Pues la verdad, no sé muy bien qué decir de esta película, lo cual no es muy buen comienzo, lo sé. La verdad es que esperaba otra cosa: una de esas películas luminosas y alegres, llenas de vida y bailes con que suele hacernos pasar buenos momentos la factoría india. Pero esta vez no iba de eso y te encuentras con un par de muchachas que llevan una vida sobrecargada de trabajo y ruidos en Bombay.
Se trata de una película del 2024, con bandera india pero que está coproducida por marcas cinematográficas de 6 países. La dirige Rayal Kapadia, una muy joven directora (nacida en 1986), que hasta ahora solo había presentado documentales y cortos. Ella misma escribe el guión. La música corre a cargo de Dhritiman Das y la fotografía es de Renabir Das. Las actrices protagonistas (sobre ellas y su relación va la película) son Dluya Prabha, una experimentada actriz que ya fue premiada como mejor actriz en el festival de Locarno 2022; y le acompaña Kani Kusruti que hace de miembro joven de la pareja protagonista de la historia.
La historia, más que de sucesos y eventos llamativos, va de sentimientos y condiciones de vida. La película tiene dos líneas de desarrollo: por un lado, es la historia de la pareja de protagonistas que ve cómo su relación (la mayor, enfermera y mujer casada cuyo marido trabaja en Alemania y del que no sabe nada desde que se fue; la joven, una chica que inicia su juventud y se ve en el dilema de orientar su vida, bien siguiendo las tradiciones y esperar que sus padres decidan con quién debe casarse, bien siguiendo su propio deseo) va evolucionando y reconfigurándose. El otro eje sobre el que se construye la historia de este film es el ambiente en que la pareja vive: primero la ciudad ruidosa y dinámica de Bombay y el espacio oscuro y cutre en el que viven; después el entorno bucólico al que se desplazan para acompañar a la amiga que regresa a su casa rural. Así que la directora nos va metiendo de forma lenta y progresiva en ambas temáticas.
La narración va siguiendo su ritmo lento y basado en los permanentes contrastes entre vida interior y ambiente externo; entre la música minimalista y el ruido externo; entre imágenes desvaídas de fondo y primeros planos nítidos; entre las contradicciones culturales con reglas fijas (estar casada es para siempre; te casarás con quien tus padres elijan para ti) y la complejidad y liquidez de los sentimientos personales. Es un contraste que se mantiene y da sentido a toda la historia. Una historia que a veces da saltos injustificados en el vacío como cuando aparece milagrosamente el marido arrojado por el mar.
Lo que más llama la atención de la película es la lentitud. Salvo el ritmo de la ciudad todo va lento, muy lento: las acciones, la conversación, las reacciones de los personajes, la historia en sí. Y para hacer más notable y penetrante esa sensación, la directora incluye permanentemente momentos de enfocar la cámara a la ventana de los vehículos para ver pasar desvaídos los paisajes externos. Y esas imágenes se amplifican aún más con el ruido permanente del tráfico, de los trenes, de los comercios, de las empresas. Un agobio. Es una película con una música minimalista, pero con un ruido ambiental enorme.
Con todo, la historia es bonita puesto que nos presenta la evolución de esa especial relación entre las dos mujeres protagonistas. Cada una de ellas vive aprisionada en sus propios dilemas personales y, además, en esa relación indefinida que mantienen entre ambas. Es decir, como señala el título de la película, ambas viven un intenso proceso de búsqueda de luz.
Desde esa perspectiva es una película alineada en las muchas historias sobre lo femenino que de manos de directoras (y, también, de directores) van teniendo presencia en las carteleras y en los listados de premios. Esa dimensión feminista de este film la destacan casi todas las críticas y sobre esa dimensión se han proyectado, también, los premios recibidos: Gran Premio del Jurado en Cannes; Premio a “Otra mirada” en S. Sebastián.