Película difícil de contar. Te acercas al cine lleno de expectativas ante el magnífico pedigrí que luce esta película de Ruben Östlund, que es también autor del guión: Palma de Oro de Cannes, 3 nominaciones a los Oscars y otras 3 a los BAFTA así como otras muchas a diferentes premios. Luego entras en el cine y te metes en una historia larga (¡otra vez, casi tres horas, señor qué cruz…!), compleja, oscilante, caótica y tan preocupada por hacerte reír que más que conseguirlo, acaba cansándote. Pero luego, sales del cine y viendo la historia en su conjunto, tampoco te cabreas; aceptas que hay un mensaje bajo tanto alboroto y que, siendo ésa la moraleja, casi prefieres que te la hayan servido así que con una historia seria y llena de consideraciones profundas.
Östlund tiene fama de iconoclasta y así lo ha demostrado en su filmografía anterior (The Square, Fuerza Mayor, Play). En el Triángulo de la tristeza (curioso nombre que se refiere al triángulo que forman ceja, nariz y ojo que, por lo visto, es la zona donde más se notan las arrugas y que modelos y gente guay debe cuidar con esmero y botox) el objetivo de la crítica son la gente bien de siempre (los ricos) y la de ahora (influencers, modelos, artistas). En cualquier caso, nadie sale bien parado en la película pues todos tienen una tal dosis de esperpento que el guión los convierte en títeres a la orden de las locuras que se le ocurren al guinista-director. Todo es exagerado en la historia y los momentos graciosos (algunos hay, desde luego, tampoco quiero demonizar el film) apenas te dan respiro para soportar las exageraciones y redundancias que se van acumulando escena tras escena.
La historia está dividida en tres partes que, eso sí, están muy bien enlazadas. Te van llevando a diversos escenarios en los que ese público objeto de la crítica de Östlund va demostrando sus contradicciones y puntos débiles. Comienza con una selección de modelos y una escena de restaurante (esa sí graciosa), continúa con un crucero de lujo (pura exageración) y acaba con el mismo grupo en una isla desierta (que es la estocada final). La cuestión es que, exagerando los perfiles, la crítica pretendida acaba haciéndose artificial y pretenciosa.
Quizás debiera confesar antes de acabar este comentario que soy, desde siempre, un fan inamovible y acrítico de las comedias y el cine de humor. Incluso cuando se trataba de un cine simple y sin pretensiones (disfrutaba y reía mucho con mi padre en las películas de Paco Martínez Soria), pero me cansan las exageraciones. El humor intangible, el que se basa en matices, en gestos, en diálogos inteligentes es mucho más contagioso y se disfruta más que el humor desmesurado, loco, de boutade. En esta película predominan estos últimos, pero tampoco faltan algunos momentos de humor auténtico en base a los diálogos. Y tampoco faltan escenas en las que los actores, sin salirse de lo creíble, te ofrecen conductas o posturas hilarantes.
En fin, no siempre se sale satisfecho de las que, según los críticos y los festivales, son grandes películas. Está claro que en este caso la culpa (si es que hay una culpa, ya señalé que la película ha sido muy valorada y premiada) es del guión, no de los actores. La pareja protagonista está bien, sin que hayan sido el prodigio que uno ve en otros protagonistas. Hacen bien su papel. Y, en el caso de Charlbi Dean, la chica influencer, tiene el morbo añadido de que la actriz falleció a los 32 años al terminar esta película, a causa de una fatal infección. Destaca, también, la actuación de la actriz Dolly De Leon, propuesta como mejor actriz secundaria en numerosos premios. Me ha defraudado un poco Woody Harrelson, el más conocido del elenco, que hace de capitán, pero siempre sobreactuando y en un papel un poco ridículo (salvando, quizás, la escena del magnífico intercambio de citas célebres con su compañero de borrachera).
La parte técnica está bien lograda. Los escenarios son fantásticos y muy ajustados a la historia que se nos cuenta. La música no se hace notar en exceso, quizás porque el propio contenido de las escenas es demasiado fuerte y te atrapa. El ritmo es demasiado cansino y reiterativo: las escenas se repiten y se alargan sin demasiada necesidad. No te aburres porque la acción es frenética, pero sientes que estás como en esas canciones en que todo es estribillo. Una y otra vez.
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