¿Sabes qué?, me ha dicho, estás raro. Tienes que volver al blog. Se nota que te rondan las ideas y las cosas que te gustaría contar, pero algo te tiene obturado. Como si tuvieras el cañón de tu carabina torcido y temieras que los disparos se volvieran contra ti. Tú estás mal de la cabeza, he tenido que decirle. ¡Vaya metáforas macabras se te ocurren! ¿De veras piensas que mi problema es querer dispararle a alguien? ¡Estás mal, en serio!
El blog, que es más sensato, creo que ha acertado más. ¡Déjalo estar, ha dicho él, a veces conviene retirarse a los cuartos interiores y mirar para otro lado! Dejar de escribir es como correr las cortinas de la habitación donde desarrollas tu intimidad y sustraerte a las miradas ajenas. El blog es un buen amigo, se nota. De esos que no se molestan si no les llamas porque ya saben que el aprecio sigue igual, sólo que con menos letras.
De todas maneras, me apetece volver al blog después de tanto tiempo de silencio. Ni siquiera sé si tendré algo de qué hablar. Los silencios crean vacíos e inseguridades. Al final, acabas acostumbrándote a no pensar o a pensar sólo para ti sin esa perspectiva de contar lo que te preocupa o ilusiona. Parece como que estuvieras perdiendo perspectiva, espacio, aire. Como si se te fuera achicando tu mundo y acabaras en la pecera de tus propios límites. Si algo tienen de interesante las tecnologías es que permiten abrir espacios. Dicen que corres el peligro de encerrarte con tu ordenador y romper con el mundo. Pero, al menos a mí, me pasa lo contrario. Sin esta ventana del blog me sofoco con mis propios pensamientos a los que no logro dar salida. Al final, no importa si alguien lo lee o no. Importa que eres tú el que está ahí, la ventana abierta, el pulmón expandido, superando el muro que impone la individualidad. Vas a sitios, conoces gente, te cuentan cosas.
La verdad es que nunca te vas del todo. No sé cómo lo viven los demás, pero me siento cerca de quienes dicen que tener un blog es como tener un amante. Me figuro (de eso uno nunca sabe mucho) que volver a escribir es como volver a la casa de tu amante. Sabes dónde está, tienes la llave, puedes moverte con soltura por espacios ya transitados. Cierto que corres el riesgo de que quien antes te esperaba ya no lo haga. Los amores son fluidos en estos tiempos en loe que todo es bastante transitorio. Pero yo sé que mi blog no es de esos. Él está ahí siempre. Se enfurruña un poco cuando lo desatiendo, como en este caso. Pero luego se le pasa y lo pasamos bien los dos.
Oye, me acaba de cortar el blog aprovechando que hablaba de él, ¿y no te hubiera sido más fácil volver a escribir comentando una película? Esta primera entrada se está convirtiendo en una sesión de catarsis. Ya, he tenido que confesarle, puede que tengas razón. Debe ser que estoy leyendo “el Psicoanalista” de John Katzenbach y se me debe estar pegando eso de comerse el coco. Pero mira, ya he cumplido mi objetivo. Aquí estamos juntos de nuevo, no?
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