Interesante película tanto por lo que tiene de original (abordar una temática sin necesidad de visibilizarla), como por lo que tiene de experimental (multiplicar el impacto del lenguaje cinematográfico más allá de la vista, a través del oído y de las sensaciones).
Película británica (aunque en coproducción con EEUU y Polonia), dirigida por Jonathan Glazer y estrenada en el 2023. Es la adaptación cinematográfica de una novela con el mismo título, The Zone of Interest, escrita por Martin Amis. Muy de resaltar es la música del film de la mano de Mica Levi. Muy interesante también la fotografía, no tanto por las imágenes en sí, sino por su capacidad para contrastar la luminosidad de un escenario con la opacidad y peligrosidad sentida del otro. La combinación (en realidad, contraste) entre música-sonido y fotografía en el gran acierto de este film.
La historia en que entras se hace tan fuerte en sí misma, como conjunto, que los actores acaban pasando desapercibidos. Estás tan pendiente de lo que no ves, que lo que ves lo vives como una subhistoria. Quizás por eso resultan poco llamativos los autores. También porque sus papeles son bastante hieráticos, con escasos matices.
Sobre el holocausto se han hecho muchas películas, casi todas terribles. Por eso mismo, ésta tenía que buscar otra fórmula narrativa. Y, la verdad, es que ha sido un acierto notable y sorprendente. Buena muestra de su calidad es la gran cantidad de nominaciones a premios de los que se ha hecho merecedora.
Siguiendo la reflexión de Hannah Arendt sobre la banalidad del mal, Glazer pone el foco de su historia en cómo era la vida de quienes dirigían la insoportable demencia del genocidio nazi. Y resulta que en su historia su vida, la de los verdugos, era absolutamente normal. Incluso insertos en un contexto de terror (el sonido machacón de las calderas y chimeneas funcionando; los disparos constantes, los gritos, el humo, el terror invisible del escenario) ellos vivían, o así lo describe el film, en un micro-ambiente totalmente higiénico y banal. Sus preocupaciones son las de cualquier familia burguesa: la casa, el cole de los niños, el disfrute del entorno bucólico donde viven, la piscina, los paseos, etc .
El contraste entre los dos mundos es tan patente que es lo que produce terror. La dimensión humana que protagoniza la vida fuera del campo de exterminio, desaparece dentro de él. Allí no hay personas sino una carga que destruir (o utilizar como mano de obra sin coste). Es como uno de esos almacenes de desguace de coches que se ven por nuestra carreteras. El problema técnico a resolver es cómo hacer rentables los mecanismos de destrucción de que disponemos y cómo ir aumentando cada vez más su eficacia.
Pese a todo, el ambiente es tan pesado emocionalmente que, de una manera u otra, a todos se les va pegando algo de esa epidemia de maldad vírica en la que viven envueltos. La señora maltrata y desprecia al servicio; el hermano mayor se ensaña con su hermano pequeño; el ambiente tan natural y amigable se ve turbado por inquietudes inciertas que se superan a base de whisky y miradas al vacío. Y, claro, luego están los espíritus más sensibles que tampoco pueden soportar esa sensación machacona de un ambiente macabro.
En definitiva, estamos ante una gran película. Voluntariamente engañosa, describe un paisaje físico y humano luminoso y aparentemente feliz para que tú te fijes no en lo que estás viendo, sino en lo que estás sintiendo a través de indicios y sonidos. Se me ocurrió pensar que si en algún momento hubieran dispersado por la sala esos olores a quemado fáciles de simular, la sensación de los espectadores hubiera sido completa, terrorífica. O sea, un cine capaz de impresionarte y de llevarte a un mundo de sensaciones más allá de lo que ves, penetrando en ti a través del oído, el olfato, e incluso de las sensaciones táctiles que acabas sintiendo. Bastan los 5 primeros minutos de la película para hacerte sentir que vas a vivir una película diferente. Vayan a verla y verán.
No hay comentarios:
Publicar un comentario