Pues sí. Como es verdad aquello de que solo nos acordamos de Sta. Bárbara cuando truena, ahora que vamos cumpliendo años, se nos encienden todas las alarmas al ver que se van acumulando goteras en nuestra azotea. El pobre cerebro que nunca nos dio problemas (vamos, cosas graves y que doliesen) empieza a flaquear y ponernos en aprietos. Asusta.
Así que cualquier cosa que oyes o lees sobre el cerebro adquiere un interés especial. Eso es lo que me ha pasado con el artículo de Laura Miyara en La Voz de Galicia del 30 de junio (p. 35). Se refiere Laura al libro del investigador americano Marc Milstein de la UCLA sobre el cerebro en la edad adulta (El cerebro a prueba de edad: nuevas estrategias para mejorar la memoria, proteger la inmunidad y combatir la demencia) y extrae de él los 7 consejos que Milstein da para conservar el cerebro en las mejores condiciones.
No es que los consejos de Milstein descubran un mundo nuevo, pero está bien que los recordemos y, además él (y la periodista) los cuentan con gracia, lo que es de agradecer. Al final, acabamos en lo de siempre: el dormir, el seguir aprendiendo, el caminar, el comer bien, las relaciones sociales, el estrés y la dentadura.
El intríngulis y relevancia de lo que Milstein cuenta reside en su idea de que nos equivocamos si pensamos que lo que le pasa al cerebro es inevitable porque se trata de la combinación predeterminada entre genética y edad. Su tesis es mucho más esperanzadora: “el peso de nuestros hábitos, resume la periodista, puede inclinar la balanza más que nuestra genética cuando hablamos de mantener la salud neurocognitiva a lo largo del tiempo”. Y esa idea de partida le lleva a proponernos 7 compromisos que mantengan nuestro cerebro a prueba de edad (age-proof).
El primer consejo tiene que ver con el sueño. Eso te lo repite todo el mundo, pero sirve de poco porque cada vez duermes peor y menos. Entre la paradiña a mitad de la noche en que te despiertas y cuesta un huevo volver a dormirte, a lo que has de añadir el levantarte a mear; entre que no paras de dar vueltas para encontrar postura y que no es improbable que tus propios ronquidos o los de tu pareja te estén rondando la oreja, al final lo de dormir, dormir se convierte en una tarea imposible. Y si es verdad que es durmiendo cuando el cerebro va eliminando los desechos que genera (2,3 kilos al año, un cerebro que no suele pesar más de kilo y medio), más que hablar de tener serrín en la cabeza, los que dormimos mal debemos tener un basurero. Dice Milstein que salir por la mañana a tomar el sol hace que duermas mejor por la noche y que también es bueno lo de escuchar música, hacer mindfulnes y estirarse por la noche. Mucha tarea me parece a mí.
Lo de seguir aprendiendo me parece muy bien traído, porque es lo mío y, además, porque por propia experiencia sé que es verdad que cada vez nos vamos haciendo más a nuestra rutinas y dejamos de experimentar y buscar formas nuevas de hacer las cosas. Y no es que se trate de ese aprender erudito de fechas, nombres y cosas concretas (al final, eso sirve de poco porque te las olvidas enseguida). La cuestión es, creo yo, seguir experimentando, aplicando lo poco o mucho que sabemos de cada cosa a solucionar problemas o situaciones nuevas. Algo así como sucede en la parte muscular de nuestro organismo, que es bueno tener y mantener buenos músculos para poder atajar un poco las pérdidas que inevitablemente vamos a tener en forma progresiva. Supongo que el cerebro también necesita que se vaya contrarrestando la pérdida de neuronas y sinapsis creando como locos otras nuevas, porque si no, se va todo al carajo.
Lo de andar cae por su propio peso. Unos 30 minutos al día, dice Milstein (de golpe o a trozos) porque puede reducir hasta el 60% el riesgo de demencia. Mi blog (que siempre está ahí de mosca cojonera mientras escribo) se sonríe y hace como que aplaude al ver mi cara de satisfacción. La verdad es en esta no me cogen, porque andar, ando mucho. Es cierto que lo hago más por el colesterol y la barriga que por las neuronas, pero espero que algo les quede, también, a ellas.
Comer de todos los colores es una bella imagen. Mi dietista solía ser más prosaica y me mandaba “verdura de hoja ancha” en cada comida. Pero, claro, con eso te saturas de verde, ¿y los otros colores? Milstein plantea una gama de colores más amplia y diversificada: “hay que comer todos los colores del arcoíris…lo que beneficia al organismo es la variedad, distintos alimentos cocinados de distinta manera”. Es por la inflamación que producen los alimentos, sobre todo los ultraprocesados. Las bacterias de la microbiota intestinal, que son las que han de combatir esa inflamación, son de diverso tipo y se alimentan de diversas sustancias. Pues eso, ensaladas, arroces y cosas bien coloridas.
Lo de los amigos, las relaciones, las saliditas, los paseos juntos, las telefonadas largas, esas cosas…ya tardaban en aparecer en este listado. No es fácil vencer la tentación permanente a quedarte en casa, a ir buscando cada vez más el espacio seguro de tu cueva y afincarte ahí. Es bien cierto que ir a encontrarte con alguien y disfrutar con ello exige esfuerzo y disponibilidad. Quedarte en casa con la tele o tus hobbies, exige menos. Y cuanto más te vas apartándote de la vida social más se va achicando tu mundo y tú mismo. Es terrible eso que dice Milstein de que la soledad va haciendo que tu cerebro se vaya encogiendo y deteriorándose. O sea que, al final, sienta mucho peor quedarte en casa que salir y tomarte unos vinos…¡vamos, ni comparación!
No podía faltar de esta lista el estrés. Y sí, ya es malo que estés estresado cuando trabajas, pero que sigas estresado de jubilado es que es de juzgado de guardia. La cosa es cómo desestresar al cerebro, que cada cosa que haces no resulte una sobrecarga. Venidos a menos el sueño y el sexo que eran nuestros grandes aliados en la cosa del desestrés, es difícil buscar alternativas. Lo de las pastillas, descartado. Y solo quedan los paseos y las comidas que, además, se llevan a matar entre ellos. Total que uno acaba estresado pensando cómo carajo desestresarse.
Y, para cerrar la lista, los dientes. Hablar a los jubilados de los dientes es tocar la bicha. Bueno, dientes dientes, ya quedan pocos. Ahora tenemos prótesis, implantes y dentaduras postizas. La cosa es, dice Milstein, que la investigación ha ido demostrando estos años que hay una relación entre higiene bucodental y demencia; que la gingivitis se vincula a la depresión y al alzheimer. Así que no queda otra que tomar nota y ser buenos chicos en eso de lavarse los dientes y cuidar las encías.
Bueno, en resumen, que la salud del cerebro hay que currársela. Que no es verdad eso de que todo depende de la genética y estamos, por ello, condenados a ser como nuestros padres. Que también depende de lo que hagamos con él y cómo lo cuidemos. Tendríamos que pasar la ITV cada tres o cuatro años, pero no está claro cómo podría hacerse eso. Ya lo hacemos con el coche y eso que coches hay muchos y el nuestro cuando se ponga viejo lo podemos cambiar. Pero cerebro solo tenemos uno y, a nuestros años, lleno de remiendos. Susto da pensar en los peligros que corre, que corremos con él.
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