es verdad lo que señalan las neurociencias sobre el comportamiento del cerebro, eso quiere decir que sus cerebros se han ido modelando con el hábito de mentir y eso les va a llevar a mentir cada vez más. Triste destino.

La culpable, a lo que se sabe es la amígdala cerebral, esa espacio cerebral vinculado a las emociones que ejerce de árbitro moral y que provoca aversión y malestar cuando hacemos algo que consideramos inadecuado. Los neurofisiólogos del University College de Londres han constatado que la amígdala va desactivándose a medida que se repiten esos actos inadecuados (o sea, cuando las mentiras se van haciendo habituales). Y sin esa reacción aversiva de nuestro  cerebro (la banalización del mentir)  nos vamos acostumbrado a hacerlo y cada vez se precisa de mayor nivel de maldad para que la amígdala actúe. Una adicción en toda regla.

En fin, que no se puede vivir sin mentir un poco, pero que si te acostumbras a mentir, aunque sea en esos pocos, te vas habituando a hacerlo y ya no hay quien te salve. Y así estamos, que ya nadie cree a nadie y se ha hecho imprescindible la capacidad de saber relativizar y decodificar todo lo que oyes, lees o ves (porque hasta acabamos dudando de si lo que nosotros mismos hemos visto o vivido será realmente verdad o nos estaremos engañando a nosotros mismos).

El Consejo mexicano de neurociencias (https://www.consejomexicanodeneurociencias.org/post/las-mentiras-y-el-cerebro ) pone la puntilla al asunto: “Si dijéramos en este momento que la personalidad deshonesta es el resultado del entrenamiento y la habituación continua, es posible que más de uno se sienta sorprendido…”. Pues sí, la verdad.

 

 

 

 

 

Qué hay tras una mentira? ¿Por qué razón hay personas que engañan una y otra vez? El investigador posdoctoral del Instituto de Neurociencia de Princeton (Estados Unidos), Neil Garrett, estudia de qué manera se reflejan las emociones en el cerebro y de esta forma, poder entender de qué manera nos sentimos en ciertas situaciones. Concretamente, ha descubierto que una amígdala cerebral es la culpable de que a veces seamos deshonestos.

Garrett, doctorado en el departamento de Psicología Experimental por la Universidad de la ciudad de Londres (R. Unido), explica que en el momento en que una persona engaña, se activa una amígdala ubicada en una parte del cerebro vinculada a las emociones.

Una serie de neuronas procesan las reacciones que después se traducen en vergüenza o remordimiento. No obstante, si alguien miente continuamente, el cerebro se acaba amoldando. El funcionamiento de la amígdala se reduce y con ella la sensación de arrepentimiento, lo que hace más sencillo mentir.

El británico acostumbra a poner como ejemplo el instante en el que alguien ve por primera vez una foto desagradable. Lo más seguro es que tenga una respuesta emocional contundente. No obstante, si ve esa imagen día a día, se acaba habituando. El cerebro de esa persona se amolda y ya no reacciona de forma tan intensa.

Para probar esta hipótesis, Garrett y su equipo hicieron una investigación en la que combinó las disciplinas de informática, imagen cerebral y economía conductual –que estudia el comportamiento de las personas ante diferentes coyunturas económicas–.

Efectuaron un experimento en el que los participantes debían dar consejos financieros a otra persona y se les motivó para que mintiesen. Los participantes empezaron con pequeños engaños, pero a medida que pasaba el tiempo se iban creciendo y las mentiras eran mayores.