sábado, enero 04, 2025

EMILIA PÉREZ

 

Oí tantos elogios de esta película en la radio (había quedado la primera, de forma indiscutible, en una valoración de los periodistas) que fui a verla con altas expectativas. Me llamó la atención que fuera una película francesa, cuando rezuma México por todos los poros. Luego ya pude ver que en realidad se trata de una coproducción franco-mexicana que se apoya en una infinidad de empresas y entidades que participaron en su patrocinio. La cosa prometía.

La película es del 2024 y acaba de estrenarse (en España) en el mes de Diciembre. Está dirigida por Jacques Audiard, un veterano (72 años) y reconocido director francés que tiene en su haber varias decenas de películas de diferentes géneros y de alto nivel (De latir, mi corazón se paró, 2005; Un profeta, 2009, De óxido y hueso, 2012; Los hermanos Sister, 2018; Paris, distrito 13, 2021). Bastantes de ellas son coproducciones entre numerosos países, lo que habla bien de la credibilidad de Audiard para conseguir patrocinadores.

El propio Audiard es el autor del guión que está basado en una historia de Boris Razon (Ecoute: Emilia Perez). El elenco de actores está muy bien seleccionado, especialmente las tres mujeres que cargan sobre sus espaldas el peso de la película: Karla Sofía Gascón (jefe narco Manitas del Monte); Zoe Saldaña (abogada) y, en menor medida, Selena Gómez (esposa del narco). La fotografía corre a cargo de Paul Guillaume que hace un trabajo serio y atractivo que permite mantener la atención y el ritmo de la historia. Y es magnífica la música que se convierte en la protagonista visual del film: cantos, bailes, pasacalles, ritmos verbales. Un gran trabajo de Clément Ducel y su pareja Camille Dalmais. Es justamente la música la que hace que Emilia Pérez sea una película especial, diferente a cualquier otra del género.

 La historia que nos cuenta Audiard es también distinta, original, chocante: nadie espera que un cruel asesino quiera cambiar de sexo y, menos aún, que quiera hacerlo no por escapar de la justicia sino porque desea recuperar la esencia de bondad que él (ella) lleva dentro, pero que su mala vida ha ido ocultando. Para gestionar ese cambio de género contrata a una abogada espabilada, pero mal pagada. Y ése es el cuento: búsqueda de cirujano, búsqueda de un lugar seguro para la operación, desaparición del narco para que aparezca una filántropa piadosa. Es un viaje de ida y regreso desde la insatisfacción de la maldad a la insatisfacción de una bondad imposible. Aunque no parece que esa sea la intención de la película, el sabor que deja es bastante deprimente: no es posible la reconversión de lo malo en bueno, no al menos si no se renuncia a los beneficios y lucros que el mal proporcionaba. Cuesta más ser bueno que malo, más ser pobre que rico. Y esas renuncias necesarias hacen, a la postre, imposible el cambio. Los malos no pueden dejar de serlo y, al final, incluso los buenos acaban comportándose como los malos.

Pero lo interesante fílmicamente de Emilia Pérez no es tanto la historia (que es, desde luego, original e inesperada) sino la forma de contarla. Ese exceso permanente, esa mezcla de lenguajes y códigos comunicativos (conversación, canto, danza, mímica), de realidad y fantasía, de anomía y ley, de expresión externa y vivencia interior, de violencia y ternura. Son coreografías muy originales y distópicas que te sacan de la línea plana del lenguaje habitual para situarte en un contexto artificial de juego comunicativo. Es un artificio sobre el propio artificio del cine: sabes que lo que te están contando no es verdad y, en este caso, ni siquiera la forma de contártelo es normal. Pero es cine y tienes que entrar en el juego y dejarte llevar porque si no lo haces te quedas fuera y acabas disgustado. Y eso es lo que les ha pasado a algunos críticos.

No hay comentarios: