No hay forma. Es igual cómo te lo
propongas. Eso del slowlife es una leyenda urbana. Un paraíso
inalcanzable. Una utopía. Y, además, es imposible. Más aún cuando andan de por
medio las compañías aéreas y sus maladados hábitos de hacer de su capa un sayo.
Hacen su propia interpretación del slow:
va retrasando los vueles por causas múltiples, pero lo llevan con tranquilidad,
sin que se les mueva un pelo. A base de golpear siempre con la misma piedra
están teniendo más éxito que los mejores programas educativos. Hacen que medres
en paciencia; una paciencia que tiene mucho que ver con la resignación.
Con la vida ajetreada que llevo y los sustos que el destino me ha dado
últimamente (menos mal que han sido sustos vicarios, es decir, patadas en el
culo de otros) había decidido firmemente que esto no podía seguir así. No
puedes estar siempre en el filo de la navaja de manera que cualquier
acontecimiento inesperado acabe malogrando un día o todo un programa. Como
dicen sus promotores: “La "Vida Slow" es un cambio
cultural hacia la desaceleración de nuestra forma de vida y hacia un mayor
disfrute de la misma. Basándose en una vuelta hacia la revalorización de los
afectos, la realización de actividades placenteras y en comer saludablemente
(Slow Food, no Fast Food). Consiste en un cambio en nuestra actitud ante la
vida, relacionado con la desaceleración en la forma de comer, de trabajar, un
mayor espacio para el ocio, el relax, los hobbies y las relaciones afectivas” (http://www.eutimia.com/slow/ ).
Bueno, pues
eso. Yo ya tenía mis propósitos hechos: “relajación, chaval, que la vida dura
cuatro telediarios y en el quinto pueden anunciar tu esquela” (¡cuando estoy
optimista es que soy la leche!). Pero con mi propia idea de lo slow, un poco heterodoxa, he de
confesarlo. Lo que sucede es que uno
puede intentar ralentizar la vida, pero esto de vivir es como andar en
bicicleta, si paras te caes. Y así fue, que por no parar, los viajes
continuaron. Y es curioso, los viajes, en lugar de relajarte te estresan.
Tienen todas las condiciones para ser un paréntesis donde te olvides de los
agobios de lo cotidiano y te dediques a ver otros lugares, a admirar otros
patrimonios, a conocer a otra gente. Pero, ¡quiá!.
Yo hice lo que
tenía que hacer. Mi psicoanalista de cabecera me dio un papelito con los
consejos a tomar en consideración (él también había leído la misma web que yo).
La hojita decía:
·
Respete
sus horas de sueño. Duerma lo necesario. El sueño es la actividad reparadora
psíquica y física por excelencia.
·
Ingiera
una dieta con alto contenido en frutas y verduras y bajo contenido en
grasas.
·
Practique un hobby que le dé
tranquilidad.
·
Realice
actividad física moderada por lo menos tres veces a la semana.
·
No sature
su agenda de actividades, todo puede esperar.
·
Realice
una actividad a la vez, no varias al mismo tiempo.
·
No mire el
reloj a cada rato, de ser posible, no utilice reloj pulsera.
·
Coma
despacio, mastique y salive muy bien los alimentos ante de tragarlos.
·
Prepare
una comida tranquilo/a y sin hacer otra cosa a la vez, como mirar televisión.
Disfrute de una conversación si está comiendo junto a otras personas, en caso
contrario, disfrute de la soledad pacíficamente.
·
Cuando
esté de vacaciones disfrute tranquilamente de la misma sin embarcarse en
múltiples y agotadoras actividades diarias.
·
Deje
tiempo en su agenda diaria para estar con personas que usted quiere o
realizar actividades que le generen placer.
|
Ya se ve que
son todos consejos con mucha enjundia. Estupendos. Pues nada, qué va. Ni uno.
