lunes, agosto 14, 2023

MÉXICO LINDO Y QUERIDO (y caliente).

 

Viajar a México es siempre un placer, incluso aunque el viaje sea de trabajo y convenciones (que es como son siempre los míos).  Han sido muchos años de viajar por prácticamente todos sus Estados, de conocer gente, de encariñarse con sus paisajes y su cultura. México es enorme y variado. Es occidental y, a la vez, caribeño. Es puro contraste de lo mejor y lo peor. Atrae y da miedo, a la vez. Pero enamora y, por tanto, no puedes evitar volver cada vez que se ofrece una oportunidad.

Esta vez mi destino fue la Baja California: Ensenada, Mexicali y Tijuana. Mi primer compromiso era un Congreso de AIDU-Mex en Ensenada, seguido de una semana intensa de actuaciones en los tres campus de la Universidad CETYS. Me han hecho el honor de invitarme para desarrollar algo que ellos llaman “cátedra distinguida”. Consiste en una serie de intervenciones (conferencias y talleres) en los tres campus de la universidad. Y en eso he estado esta segunda semana de agosto.

No es que agosto sea un momento propicio para esta clase de eventos. No lo es en España, porque se trata de nuestro mes de vacaciones (lo que me costó unas buenas broncas en casa); y tampoco lo es en aquella zona de México porque, sobre todo en Mexicali, la temperatura puede subir hasta los 50 grados. Una semana antes de viajar había tenido en Santiago a un grupo de estudiantes de aquella universidad cursando uno de sus módulos de la maestría en Educación. Y me habían asustado: no se pueden llevar anillos o joyas, me decían, porque se calientan tanto que te queman; hay que cuidar el calzado que se lleva porque el suelo está tan caliente que la goma de los zapatos puede derretirse y te quedas pegado a la acera; nada de caminar, ni siquiera media cuadra que te da un golpe de calor…

Luego resulto que ni tanto. Como comencé por Ensenada, allí, al borde del mar, la temperatura se llevaba bien. Mañanas frescas y nubladas, centro del día caliente (30-32 grados) y noche fresquita. Bien. Mexicali fue otra cosa. Allí como es un puro desierto, no hay humedad y el aire está ardiendo. Nadie va caminando por la calle y entres donde entres el aire acondicionado está a tope. Con todo, se lleva bien. Estuve dos días, así que tampoco estoy para sacar conclusiones bien fundadas, pero ni me ahogué de calor, ni se fundieron mis zapatos. Y en Tijuana, nuevamente junto al mar, también hizo mucho calor durante el día, pero se relajaba un poco en la noche. En cambio, allí se sudaba mucho, por la humedad.

Como ya conocía tanto Ensenada como Tijuana de viajes anteriores, mi gran sorpresa en este viaje ha sido Mexicali, capital de Baja California Norte, una ciudad muy interesante, tanto por su posición geográfica como por su significado político. Mexicali está en medio de un desierto que se alarga hasta el Estado vecino de Sonora. Llegar a ella supone cruzar una enorme cordillera de montañas secas y áridas, pura piedra. El descenso del puerto de La Rumorosa es espectacular: una sucesión de eses con desniveles enormes y abajo una llanura infinita que en su tiempo fue una laguna y ahora es un desierto. La llaman “la seca” y, la verdad, impresiona. Kilómetros y kilómetros hasta donde puede alcanzar la vista de tierra seca y baldía en la que, según el dicho popular “quien se adentra en ella nunca vuelve”. De hecho, cuentan que allí suelen llevar tanto el ejército americano como el mexicano a sus soldados de élite para hacer ejercicios de supervivencia. Y que en varias ocasiones ha habido grupos que han desaparecido o aparecido muertos. Impresionante de veras.


 

Y no lo es menos el espectáculo político que supone el famoso muro de separación entre México y EEUU del que tanto se jactó el presidente Trump. Ya lo conocía en su parte final de Tijuana (donde el muro se adentra en el mar para evitar que se pueda cruzar a nado), pero aquí en Mexicali es mucho más patente y amenazador. En la ápoca de Trump lo elevaron por encima de los 7 metros e hicieron un doble muro (si consigues saltar el primero, aún te queda un segundo). Entre ambos, circulan constantemente patrullas armadas en su jeep. Ya es chocante que la ciudad esté literalmente cortada por esta muralla de hierro, pero lo es mucho más ver que el muro continúa más allá de la ciudad y va cruzando las montañas enormes que separan la capital Mexicali de la ciudad de Tijuana. ¡Lo que debió costar en dinero y en logística esa construcción por terrenos inaccesibles y sujetos a una temperatura insoportable!  “Aunque alguien pudiera saltar ese muro en la montaña, moriría por el calor…”, me decía el chofer que me trasladaba de un campus al otro. Yo recordaba el muro de Berlín y lo mucho que los americanos hicieron para que acabara cayendo. ¡Cómo se han cambiado las tornas! Ahora son ellos los que construyen muros. Es verdad que en Berlín era para que la gente no saliera y estos muros de ahora son para que la gente no entre, pero, aunque no lo sea su finalidad, el significado final de los muros sigue siendo el mismo.

Bueno, pues al final ha sido una semana intensa. He vuelto a sentir la calidad humana de los colegas mexicanos. Aún sin conocer previamente a la mayor parte de las personas que me han ido atendiendo en los diversos campus, su trato y el cariño y compromiso con que han asumido su rol de anfitriones ha sido espectacular. Y no es solo que lo tuvieran todo planificado hasta los mínimos detalles, que a eso ya me tienen acostumbrado, sino en la cordialidad que te muestran y en lo mucho que se preocupan porque estés bien. No son los funcionarios que cumplen con el trabajo que se les ha asignado (eso también lo he sentido y sufrido en viajes a otras partes), ¡qué va!, aquí parece que los conoces de toda la vida. Te ofrecen, desde el inicio, su amistad. O son muy buenos actores o, la verdad, es que se trata de gente muy especial y próxima. En la dimensión humana, ha sido una gran experiencia.

En la vertiente académica poco que resaltar. El programa ha sido intenso, pero no agobiante. Han sido 11 intervenciones en 6 días que incluían, también, traslados de una ciudad a otra (3 horas y pico de viaje cada vez). Pero, en realidad, como en cada Campus repetía los mismos temas (calidad de la docencia universitaria; coreografías; aprendizaje experiencial, agenda 2030), pues tampoco ha supuesto un agobio excesivo. A mí me gusta mucho dar cursos, lo paso bien con la gente. Y si, como ha sucedido esta vez, ves que los grupos funcionan, que entran en tu juego, que se interesan por el tema del que les hablas, pues todo resulta mucho más fácil. Yo creo que me he cansado más por estar tres horas de pie en cada sesión, que por el trabajo en sí mismo.

Así que, una vez ya en casa de nuevo (otras 24 horas largas de viaje), solo me queda superar el jet lag y reorganizarme mentalmente para disfrutar de la familia durante este medio mes de agosto que es lo que me queda de vacaciones. A partir del día 15, Coruña comienza a estar más tranquila y espero poder disfrutar de los baños y paseos que hasta ahora no he tenido. Además, llegan nuestros nietos madrileños y hay que cumplir como buen abuelo.

 

 

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