“Dejas pasar tanto tiempo entre entrada y entrada, se ha quejado el blog,
que cuando quieres volver ya no te sabes ni la contraseña”. No me ha quedado
más remedio que darle la razón, ha pasado mucho tiempo. Incluso Google ha
cambiado la presentación habitual de sus blogs, con los cual debe uno adaptarse
a la nueva interfaz y andas medio perdido entre tanto colorín, tanta estadística
(total para decirme que tengo un seguidor: yo debería hacer algo por conocerle
y darle un premio a la constancia). En fin, es algo a estudiar por qué en
algunas ocasiones uno tiene tantas cosas por contar y le apetece contarlas
mientras que en otros momentos todo se enreda y lo que menos te apetece es
dejar lo que estás haciendo y ponerte a escribir. Creo que es un problema de
las emociones. Al menos en mi experiencia, en momentos de emociones fuertes
necesito dejarlas salir y el blog juega un buen papel en eso. Cuando la mar interior
está calmada, la urgencia es menor. En cualquier caso, lo echo de menos. Y, a
falta de emociones, tengo el cine.
Y así es como puedo contar la experiencia con la Dama de Hierro, la
película del día de Reyes. La película dirigida por Phyllida Lloyd (la misma
que ya dirigió ¡Mamma Mía! También con Meryl Streep) narra la vida de la
recordada Margaret Thatcher (ahora Baronesa), primera ministra del gobierno
inglés desde 1979 a 1990, año en el que renunció ante las presiones de sus
correligionarios por el tax pool o
impuesto igualitario que había obligado a pagar a todo aquel que viviera en el Reino
Unido. Le sucedió John Major.
No es una biografía al uso, sino una especie de juego retrospectivo sobre
lo que fue su vida personal y política pero partiendo de su situación actual de
demencia semi-aguda. En los pocos momentos de lucidez que va teniendo, recuerda
los momentos interesantes de su vida desde niña. Es interesante cómo han dejado ver ese desvanecimiento de la realidad que se hace borrosa y se escapa en el cartel original de la película Iron Lady. Este planteamiento dota de un
cierto dramatismo a la historia y actúa como elemento dulcificador de los
componentes políticos de la historia. Al final, el espectador se ve sometido al
dilema de contraponer el drama personal de alguien que está luchando por no
perder del todo su cordura con la actuación de alguien que marcó una época de
la vida política europea con decisiones de una gran dureza.
La conclusión final es que lo que sobresale en el film es la gran actuación
de Meryl Streep bordando el papel de la Thatcher. Una vez más, esta gran actriz
colma las más exigentes expectativas. Sin excesivos aspavientos, sin melodramas
de persona enferma, nos hace entrar en su historia con emoción. Ella es tan
buena actriz que, al final, acaba haciendo bueno al personaje que representa,
lo humaniza, le busca matices positivos. Sobre todo, le da un aire extraordinario
de mujer luchadora, de pionera en los afanes políticos de una época en que las
mujeres eran excluidas de la batalla política.
Es probable que la Thatcher real no fuera así. Yo no la recuerdo así. En
esa época viajaba mucho a Inglaterra, tenía muchos amigos allí y la impresión que
yo y otros teníamos era muy negativa con respecto a su política neoliberal y de
extrema derecha. Tomó decisiones bien duras tanto en política interna (en
relación a la educación, a los sindicatos, a las privatizaciones, a los
impuestos). Y decisiones terribles en política exterior, como la escalada de la
guerra de las Malvinas, la oposición frontal a la Unión Europea. De todas
formas fue elegida por tres veces y sólo se vio forzada a renunciar por las
insidias dentro de su propio partido.
Algunas cosas me llamaron poderosamente la atención en el film (una gran
película, desde luego). En primer lugar me pareció claro que el enfoque y
desarrollo de la historia se correspondía bien con los patrones de una película
femenina. La sensibilidad que derrochan los personajes centrales es magnífica.
Es cierto que las personas somos lo que hacemos, pero tanto como eso, somos la
forma en que vivimos no solo lo que hacemos sino lo que somos y la relación con
los que nos rodean. Una directora como Phyllida Lloyd sabe muy bien rescatar
esa parte de la humanidad del personaje. Se ha apoyado en su enfermedad, pero
ha sabido sacar partido de otros muchos detalles. Entre otros de la particular
relación de Margaret con su marido: qué personaje extraordinario hace Jim
Broadbent, lleno de detalles, de guiños de buen actor, de muecas que son como
discursos; es un contrapunto humano y sentimental al componente racional de su
esposa. Película femenina, también, porque la gran marea de hombres que van
apareciendo en el film, al final, no pintan nada, no pasan de ser pequeños
personajes perdidos en sus diletancias y, al final, en sus traiciones.
Me llamó poderosamente la atención, cómo se dibuja esa mentalidad dura que
todos atribuían a la Thatcher. En un momento de la historia ella desprecia las
emociones y las contrapone a lo racional, las ideas. Nos va tan mal, viene a
decir, porque nos hemos convertido en una sociedad de las emociones. Terrible
apreciación, aunque más de uno (y una) estarían de acuerdo con eso. Y en otro
momento, construye una secuencia lógica que no puede sino producir asombro: hay que cuidar los pensamientos, echa en
cara a quien le dice que ellos piensan de otra manera, vigilar lo que se piensa porque los pensamientos se convierten en
palabras y las palabras en actos, después los actos crean hábitos y los hábitos
el carácter de las personas; y el carácter nos marca el destino.
Impresionante alegato sobre el peligro de pensar, de pensar distinto a lo que
piensan quienes mandan (quienes suponen que tienen la verdad, como hacía ella).
A algunos les ha disgustado enormemente que utilicen a una persona aún viva
y enferma para construir sobre su enfermedad un producto comercial como esta
película. Mi mujer quería denunciar a la productora. A otros, les ha disgustado
la pretensión de neutralidad política de la historia y la amortiguación del
perfil político de la protagonista. No faltan quienes hayan valorado muy
positivamente el impulso feminista de todo el film, destacando el papel de
pionera que la Thatcher tuvo en el acceso de las mujeres a la política en un
mundo tan conservador y reacio como era el Reino Unido de los años 70 (y con
más mérito, aún, al hacerlo al frente del Partido Conservador). Probablemente
todos tienen algo de razón. A mí lo que de veras me impresionó fue el papelón
que, una vez más hace la Meryl Streep, perfecta como siempre.
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