martes, enero 07, 2025

CONCLAVE

 

Esta semana inicial del año ha sido propicia en posibilidades de ir al cine. Estamos apurando los últimos días de las vacaciones navideñas, hay una estupenda oferta de películas en cartelera y, como es tiempo de premios y globos, las tertulias radiofónicas no dejan de presentar sus preferencias o de comentar los premios concedidos. Ya vimos Emilia Pérez, así que hoy nos toca otra de las candidatas: CONCLAVE.

Si ya las religiones y las iglesias son entidades llenas de misterio, dentro de la Iglesia católica, los conclaves (cum clave: cerrados a cal y canto) son una concentración masiva de rutinas destinadas a proteger ese misterio y a ocultar lo que pueda suceder intra muros. El cónclave es milagroso por antonomasia (la doctrina oficial señala que es el propio Espíritu Santo quien ha de iluminar a los cardenales para elegir al papa). Como no sabemos lo que allí sucede, el cónclave  es un territorio propicio a cualquier ficción. Y eso es lo que hizo Robert Harris, imaginarse un cónclave y convertirlo en una novela cuasi policíaca (Cónclave: Edit. Debolsillo, 2018).

Basada en esa novela y manteniendo el mismo título, Edward Berger ha rodado la película. El guión (adaptación fiel de la novela: de hecho ha recibido el Globo de Oro a la mejor adaptación cinematográfica) ha correspondido a Peter Straughan.  Berger es un  director alemán bien conocido en el ámbito de las series (The terror, Patrick Melrose) y, últimamente con grandes éxitos en largometrajes como Sin novedad en el frente (Oscar 2023 a la mejor película internacional y al  mejor guión; BAFTA 2023 a la mejor película y mejor guión). Conclave va a seguir, creo yo, ese mismo camino (Globo de Oro al mejor guión).

 Cónclave cuenta con un elenco de actores fantástico. Casi todos son hombres, claro, pues se trata de cardenales, aunque entre ellos se cuela Isabella Rosellini, con una monja con un papel discreto en un mundo de clérigos. Destacan Ralph Fiennes (La lista de Schindler, El paciente inglés) como dean cardenalicio y sobre quien recae la responsabilidad de gestionar el cónclave y Stanley Tucci (La terminal, El diablo se viste de Prada), pero todos los que van teniendo algún protagonismo son muy buenos y resultan absolutamente creíbles en sus gestos, en su parsimonia o sus conversaciones. A mí me encantó Sergio Castellito (Las crónicas de Narnia, Bella Martha) porque compuso su papel de cardenal italiano conservador de forma magistral.

La música se debe a Volker Bertelmann que, sin estridencias, acompaña bien la dinámica del proceso deliberativo y las condiciones rituales y sacras del escenario. Y la fotografía se la debemos a Stéphane Fontaine. Tengo que reconocer que para mí es lo mejor de la película: de una perfección formal y de una plenitud artística insuperable. Las imágines cenitales de los cardenales en grupitos de 3-4, las filas cardenalicias avanzando, los cardenales con sus paraguas cruzando la plaza son imágenes cromáticamente preciosas, perfectas. Tanto  los primeros planos, como los planos generales del grupo están logradísimos, de una belleza coral que yo no había visto nunca. Se parece un poco a lo que hace Sorrentino creando cuadros formal y cromáticamente perfectas.

 Y sobre la historia que se nos cuenta, una especie de thriller vaticano, pues qué decir. Es ingenioso y está bien construido (de hecho, logra mantenerte en vilo durante las casi dos horas de la película). Contraponiendo la necesidad de nueva información que aclare hechos (necesidad que se incrementa con la mezcla de idiomas que supone que la mitad de los cardenales no se enteran de todo) con la opacidad de un conclave va manteniendo la tensión. Y, por otro lado, urgando en la doble moral que suele atribuirse al clero en lo sexual (frente a la castidad proclamada), en lo económico (frente a la pobreza), en la autosuficiencia y egocentrismo (frente a la humildad), etc. la película logra relativizar la supuesta bonhomía y santidad de la cúpula eclesial. Sin embargo, hay que reconocer que no es una película anticlerical sino que, en su conjunto, el film respeta la dignidad de lo que supone el cónclave para la Iglesia Católica y se mantiene en un nivel de iconoclastia y crítica correcto.

