domingo, diciembre 07, 2025

LA TOPOGRAFÍA DE LA AMISTAD

 

 

Nunca ha sido fácil poder definir qué es la amistad y en qué se diferencia de otras relaciones más o menos cordiales que todos mantenemos con diversas gentes. ¿Cuándo pasa alguien del estatus de colega o compañero al de amigo/a? Y, por otro lado, ¿esa condición de amigo/a se la otorgas tú graciosamente al otro o es algo que el otro conquista y se autoatribuye? ¿La amistad es algo subjetivo o es algo que se puede constatar en función de ciertos indicadores visibles?

La verdad es que resulta difícil saber quiénes son realmente amigos o amigas tuyas. Amigos/as de verdad, se entiende. O, visto a la inversa, no resulta fácil saber de quién eres tú mismo amigo y/o de quién te quedas solo en categoría de colega.  La prensa discute estos días las palabras del presidente Sánchez que decía que Ábalos era un cercanísimo colaborador suyo pero que resultaba un desconocido “en lo personal”. ¿Será acaso que la falta de esa esfera de “lo personal” es lo que hace que una relación llegue solo al colegueo y la colaboración sin entrar en el territorio de la amistad? ¿Para que haya amistad se requiere que los intercambios entren en el ámbito de las confidencias?

Estudios de la Univ. de Kansas han señalado que para pasar de conocido a amigo ocasional se precisan, al menos, 50 horas de interacción y son el doble para que ese amigo/a ocasional se convierta en amigo cercano. Lo de llegar a amigos/as íntimos requiere más de 200 horas de tiempo compartido. Tiene mucha faena esto de la amistad, aunque, la verdad, yo no creo que la cosa dependa de las horas o, al menos, no solo de eso: hay personas a las que no ves mucho, pero esa falta de contacto no tiene efectos negativos sobre la amistad y en cuanto vuelves a encontrarte con ellos recuperas enseguida la intimidad. Y en cambio hay otras con las que pasas años juntos y apenas has cruzado sus zonas más periféricas. Lo que me ronda por la cabeza estos días es que la amistad tiene que ver con el territorio personal que compartas con el supuesto amigo.

Qué pasa si te encuentras con un supuesto amigo, con el que antes compartías muchos espacios personales (salud, familia, preocupaciones, problemas) y resulta que ya no quiere hablar de nada de ello. Buena señal no es, desde luego. Uno entiende (porque también le sucede a él) que hay momentos en los que no te apetece hablar de según qué cosas, pero si ese “no hablar” (es decir, no compartir) se mantiene y la comunicación se va desplazando hacia espacios más profesionales o más banales y periféricos, parece evidente que la propia amistad entra en retroceso. No lo sé. 

 ¿Será que los mayores nos hacemos más susceptibles a ese tipo de pérdidas? Uno va viendo cómo tus redes sociales y de amistades se van diluyendo y entrando en una zona de niebla: personas que creías tener cerca y con las que creías compartir muchas cosas, pues resulta que ya no es así, que la proximidad y comunión anterior se ha ido diluyendo. Y lo vas sumando al elenco de pérdidas que la edad trae consigo. Una más.

Es por eso que llevo días dándole vueltas en sueños a esa imagen topográfica de la amistad: la amistad como el grado en que cada cual comparte el patchwork de su vida. Todos tenemos ese mapa multicolor de trozos vitales que forman nuestra existencia. La amistad se podría medir, se me ocurre, por la cantidad (y calidad: no todos tienen la misma relevancia) de los trozos que compartimos con otros. Me imagino (ya dije que son comeduras de coco de esos ratos de entrevela en que ni duermes ni estás despierto) a cada uno de nosotros rodeados de múltiples parcelas ordenadas en círculo. Las hay más centrales y más periféricas. A ciertas personas nunca las dejamos pasar más allá de las parcelas más periféricas y a otras les damos paso hasta las más centrales y próximas a nosotros. Algo así como hacemos con las visitas: hay visitas que las atendemos en el rellano de la escalera, otras en el hall de entrada, algunas las pasamos al salón o la cocina, y solo las más especiales (¿más amigas?) pasan a la sala de estar e, incluso, hasta la habitación.

Esta visión más topográfica de la amistad tiene su utilidad para poder entender dónde estamos en cada momento en relación a nuestro supuestos amigos y amigas: basta constatar en qué parcelas se mantiene la relación, qué tipo de ámbitos se comparten y cuáles quedan bajo llave. Tampoco es que sea un medidor nuevo. Ya se hacía así en los noviazgos antiguos (en los de ahora no sé cómo van esas cosas): sabías si la cosa iba avanzando o no en función de hasta dónde podías llegar en tus caricias, dónde estaban puestas en cada momento las líneas rojas que no podías traspasar.

 ….a todas estas voy notando que el blog me mira de manera rara, como si no entendiera de qué va todo este rollo. Como si me estuviera preguntando a dónde quiero llegar. A veces le pasa. Se le ve incómodo y, al final soy yo quien tiene que intervenir: ¿y, ahora qué pasa, le pregunto, va algo mal? Él no es mucho de hablar, sobre todo escucha, pero es fácil entrever lo que quiere decir: ¡te estás metiendo en un berenjenal! Ja! Ya veo que ha captado bien mi metáfora de las parcelas o huertos que nos rodean. Pero él insiste muy en su papel de mosca cojonera: Te das cuenta de que, si eso es verdad, tú te quedas sin amigos porque apenas compartes más que las parcelas más periféricas. Es que yo soy como tú, me excuso, más de escuchar que de hablar… Pero ya está, ya me ha dejado jodido otra vez.

 



 

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