martes, enero 10, 2012

La Dama de Hierro.




“Dejas pasar tanto tiempo entre entrada y entrada, se ha quejado el blog, que cuando quieres volver ya no te sabes ni la contraseña”. No me ha quedado más remedio que darle la razón, ha pasado mucho tiempo. Incluso Google ha cambiado la presentación habitual de sus blogs, con los cual debe uno adaptarse a la nueva interfaz y andas medio perdido entre tanto colorín, tanta estadística (total para decirme que tengo un seguidor: yo debería hacer algo por conocerle y darle un premio a la constancia). En fin, es algo a estudiar por qué en algunas ocasiones uno tiene tantas cosas por contar y le apetece contarlas mientras que en otros momentos todo se enreda y lo que menos te apetece es dejar lo que estás haciendo y ponerte a escribir. Creo que es un problema de las emociones. Al menos en mi experiencia, en momentos de emociones fuertes necesito dejarlas salir y el blog juega un buen papel en eso. Cuando la mar interior está calmada, la urgencia es menor. En cualquier caso, lo echo de menos. Y, a falta de emociones, tengo el cine.

Y así es como puedo contar la experiencia con la Dama de Hierro, la película del día de Reyes. La película dirigida por Phyllida Lloyd (la misma que ya dirigió ¡Mamma Mía! También con Meryl Streep) narra la vida de la recordada Margaret Thatcher (ahora Baronesa), primera ministra del gobierno inglés desde 1979 a 1990, año en el que renunció ante las presiones de sus correligionarios por el tax pool o impuesto igualitario que había obligado a pagar a todo aquel que viviera en el Reino Unido. Le sucedió John Major.

No es una biografía al uso, sino una especie de juego retrospectivo sobre lo que fue su vida personal y política pero partiendo de su situación actual de demencia semi-aguda. En los pocos momentos de lucidez que va teniendo, recuerda los momentos interesantes de su vida desde niña. Es interesante cómo han dejado ver ese desvanecimiento de la realidad que se hace borrosa y se escapa en el cartel original de la película Iron Lady. Este planteamiento dota de un cierto dramatismo a la historia y actúa como elemento dulcificador de los componentes políticos de la historia. Al final, el espectador se ve sometido al dilema de contraponer el drama personal de alguien que está luchando por no perder del todo su cordura con la actuación de alguien que marcó una época de la vida política europea con decisiones de una gran dureza.

La conclusión final es que lo que sobresale en el film es la gran actuación de Meryl Streep bordando el papel de la Thatcher. Una vez más, esta gran actriz colma las más exigentes expectativas. Sin excesivos aspavientos, sin melodramas de persona enferma, nos hace entrar en su historia con emoción. Ella es tan buena actriz que, al final, acaba haciendo bueno al personaje que representa, lo humaniza, le busca matices positivos. Sobre todo, le da un aire extraordinario de mujer luchadora, de pionera en los afanes políticos de una época en que las mujeres eran excluidas de la batalla política.

Es probable que la Thatcher real no fuera así. Yo no la recuerdo así. En esa época viajaba mucho a Inglaterra, tenía muchos amigos allí y la impresión que yo y otros teníamos era muy negativa con respecto a su política neoliberal y de extrema derecha. Tomó decisiones bien duras tanto en política interna (en relación a la educación, a los sindicatos, a las privatizaciones, a los impuestos). Y decisiones terribles en política exterior, como la escalada de la guerra de las Malvinas, la oposición frontal a la Unión Europea. De todas formas fue elegida por tres veces y sólo se vio forzada a renunciar por las insidias dentro de su propio partido.








Algunas cosas me llamaron poderosamente la atención en el film (una gran película, desde luego). En primer lugar me pareció claro que el enfoque y desarrollo de la historia se correspondía bien con los patrones de una película femenina. La sensibilidad que derrochan los personajes centrales es magnífica. Es cierto que las personas somos lo que hacemos, pero tanto como eso, somos la forma en que vivimos no solo lo que hacemos sino lo que somos y la relación con los que nos rodean. Una directora como Phyllida Lloyd sabe muy bien rescatar esa parte de la humanidad del personaje. Se ha apoyado en su enfermedad, pero ha sabido sacar partido de otros muchos detalles. Entre otros de la particular relación de Margaret con su marido: qué personaje extraordinario hace Jim Broadbent, lleno de detalles, de guiños de buen actor, de muecas que son como discursos; es un contrapunto humano y sentimental al componente racional de su esposa. Película femenina, también, porque la gran marea de hombres que van apareciendo en el film, al final, no pintan nada, no pasan de ser pequeños personajes perdidos en sus diletancias y, al final, en sus traiciones.

Me llamó poderosamente la atención, cómo se dibuja esa mentalidad dura que todos atribuían a la Thatcher. En un momento de la historia ella desprecia las emociones y las contrapone a lo racional, las ideas. Nos va tan mal, viene a decir, porque nos hemos convertido en una sociedad de las emociones. Terrible apreciación, aunque más de uno (y una) estarían de acuerdo con eso. Y en otro momento, construye una secuencia lógica que no puede sino producir asombro: hay que cuidar los pensamientos, echa en cara a quien le dice que ellos piensan de otra manera, vigilar lo que se piensa porque los pensamientos se convierten en palabras y las palabras en actos, después los actos crean hábitos y los hábitos el carácter de las personas; y el carácter nos marca el destino. Impresionante alegato sobre el peligro de pensar, de pensar distinto a lo que piensan quienes mandan (quienes suponen que tienen la verdad, como hacía ella).

A algunos les ha disgustado enormemente que utilicen a una persona aún viva y enferma para construir sobre su enfermedad un producto comercial como esta película. Mi mujer quería denunciar a la productora. A otros, les ha disgustado la pretensión de neutralidad política de la historia y la amortiguación del perfil político de la protagonista. No faltan quienes hayan valorado muy positivamente el impulso feminista de todo el film, destacando el papel de pionera que la Thatcher tuvo en el acceso de las mujeres a la política en un mundo tan conservador y reacio como era el Reino Unido de los años 70 (y con más mérito, aún, al hacerlo al frente del Partido Conservador). Probablemente todos tienen algo de razón. A mí lo que de veras me impresionó fue el papelón que, una vez más hace la Meryl Streep, perfecta como siempre.






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