Dormí mal y poco (¿sabían que los escolares colombianos inician sus clases a
las 7 de la mañana?; pues ése ha sido el plan, más o menos; una crueldad,
habiendo tantas horas en el día; y yo, pobriño, encima con el jet lag encima); ensaladas y verduras ni
por el forro (comida de cafetería universitaria; ¡cómo eché de menos la
monodieta de verduras y pescado de mi casa!); hobbis pocos, la verdad (menos
mal que el iPhone tiene su solitario y los daditos del Mahjong que son mi
salvación en las rutinas); andar lo justo porque siempre te ponen pegas de
peligrosidad (eso sí, el domingo me escapé a andar por el centro de Medellín y
hoy lo he hecho por el centro de Buenos Aires; ninguna sensación de inseguridad
salvo la cosa de que me pudieran identificar como español y me corrieran para
quitarme mis YPFs: están bravos de narices con todas las calles empapeladas
llamando a apoyar a la presidente, a su EVITA); La agenda llena hasta los
topes, eso es imposible de solucionar, ya me he resignado; lo de hacer sólo una
cosa a la vez ya lo voy consiguiendo, pero no es por la cosa del slow sino por el Alzheimer; lo de mirar
el reloj da igual porque como en cada lugar tienen su hora y, además, tu cuerpo
tiene otra, casi siempre te equivocas; no puedes comer despacio porque no sólo
madrugan sino que los cabritos comienzan el trabajo de la tarde a las 14 horas,
ni siesta ni leches; preparar comida ya sería lo último y la posibilidad de
hablar con gente tampoco resulta fácil pues en realidad no conoces a nadie (es
un milagro cómo han llegado hasta mí y me han llamado, nunca lo entenderé) y
aunque los conozcas un poco cada uno tiene su familia y sus compromisos (así
que al estrés se añade un piquito de depresión por la soledad y el atracón de
hotel: mira eso tiene la ventaja de que al final a los que acabas conociendo
muy bien es al personal del hotel y casi llegas a intimar con ellos); lo buscar
el placer ya ni lo mento para evitar prejuicios.
“Oye, espera un momento, me acaba de
susurrar el blog al oído, ¿de verdad
sabes a dónde quieres llegar con esta entrada, o simplemente te estás liando
(supongo que para mitigar la soledad del hotel)?” Sí, la verdad, le he
tenido que confesar, me he liado un poco. En realidad sólo quería contar que
tanto empeño por mi parte en relajarme y disfrutar de este viaje y resulta que
voy acumulando estrés y sueño de forma galopante. Y que la última ha sido a
causa de la compañía aérea que me ha martirizado sin compasión.
Yo ya sabía
que uno no puede confiarse. Por eso había pedido un vuelo matutino con el que
llegaría a Buenos Aires a media tarde de ayer. Pero nada, me sacaron billetes
con Avianca que teóricamente salía de Bogotá a las 22:10 de la noche para llegar
a Buenos Aires a las 06:35. Mi primera conferencia en la Feria del Libro comenzaba
a las 11. Bueno, pensé, la cosa va justa porque hay que contar con el trajín de
para inmigración, aduana, tomar el taxi y llegar al Hotel, cambiarte y nuevo
taxi para llegar al lugar de la Feria, pero podría llegar. Con lo que yo no
contaba es que el vuelo se iba a retrasar y retrasar y retrasar. Me empecé a
agobiar cuando faltaba sólo media hora para embarcar y nuestro vuelo ni
siquiera aparecía en las pantallas. En una de esas anunciaron que el vuelo de
Avianca a Nueva York se cancelaba por problemas técnicos. Otro chute de estrés.
Luego me fui a Internet a ver qué decía del vuelo y allí ya se confirmaba que
saldría con hora y media de retraso. Hice cuentas y quizás podría llegar a
tiempo a mi conferencia pero iba a depender mucho de la suerte (que pasara
pronto la policía, que no hubiera atascos en la entrada a Buenos Aires, ni
después para llegar a la Feria). Me tomé otro pinchito y un vaso de vino para
ahogar la desazón. Pero iba pasando el tiempo y allí nadie decía nada. ¡Qué
manía tienen todas las compañías en despreciar esa ansiedad que saben que
generan los retrasos! No te dicen nada. Para ellos debe ser algo normal, una
incidencia que tienen todos los días. Vamos que no es su problema. Pasó la hora
y media y aquello seguía igual: ni puerta, ni hora, ni nada que decir. Bueno,
para acortar el cuento que cuando ya pasaban dos horas nos dicen de embarcar.
