Coruña en agosto es volver a ciertas rutinas que, afortunadamente, se repiten año tras año. Son la “habaneras”, los “conciertos” en María Pita, los baños matinales en los días soleados (este año, más frecuentes), las cada vez más sufridas caminadas por el paseo marítimo. Un mes tranquilo, aunque siempre suelen quedar flecos que ir resolviendo en las mañanas más caseras.
De todo ello, quisiera referirme solamente al apartado de las “habaneras”, lugar de encuentro de los y las coruñesas de siempre, de la tercera edad de esta ciudad. Hay peleas por entrar en el escaso espacio de sillas que suele habilitar el Ayuntamiento (los hay que llegan una hora antes para poderse hacer con un asiento y reservar algún otro para el/la acompañante). A ciertas edades, mantenerse de pie durante la hora y media que suelen durar los conciertos, resulta pesado y exige mucha perseverancia. Pero después, una vez iniciado el concierto, se les ve, encantados.
Este año mis vacaciones comenzaron tarde. Llegué de México el día 13 por la noche. El 14 fue de descanso. Así que las fiestas comenzaron, realmente, el 15, el día grande, el ferragosto coruñés. Y ese día tocaba actuar a los imprescidibles de Amizades. Se trata de un grupo de amigos que comenzaron a cantar y tocar juntos en sus tiempos universitarios y que han logrado configurar un grupo musical de notable éxito. Suelen ser en torno a 20 músicos que, sobre la base de 7 u 8 guitarras acompañadas de percusión y maracas, interpretan y cantan música folk clásica, junto a boleros, baladas, habaneras, etc. Sus conciertos recuperan la vieja música de los Panchos, los Sabandeños, Compay Segundo y el son cubano, y todo ese mundo musical que hace vibrar a quienes superamos los 60.
Fueron dos horas fantásticas. El sonido no era perfecto, pero ya se sabe que esa no es una cuestión relevante porque cada quien va sintiendo la música en función de su memoria y de los recuerdos que las sucesivas canciones les iban provocando. Y eso es lo que me pareció más bonito de la tarde: esos ojos brillantes de señoras de más de 80 años (pero todos y todas, en general) moviéndose al ritmo de sus recuerdos, de aquellas canciones que les acompañaron en su noviazgo, en sus primeros besos y en los buenos días de la juventud. A veces los movimientos los hacían con los ojos cerrados, como si quisieran guardar en secreto sus recuerdos, como si se tratara de un acto íntimo como el que estaban recordando. En qué pensarían, me preguntaba yo, al socaire de las letras y músicas que escuchaban y que ya se veía que les estaban emocionando. Algunas personas no pudieron evitar ponerse a bailar porque, efectivamente, hay músicas capaces de resucitar a un muerto. Fue bonito ver a la gente feliz. Y lo era aún más dado que muchas de esas personas que aplaudían y vivían la música estaban físicamente muy deterioradas, con muletas, en sillas de ruedas, con problemas de movilidad, etc.
Eso fue el martes. El miércoles 16 tocaba turno a los grupos de diversos coros y agrupaciones del festival de habaneras. Iniciaron el festival tres grupos: la coral del Santo Ángel (regularcillos, con poco ajuste entre las diversas voces); el orfeón de Arteixo (mejores, con buenas voces) y, finalmente, la Tuna de Veteranos, una agrupación clásica en estas fiestas y que siempre logra que el público se le entregue. También fue fantástico, este año, el turno de la tuna de veteranos, un grupo en el que la media de edad debe estar próxima a los 80 años. Pero conservan voces fuertes y el resto lo hace la magia de las bandurrias y guitarras, de la percusión y el acordeón. Y su simpatía personal, claro. Fue otro rato de música llena de nostalgia, de gestos de alegría, de cuerpos moviéndose. Y, en el caso de la tuna de veteranos, su música va, además, sazonada de toques populistas cantando a Coruña. En su repertorio no puede faltar su canción sobre la Torre de Hércules y la Coruña unida al mar; pero, sobre todo, nunca falta el himno más popular de la ciudad: ¡qué más se puede pedir, que vivir en la Coruña; que vivir en la Coruña, mi bien, qué más se pueda vivir!”.
Después, a las 10 de la noche, actuó Ugo Tozzi en la Plaza de María Pita. Un gran concierto, con mucha parafernalia y mucho ruido. De Tozzi lo que más me gusta son las letras y esa música intimista que él, como buen italiano, sabe hacer tan bien. Así que, tras algunas canciones, nos fuimos. No se puede transitar de la tuna de veteranos a Tozzi. Demasiada distancia.
Bueno, pues hemos comenzado las fiestas. Por ahora bien. El tiempo es fantástico y las rutinas siguen su marcha.
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