miércoles, junio 29, 2022

AMISTAD VINTAGE

 

 

Hay que reconocerlo, la vida tiene cosas buenas que son muy de agradecer. Y seguramente, la amistad es una de ellas. Les contaré una historia (aunque, la verdad, no sé por qué digo eso pues es poco probable que haya otros que lean lo que yo escribo en este blog, o sea, que me lo estoy contando a mí mismo, aunque pensándolo bien, eso tampoco está mal pues uno disfruta mientras lo escribe).

Había una vez, allá por los años 50, un navarrico rechonchete y simpático. Había nacido en Pamplona, pero después, a los 5 años, se fueron a vivir a Larrasoaña y más tarde a Saigós siguiendo la ubicación laboral del padre que trabajaba de caminero para la Diputación de Navarra. Como tras él llegaron otros 6 hermanos más (1 chica y 5 chicos) su posición en la familia fue siempre inestable y cada vez que llegaba un nuevo hermano, él solía marchar a casa de la abuela en Los Arcos para aliviar un poco el peso de las cargas familiares. En ese contexto, no fue de extrañar que cumplidos los 11 años formara parte del grupo de chavales que cada año dejaban sus familias para integrarse en uno de los muchos internados religiosos existentes. La elección de la congregación de destino no fue complicada en su caso porque tenía dos tíos pasionistas, Tomás y Lino. Este último ejercía, además, de vocacionero en Navarra (iba por las escuelas y hablaba con las familias para animarles a que enviaran alguno de sus hijos al internado). La promesa, más allá de la improbable vocación religiosa de los elegidos, era atractiva: allí podría estudiar y tendría 6 años para decidir si quiere seguir para fraile o no). Y así fue, avanzado el verano del 60 se organizó el viaje al primer colegio, sito en Gabiria (Guipúzcoa). Fuimos un grupo numeroso de chavales navarros los que nos unirnos allí a los que venían de otras provincias. En total, unos 120 chavales de 11 años.

Por acelerar un poco la historia, pasamos un año en Gabiria (1960-61) donde cursamos el primer curso del bachillerato de entonces. Fue una experiencia intensa y, en bastantes casos, insuperable para aquellos chiquillos que era la primera vez que salían de su casa.  Yo no recuerdo que lo pasara tan mal, quizás porque como ya estaba acostumbrado a las salidas periódicas a casa de mi abuela, la cosa no se me hizo tan novedosa. O puede ser que, como sucede con los momentos estresantes, mi memoria los haya borrado sin más.

Allí comenzó nuestra historia. Un internado de chicos (en este caso sí, solo chicos) de 11 años que llegaban de diferentes partes del País Vasco y Navarra. Después de aquel año inicial en un lugar húmedo (estábamos junto a un pantano y con el río discurriendo al pie del colegio), tras las vacaciones de verano en nuestras casas, pasamos a un nuevo colegio en EUBA (Amorebieta, Vizcaya) donde seguimos cursando los otros cinco cursos de aquel bachillerato (1961-1966). Y de Euba a Angosto (Álava) y, tras un año de noviciado allí, a Urrechua (en Zumárraga, Guipúzcoa) para cursar el C.O.U.

En cada uno de esos saltos (y a veces, durante el desarrollo de cada curso) el grupo se iba reduciendo. Algunos de nuestros compañeros regresaban a sus casas por propia voluntad o porque los frailes consideraban que no daban el perfil para futuros miembros de la Congregación. Mi historia en el grupo acaba, justamente, al acabar el C.O.U. Era el año 1968. Cuando llegó el momento de pasar unos días de descanso con nuestros padres, yo tuve mi propia crisis de vocación y sentí que me hacía más feliz la vida de laico que la que nos ofrecía la vida religiosa. Y a través de una postal comuniqué a mis superiores que no volvería. Visto a la distancia de tantos años, aún me extraño de mi despego e impostura. Debí dejar a los frailes con una cara de sorpresa y enfado memorable. Lo que hice es como romper un noviazgo con una postal. Yo no era así (o eso creo), pero ahora casi me alegro porque es probable que, si hubiera vuelto para despedirme, quizás me hubiera echado atrás.

¿Y todo esto viene a santo de qué? Pues fíjate, es que esa historia personal es el prólogo de la hermosa experiencia que he vivido, además en una doble edición, durante estas últimas semanas. Mi historia escolar con los pasionistas acabó en el verano de 1968. Los que quedaban del grupo (de 120 en Gabiria habíamos quedado reducidos a veinte y pico en Zumárraga) aún siguieron sus estudios de Filosofía, pero yo ya les pedí de vista en el 1968. Es decir, hace 54 años.

Lo interesante es que hace unas semanas llegó a Santiago, tras unas jornadas de Camino, uno de mis compañeros de entonces, Jon Bilbao. Y la semana pasada llegó otro, Joseba Zulaika. Con Jon me había visto hace muchos años en un pequeño encuentro, pero con Joseba no había tenido ningún contacto personal desde aquel lejano 1968. Y en ambos casos, el encuentro ha sido fantástico, como si recuperáramos la relación tras unas vacaciones de verano, o incluso mejor porque ha sido como una pequeña explosión de los recuerdos que teníamos acumulados en los baúles de nuestra biografía.

El primer milagro es que nos reconocimos de inmediato. Por si las moscas, yo los había citado en la puerta del rectorado de la universidad, en plena Plaza del Obradoiro (para que no se perdieran en la ciudad), pero en un lugar donde los turistas no se ponen. Malo será, pensaba para mí, que puestos junto a la puerta no los reconozca y, en cualquier caso, puedo preguntar si son ellos a las dos o tres personas que pueden deambular por esa esquina. Pues no hizo falta, yo los reconocí a ambos de inmediato y ellos me reconocieron allí (y con los dos apellidos, Zabalza Beraza). Y aunque nos miramos con ojos exploratorios y compasivos (nuestras imágenes originales mostraban a chicos de 18 años bien diferentes del senior setentón que teníamos enfrente), enseguida comenzaron los abrazos, los recuerdos que salían a borbotones, la sensación de que nada había cambiado… Un momento fantástico.


 

Y los dos días que pasamos juntos, tanto en un caso como en el otro, han sido días intensos navegando en recuerdos, recomponiendo el puzzle de nuestra experiencia juntos. Y días, también, de recuperar noticias, de ponerse al día en relación a ese lapso de 50 y pico años, toda una historia.

Imposible no pensar en lo que significa la amistad y las formas tan diversas que adquiere.  Aquello que dice la canción de que “la distancia es el olvido”, no ha sucedido así en nuestro caso. Aquellos años en común, quizás por ser los primeros y por ser años intensos y difíciles de digerir, o por lo que suponían para chicos tan pequeños… nos marcaron mucho.  Tanta lejanía en el tiempo podía haber significado una lejanía similar en los afectos, en la sintonía, pero ha sido lo contrario. Lo que hemos podido comprobar estos días es que cada uno de nosotros ha cambiado mucho, ha hecho un recorrido vital muy personal y propio (se cumplió el principio de la equifinalidad: comienzos iguales en modo alguno garantizan que los procesos siguientes vayan a ser similares), pero esa base común nos ha permitido amalgamar las biografías e identificarnos como próximos y copartícipes de recuerdos y afectos mutuos. No sabría decir si esas sensaciones ya estaban ahí y solo hacemos recuperarlas (supongo que Zulaika, tan amante de Platón, se sumaría a esa idea) o si es el fruto deliberado de nuestro esfuerzo actual por congraciarnos y recuperar a quien fue un amigo y compañero en la infancia. Pero, en el fondo, da lo mismo. Lo mejor de todo esto es lo bien que te sientes con una persona que, aunque en términos objetivos podría serte extraña y ajena, te resulta, por el contrario, tan cercana y próxima.

En resumen, han sido unos días preciosos de amistad y sintonía. Incluidas nuestras esposas, ajenas a todo lo que nos unía en el pasado pero esenciales en lo que somos en el presente. Y resulta que hasta ellas se han contagiado de ese espíritu amigable y afectuoso. Por eso puedo hablar de una “amistad vintage”, y no solo por la solera temporal de algo capaz de sobrevivir tantos años, sino porque como en los buenos vinos, solo pasa a ser vintage lo mejor de cada cosecha. Algo de bueno tuvieron aquellos años infantiles de internado en nuestra vida. Lo tuvieron, desde luego, en lo que se refiere a nuestra formación y la posibilidad de continuar estudiando y construyendo nuestra identidad profesional; pero lo tuvieron, también, en cuanto a la convivencia y la construcción de lazos afectivos entre el grupo de compañeros. Yo lo he podido comprobar estos días con dos de aquellos compañeros de curso a los que, sin saberlo, les quería mucho y eso ha hecho que el reencontrarlos después de tantos años haya sido una experiencia cálida y entrañable.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué bueno lo que escribes, querido Miguel, aunque a mi todavía se me hace difícil no llamarte "Zabalza" como durante aquellos intenso años de Gabiria, Euba, Angosto y Urretxu. Lo que dices de la amistad y de que supone uno de los mayores regalos de la vida, qué gran verdad. Así lo era también para Montaigne. Yo pienso que en nuestro caso el hecho de haber convivido en una institución cerrada casi desde la infancia y durante los años turbulentos de la adolescencia cuando se muestra la personalidad del individuo, alejados de nuestras familias y sin otro apoyo que el de los compañeros, hizo que compartiéramos experiencias subjetivas similares en medio de nuestro idealismo religioso. Las turbulencias máximas vendrían, al menos en mi caso, del hecho de tener que superar ese estado religioso más bien naive. Todo ello añadía si cabe a un entendimiento mayor de nuestra condición común de haber sido empujados a seminarios religiosos como única forma de educación secundaria de las clases sociales bajas en la España franquista de los 50 y 60, y allí atrapados en unas formas de religiosidad misionera y romántica. Describes a la perfección el reencuentro 54 años después, la sensación de que todo ello sucedió ayer, y es que en la biografía personal fue durante aquellos años cuando se forjó lo que íbamos a ser más tarde y que por tanto sigue tan vivo en nosotros independientemente de credos y creencias.
Gracias por haber escrito este hermoso blog.
Un abrazo
Joseba Zulaika

MANU LEGARRETA dijo...

Preciosa narración. Yo soy un poco más joven que vosotros. Yo soy " de los de EUBA " a secas. Ingresé el año 1965.Me alegro que os hayáis reencontrado. Por cierto Soy Juna Manuel ( Manu) Legarreta Iragorri. Un cordial saludo.

Ainara dijo...

¡Hola! Soy la hija de Jon. Siempre me maravilla y emociona ver cómo algunos de aquel grupo seguís mantenimiento el contacto y la amistad. Aunque no os conozco en persona he escuchado siempre en casa vuestros nombres, bueno, los apellidos más bien. Sois ejemplo.