Yo ya no sabía qué hacer. Se cerraron las puertas comenzamos a rodar y en eso
noto que el avión se para y comienza a regresar. Ya la hemos jodido, pensé.
Algo va mal. Y de pronto, la voz del capitán para explicar que debido a la hora
han cambiado la pista y tenemos que ir a otra pista. La cosa es que Bogotá tiene
dos pistas y una se les jorobó el otro día con un rayo. No creo que la hubieran
arreglado. En realidad yo creo que lo que hicieron es cambiar la cabecera de
pista. Nosotros teníamos que despegar en la misma pista donde aterrizaban los
aviones pero en dirección contraria a ellos.
Y así fue, otra caminata hasta la otra cabecera de la pista. El capitán
advirtió a la tripulación que se acomodaran en sus puestos que en dos minutos
despegábamos. Coño dos minutos, pasaron diez, quince y aquello no se movía. Yo
veía que delante nuestra iba otro avión que tenía que despegar pero tampoco se
movía. Luego lo entendí, tenían primero que aterrizar dos vuelos que iban
frenando a medida que se acercaban donde nosotros estábamos. Al final,
comenzamos a rodar cuando el retraso se había convertido en casi tres horas. Ya no merecía la pena ni
preocuparse. De cabina pidieron disculpas (en ese tono afectado y banal en el
que ya ves que en realidad no te piden disculpas sino que te informan para
cumplir el trámite) y nos dijeron que llegaríamos a Buenos Aires a las 9 de la
mañana. ¡Chungo!, pensé. En dos horas no se llega a la feria del libro.
El viaje es
corto (menos de 6 horas), así que no hay tiempo para nada, sobre todo para
dormir. Entre que alcanzas la altura y la velocidad de crucero, entre que
cenas, y que te despiertan una hora antes para darte un zumo y organizar el
aterrizaje, ya no queda casi tiempo más que para una cabezada. Llegamos
efectivamente a las 9. Pasamos la policía con lentitud y salí echando leches para comenzar la aventura
de llegar a tiempo a mi conferencia. Es peor tener prisa. Salí, revisé ansioso
los cartelitos con los nombres de las personas a las que se esperaban pero yo
no estaba entre ellos. Otro contratiempo, cuando la cosa está de no, está de
no. El tipo que debía recogerme o ya se había ido cansado de esperar o ni
siquiera había ido a buscarme. Si no fuera dramático, sería hasta gracioso el
verme yendo agobiado de uno a otro de los carteles para ver qué nombre pone.
Cuando ven que te acercas, el del cartel cree que eres tú la persona que él
está esperando y te ofrece su sonrisa y inicia el gesto de darte la mano o de
intentar cogerte la maleta. Una frustración para ambos cuando le dices que no
eres tú el del cartel. Y sigues con la búsqueda. Así pasé otro cuarto de hora y
cuando ya iba a contratar un taxi vi que entraba en la sala el tipo con mi
cartel. Las 9:20. Salimos, tomamos la autopista y todo fue bien hasta que
entramos en la ciudad. Un taco de la leche. Nada que hacer. Paciencia. En cada
semáforo pasaban media docena de coches porque todo estaba colapsado. Yo ya
estaba en actitud zen, que sea lo que dios quiera. A las 10 llegamos al hotel.
Necesito 15 minutos para ducharme y bajar, le dije al taxista. Aquí le espero,
me aseguró. Y así fue. Duchita rápida, traje de guapo, asegurarse de que lleva
uno consigo la presentación y a toda leche al taxi. Bueno tengo que decir que
como no tardé mucho en maquillarme aún me tomé 5 minutos para entra en la sala
de desayunos y tomar una fruta y un café. Hecho. Llegué a la Feria a las 11 en punto.
Aún no había acabado la mesa redonda anterior. Eso me dio un respiro.
Lo demás todo
salió bien. Quizás por el tranquimazín que tomé con el café.