Desde mi punto de vista, lo peor es el final al que se llega. Habiendo logrado un alto nivel de credibilidad y mérito en la representación del ambiente, en la relación entre los cardenales, en los diálogos y discusiones en torno a la fe, la iglesia, la condición humana, etc. el final de la historia decae en verosimilitud y lógica (al menos, pensando en la curia romana y las características del poder religioso). Parece un final demasiado fácil después de ver lo que se ha visto a lo largo de la historia. Vamos, me lo parece a mí.

En resumen, Cónclave es estéticamente preciosa; conceptualmente relevante por algunas de las reflexiones que se van haciendo al hilo de las discusiones; técnicamente bien concebida como un thriller que te va manteniendo en suspense porque a cada paso va apareciendo información que requiere de mayores comprobaciones y en un ambiente cerrado que lo hace imposible, o casi. En fin, una película muy recomendable.

sábado, enero 04, 2025

EMILIA PÉREZ

 

Oí tantos elogios de esta película en la radio (había quedado la primera, de forma indiscutible, en una valoración de los periodistas) que fui a verla con altas expectativas. Me llamó la atención que fuera una película francesa, cuando rezuma México por todos los poros. Luego ya pude ver que en realidad se trata de una coproducción franco-mexicana que se apoya en una infinidad de empresas y entidades que participaron en su patrocinio. La cosa prometía.

La película es del 2024 y acaba de estrenarse (en España) en el mes de Diciembre. Está dirigida por Jacques Audiard, un veterano (72 años) y reconocido director francés que tiene en su haber varias decenas de películas de diferentes géneros y de alto nivel (De latir, mi corazón se paró, 2005; Un profeta, 2009, De óxido y hueso, 2012; Los hermanos Sister, 2018; Paris, distrito 13, 2021). Bastantes de ellas son coproducciones entre numerosos países, lo que habla bien de la credibilidad de Audiard para conseguir patrocinadores.

El propio Audiard es el autor del guión que está basado en una historia de Boris Razon (Ecoute: Emilia Perez). El elenco de actores está muy bien seleccionado, especialmente las tres mujeres que cargan sobre sus espaldas el peso de la película: Karla Sofía Gascón (jefe narco Manitas del Monte); Zoe Saldaña (abogada) y, en menor medida, Selena Gómez (esposa del narco). La fotografía corre a cargo de Paul Guillaume que hace un trabajo serio y atractivo que permite mantener la atención y el ritmo de la historia. Y es magnífica la música que se convierte en la protagonista visual del film: cantos, bailes, pasacalles, ritmos verbales. Un gran trabajo de Clément Ducel y su pareja Camille Dalmais. Es justamente la música la que hace que Emilia Pérez sea una película especial, diferente a cualquier otra del género.

 La historia que nos cuenta Audiard es también distinta, original, chocante: nadie espera que un cruel asesino quiera cambiar de sexo y, menos aún, que quiera hacerlo no por escapar de la justicia sino porque desea recuperar la esencia de bondad que él (ella) lleva dentro, pero que su mala vida ha ido ocultando. Para gestionar ese cambio de género contrata a una abogada espabilada, pero mal pagada. Y ése es el cuento: búsqueda de cirujano, búsqueda de un lugar seguro para la operación, desaparición del narco para que aparezca una filántropa piadosa. Es un viaje de ida y regreso desde la insatisfacción de la maldad a la insatisfacción de una bondad imposible. Aunque no parece que esa sea la intención de la película, el sabor que deja es bastante deprimente: no es posible la reconversión de lo malo en bueno, no al menos si no se renuncia a los beneficios y lucros que el mal proporcionaba. Cuesta más ser bueno que malo, más ser pobre que rico. Y esas renuncias necesarias hacen, a la postre, imposible el cambio. Los malos no pueden dejar de serlo y, al final, incluso los buenos acaban comportándose como los malos.

