martes, octubre 27, 2020

LA VOZ HUMANA

 



A un maestro se le perdona cualquier cosa. ¡Qué digo se le perdona, se le agradece cualquier cosa que nos ofrezca! Almodovar es un maestro, nadie en su sano juicio lo pone en duda. Y que aparezca entre los estrenos algo suyo es, siempre, un regalo. Y no hay pandemia que valga ante un nuevo film del maestro.

La ilusión con que afronté el desafío de ir al cine se convirtió en sorpresa cuando al poco de empezar llegó el final. Lo que supuse era una película, se convertió en un corto de 20 minutos. Y de esos con final brusco, que no te esperas. Ya me había chocado mucho el precio de la entrada.  Cuando quise comprarlo desde casa, la web me marcaba 3 euros y algo. ¡Qué cosa tan rara, pensé, debe ser que como les va muy poco público han decidido bajar el precio de las entradas! Pero a ese precio y con el aforo tan reducido es imposible que les compense. Bueno, para mí mejor, me consolé, va a ser como un día del espectador.

Y al inicio todo fue normal. La espera en la calle hasta 5 minutos antes, el alcohol para las manos, el lector QR de la entrada, la  búsqueda de la butaca, la llegada a cuentagotas de cada uno de los otros 8-10 espectadores que compartiría conmigo la sesión. Cada nuevo que entraba echaba primero una mirada circular a la sala para comprobar si el resto de la gente era de confianza o no, si alguien mostraba algún signo inquietante (dios no permita que alguno vaya a toser en ese interim porque seguro que quien entraba receloso daría la vuelta y marcharía). Luego, apagadas las lunes llegaron los anuncios, los trailer y finalmente (hay que ver para cuanto dan 10 minutos) se inició el film.

La peli o corto o lo que sea que vimos era Almodovar en esencia pura: rojos desbordantes, atrezzo de espectáculo principesco, movimientos afectados, regodeo de la cámara con los objetos, música excelente. Todo lento, pausado, exagerado…gustándose, como el quite chulesco de una faena taurina. Esa puesta en situación que tanto gusta al manchego. Es la historia de una conversación-monólogo. El no está (salvo en la presencia de unas maletas dispuestas para marcharse) pero lo suponemos al otro lado del teléfono; ella sí, componiendo una imagen velazquiana si no fuera por el rojo intenso de su vestido principesco. Ella es la voz que se queja, suplica, grita, odia, se humilla, desea, desafía, muerde y besa. Es la voz de quien recuerda el pasado para soportar la amargura y vacío del presente. Ella es un monólogo bipolar de alguien que atraviesa ese desfiladero estrecho y doliente de una separación. Me recordó mucho a 5 horas con Mario, ahora que estamos enfrascados en el centenario de Delibes.


 

La historia supone la recuperación de un texto de Jean Cocteau que fue primero una obra de teatro en 1930 y después una ópera (tragedia lírica para un solo personaje, algo similar a lo que ha hecho Almodovar ahora: un soliloquio dramático para una voz) en 1958. Lo cual no hace sino dejar constancia de que esas convulsiones de amor-odio en las relaciones humanas es algo transtemporal y forma parte de la esencia humana. Quizás por eso lo ha escogido Almodovar.

Y así fue. Cuando después de un momento álgido de la conversación monólogo comenzaron a aparecer en scroll el elenco del cuerpo artístico y técnico me sentí primero estafado, luego sorprendido, después resignado. No me había enterado que se trataba de un corto. Ni me había fijado en su duración. Yo no estaba preparado para ese brusco final. Así que, como dicen ahora, me rallé bastante. Pero, a un maestro se le perdona cualquier cosa. Para ser corto fue interesante y no faltó nada de lo que caracteriza a Almodovar. Y, por otra parte, el argumento tampoco daba para mucho más. Eso sí, Tilda Swinton está fantástica y sobre los méritos artísticos hay que agradecerle el inglés que empleó en sus lamentos, fácil de entender para los menos duchos.

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