Pero lo interesante fílmicamente de Emilia Pérez no es tanto la historia (que es, desde luego, original e inesperada) sino la forma de contarla. Ese exceso permanente, esa mezcla de lenguajes y códigos comunicativos (conversación, canto, danza, mímica), de realidad y fantasía, de anomía y ley, de expresión externa y vivencia interior, de violencia y ternura. Son coreografías muy originales y distópicas que te sacan de la línea plana del lenguaje habitual para situarte en un contexto artificial de juego comunicativo. Es un artificio sobre el propio artificio del cine: sabes que lo que te están contando no es verdad y, en este caso, ni siquiera la forma de contártelo es normal. Pero es cine y tienes que entrar en el juego y dejarte llevar porque si no lo haces te quedas fuera y acabas disgustado. Y eso es lo que les ha pasado a algunos críticos.

viernes, enero 03, 2025

¿ES EL ENEMIGO? LA PELÍCULA DE GILA

 



Con todo lo que me gustó Gila en sus sketches, ayer salí un poco defraudado de la película. Probablemente porque mis expectativas iban por otra línea muy diferente a la que tomó la historia que el director tenía en su cabeza.

¿Es el enemigo? (la verdad, el añadirle el complemento de “la película de Gila” se hace un poco redundante e innecesario) es una peli española del 2024 dirigida por Alexis Morante, un cineasta especializado en documentales musicales (Camaron, 2018; Héroes del silencio, 2021) que se inició en los largometrajes con “El mundo de Oliver” (2022).  Esta es, por  tanto, su segunda película. Él es, también, el autor del guión junto a Raúl Santos. La fotografía la lleva Carlos García de Dios y la Música Miguel Santos. Está protagonizada por un actor novel, Oscar Lasarte, que hace un aceptable papel representando la figura de Gila (de hecho, ya ha sido nominado a los próximos Goya 2025 como mejor actor revelación). Y le acompañan otros actores españoles relevantes: Salva Reina, Adelfa Calvo, Natalia de Molina, Carlos Cuevas, etc.

Técnicamente, la película está muy bien construida y rodada. La fotografía y los ambientes seleccionados son muy creíbles (la batalla en el bosque, las casetas donde pasan el tiempo de espera, la tapia del fusilamiento) todo está muy bien elegido y configurado. También el sonido, salvo algunos diálogos, está perfecto y, junto a los efectos especiales, marca el ritmo del film, con momentos pausados, otros emocionalmente intensos, otros de gran barullo ambiental. Tanto el director como la productora se han currado el trabajo.

Y la historia, pues qué se yo, tiene su aquel. Morante dijo en una de las muchas entrevistas que le han ido haciendo desde el estreno, que lo que él pretendía era hacer una película que emulara a “La vida es bella”(1997) de Roberto Benigni. Como en aquella, se trataba de contar el deambular de una persona ingenua e ingeniosa en un momento trágico, recuperando el valor del humor para poder soportar la tragedia. La figura de Gila venía que ni pintada para ese propósito.

 Y eso es lo que cuenta. Sitúa a un Gila joven que ya despuntaba maneras de cómico en el Madrid de la preguerra, viviendo con su abuela (Adelfa Calvo) y su padre viudo. No tenía una vida fácil, pero como decía él: “de todo nos podíamos reír hasta que llegó la guerra”.  Una guerra en la que él participó formando parte de las tropas republicanas del frente madrileño. Y ya en ese trance, el film le sigue en su tránsito por los disturbios previos a la guerra, el alistamiento, la espera para entrar en acción, la batalla, las heridas y la enfermería, el retorno a la batalla, el fusilamiento incorrecto, y la vuelta a casa para dedicarse al humor. La película describe a Gila como un ser ingenuo, ignorante de lo que es la guerra y sus horrores, pero, a la vez, como alguien que es capaz de empatizar con los demás y de hacer todo lo que está en su mano para arrancarles una sonrisa que quiebre su miedo, su amargura o su dolor.

En fin, no es una película extraordinaria, pero está bien hecha y sobre todo, bien ambientada. En realidad, el protagonista principal es la guerra, solo que en ésta figura un soldado simpático y simplón que es capaz de darle una vuelta a lo que sucede para ver su cara más ridícula y loca. De esa manera, la peli va mezclando los horrores de la guerra con la actitud medio inconsciente, medio buenista de Gila. A la bondad de Gila opone, estratégicamente, la dureza militar de los mandos y de la única mujer soldado de la escuadra (Natalia de Molina). En ese contraste, cobra especial relieve la figura humana de Gila, su capacidad de compadecer a los otros, su habilidad para buscar estrategias (los dibujos, el palo teléfono, contar una historia boba) que le permitan sacar al exterior sus angustias y relajar el gesto con una sonrisa. Tener a alguien así en esos momentos dramáticos tiene que valer una fortuna.